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Los soldados romanos se burlan de Jesús

Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús dentro del atrio, esto es, al pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la compañía; y desnudándole, le vistieron de púrpura, y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, le escarnecían, diciendo: ¡Salve, Rey de los judíos! Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza, y puestos de rodillas le hacían reverencias. Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron para crucificarle. Mateo 27: 27-31; Marcos 15: 16-20 

Las burlas de los soldados

Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús a su cuartel, y reunieron allí a todo el destacamento. Le quitaron a Jesús lo que llevaba puesto, y Le pusieron la túnica púrpura de un soldado; luego trenzaron una corona de espinos, y Se la pusieron en la cabeza, y Le colocaron una caña en la mano derecha; y doblaban la rodilla delante de Él, y se burlaban de Él diciendo: – ¡Salve, Rey de los judíos! -Y Le escupían, y Le quitaban la caña y Le golpeaban con ella en la cabeza. Cuando se hubieron divertido con Él, Le quitaron la túnica, y Le pusieron Su propia ropa, y Le condujeron al lugar de la ejecución.

La terrible rutina de la crucifixión había comenzado. La última sección acababa diciéndonos que Pilato mandó que azotaran a Jesús. Eso era una terrible tortura romana. Desnudaban a la víctima; le ataban las manos a la espalda, y le ataban a una columna con la espalda doblada y convenientemente expuesta al látigo. El látigo era una tira larga de cuero en la que se ponían incrustado a trozos huesos agudos y piezas de plomo. Tal tortura solía preceder a la crucifixión, y «reducía el cuerpo desnudo del reo a tiras de carne cruda, y a sangrantes y ardientes verdugones.»

Muchos morían en la tortura, y otros perdían la razón, y pocos se mantenían conscientes hasta el fin. Después de eso entregaron a Jesús a los soldados mientras se preparaban los últimos detalles de la crucifixión y la cruz. Los soldados Le llevaron a su cuartel en la sede del gobernador, y reunieron a todo el destacamento. El destacamento se llama una speira; una speira completa ero seiscientos hombres. No es probable que hubiera tantos en Jerusalén. Estos soldados eran la guardia personal de Pilato, que le habían acompañado desde Cesarea, donde estaba su cuartel general.

Puede que nos horroricemos ante lo que hicieron los soldados; pero, de todos los que intervinieron en la pasión de Jesús, fueron los menos culpables. No estaban fijos en Jerusalén; no tenían ni la menor idea de Quién era Jesús. Por supuesto que no eran judíos, porque los judíos eran los únicos que estaban exentos del servicio militar en el imperio romano; puede que procedieran de los límites del imperio. Hicieron una parodia de la realeza de Jesús; pero, al contrario que los judíos y el mismo Pilato, actuaban en ignorancia.

Puede que para Jesús, de todo lo que sufrió, esto fuera lo más soportable; porque, aunque se burlaron de Su realeza, no había odio en sus ojos. Para ellos no se trataba más que de un iluso galileo que iba a la cruz. No carece de significado el que Filón nos cuente que un gentío judío hizo algo muy parecido con un joven demente: «Tomaron una tira de tela, y se la colocaron en la cabeza como si fuera una diadema… y le dieron como cetro una caña del junco nativo del papiro que se encontraron tirado al borde del camino. Y, como estaba disfrazado de rey… algunos se dirigían a él como para saludarle, y otros como para presentarle alguna demanda.» Así se divertían con un chaval medio idiota; y eso fue lo que los soldados hicieron con Jesús.

Seguidamente se prepararon para conducirle al lugar de la crucifixión. Algunas veces se nos dice que no debemos detenernos morbosamente en el aspecto físico de la crucifixión; pero no podemos hacernos una idea muy clara de lo que Jesús hizo y padeció por nosotros. Klausner, el escritor judío, dice: « La crucifixión es la muerte más terrible y cruel que han diseñado los seres humanos para vengarse de sus semejantes.» Cicerón la llamaba « la tortura más cruel y más horrible.» Tácito la llamaba « una tortura apropiada solo para esclavos.»

La inventaron en Persia; y puede que su razón de ser fuera que la tierra se consideraba consagrada al dios Ormuz, así que el criminal se colocaba fuera del contacto con ella, para que no la contaminara; porque era la propiedad del Dios. De Persia pasó a Cartago en el Norte de África, y fue de los cartagineses de los que la aprendieron los romanos, aunque estos no la aplicaban más que a los rebeldes, esclavos fugitivos y la clase más baja de criminales. Era una ejecución que no se podía aplicar legalmente a un ciudadano romano.

Klausner pasa a describir la crucifixión. Se ataba a la cruz al criminal, que ya era una masa sangrante después de los azotes. Allí colgaba hasta morir de hambre y sed y exposición a la intemperie, incapaz de defenderse ni siquiera de los tábanos, que acudían a su cuerpo desnudo y a sus heridas sangrantes. No es una escena agradable de contemplar, sino horrible la que Jesucristo sufrió -voluntariamente- por nosotros.

El ritual romano de la ejecución estaba establecido. El juez decía: Illum duci ad crucem placet, «La sentencia es que este hombre sea conducido a la cruz.» Entonces se volvía a la guardia y decía: 1, miles, expedi crucem, « Ve, soldado, y prepara la cruz.» Fue mientras estaban preparando la cruz cuando Jesús estuvo en las manos de los soldados. El pretorio era la residencia del gobernador, su cuartel general, y los soldados implicados serían la cohorte de la guardia del cuartel general.

Haremos bien en recordar que Jesús ya había padecido el tormento de los azotes antes de estas burlas soeces. Bien puede ser que, de todo lo que Le sucedió, esto fuera lo que menos daño Le hacía a Jesús. Las intervenciones de los judíos habían estado envenenadas de odio. El resentimiento de Pilato había sido una evasión cobarde de su responsabilidad. Había crueldad en la acción de los soldados, pero no malicia. Para ellos Jesús no era más que un reo más que iba a la cruz, y llevaron a cabo la pantomima de homenaje y adoración en el cuartel, tal vez no para hacer sufrir más al reo, sino para pasar el rato con una parodia burda.

Era el principio de muchas burlas por venir. Siempre los cristianos estuvieron expuestos a que los tomaran a broma.

Escrito en los muros de Pompeya que nos han conservado los grafitos de entonces hasta nuestros días está la caricatura de un cristiano arrodillado delante de un burro, y debajo se pueden leer las palabras: « Anaxímenes adora a su Dios.» Si tenemos que sufrir a veces burlas por ser cristianos, nos ayudará recordar que eso fue lo que hicieron con Jesús de una manera mucho peor que lo que nos corresponda sufrir a nosotros.

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