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No le reconocieron

Estaba en el mundo; y, aunque Él había sido el intermediario para que el mundo llegara a existir, el mundo no Le reconoció. Fue a Su propio hogar adonde vino, y sin embargo los suyos no Le dieron la bienvenida.

Juan tenía en mente dos pensamientos al escribir este pasaje.

(i) Estaba pensando en el tiempo antes de que Jesucristo viniera al mundo en cuerpo. El Logos de Dios había estado activo en el mundo desde el principio del tiempo. La Palabra creadora y dinámica de Dios había hecho que el mundo llegara a existir al principio; y desde entonces siempre había sido la Palabra, el Logos, la Razón de Dios, lo Que ha mantenido el universo como un conjunto ordenado y al ser humano como una persona racional. Si la humanidad hubiera tenido sentido para verle, el Logos siempre Se podía reconocer en el universo.

La Confesión de Fe de Westminster empieza diciendo que «las luces de la naturaleza, y las obras de la creación y de la providencia manifiestan la bondad, la sabiduría y el poder de Dios de tal manera que dejan sin justificación posible la incredulidad humana.» Hacía tiempo que Pablo había escrito que las cosas visibles del mundo están diseñadas por Dios de tal manera que guían el pensamiento humano a las cosas invisibles, y que si la humanidad hubiera mirado al mundo con los ojos y el entendimiento abiertos, su pensamiento habría llegado inevitablemente a su Creador (Romanos 1:19-20). El mundo siempre ha sido tal que, mirado como es debido, conduciría hacia Dios a la mente humana.

En teología siempre se ha distinguido entre teología natural y teología revelada. La teología revelada trata de las verdades que nos llegan directamente de Dios en las palabras de los profetas, las páginas de Su Libro y, supremamente, en Jesucristo.

La teología natural trata de las verdades que el ser humano puede descubrir mediante su propia mente e inteligencia en el mundo en que vive. Si así es, ¿cómo podemos ver la Palabra de Dios, el Logos de Dios, la Razón de Dios, la Mente de Dios en el mundo en que vivimos?

(a) Debemos mirar hacia fuera. Siempre fue una idea fundamental de los griegos que, donde hay un orden, tiene que haber una mente. Cuando consideramos el universo vemos un orden maravilloso: los planetas siguen regularmente sus cursos; las marea se suceden conforme a un plan; la siembra y la siega, el verano -y el invierno, el día y la noche observan un orden riguroso. No cabe duda de que hay un orden en la naturaleza y, por tanto, está igualmente claro que debe de haber una Mente detrás de todo ello. Además, esa Mente tiene que ser superior a la mente humana, porque consigue resultados que ésta nunca puede conseguir. La mente humana no puede hacer que la noche siga al día, y viceversa; o que la semilla tenga poder para germinar y crecer. La mente humana no puede hacer ninguna criatura viva. Si hay orden en el mundo, tiene que haber una Mente; y, si en ese orden hay cosas que están por encima de la mente humana, esa Mente que está detrás del orden de la naturaleza tiene que estar por encima y más allá de la mente humana… Y así llegamos inevitablemente a Dios. Mirar fuera de nosotros al mundo es encontrarnos cara a cara con el Dios Que lo ha hecho.

(b) Debemos mirar hacia arriba. Nada demuestra el orden maravilloso del universo mejor que los movimientos de los cuerpos celestes. Los astrónomos nos dicen que hay tantas estrellas como granos de arena en las playas. Para decirlo en términos humanos, figurémonos los problemas de tráfico que habrá en el cielo; y, sin embargo, los cuerpos celeste se mantienen en las rutas que se les han marcado y se conducen individual pero disciplinada y armoniosamente. Un astrónomo puede predecir al segundo y a la pulgada cuándo y dónde va a aparecer un cierto planeta, y puede decirnos cuándo y dónde se va a producir un eclipse de Sol dentro de cientos de años, y cuántos segundos va a durar. Se ha dicho que «ningún astrónomo puede ser ateo.» Cuando miramos hacia arriba vemos a Dios.

(c) Debemos mirar hacia dentro. ¿De dónde nos hemos sacado la capacidad de pensar, de razonar y de saber? ¿De dónde el conocimiento del bien y del mal? ¿Por qué sabe en lo más íntimo de su ser el más empedernido degenerado cuándo está haciendo lo que no debe? Kant dijo hace mucho que había dos cosas que le convencían de la existencia de Dios: el cielo estrellado sobre su cabeza y la ley moral en el fondo de su conciencia. No nos hemos dado a nosotros mismos ni la vida ni la razón que la guía y la dirige. Debemos nuestra existencia a algún Poder fuera de nosotros mismos. ¿De dónde vienen el remordimiento y el sentimiento de culpabilidad? ¿Por qué no podemos hacer lo que nos dé la gana y sentirnos en paz? Cuando miramos hacia dentro encontramos lo que Marco Aurelio llamaba «el dios interior,» y lo que Séneca llamaba «el espíritu santo que reside en nuestras almas.» Nadie se puede entender aparte de Dios.

(d) Debemos mirar hacia atrás. Froude, el gran historiador, decía que la totalidad de la Historia es una demostración de la ley moral en acción. Los imperios surgen y desaparecen. Como escribió Kipling: «Mirad: ¡Toda nuestra pompa de ayer es igual que la de Nínive o Tiro!» Y es un hecho constatado de la Historia que la degeneración moral y el desastre nacional van de la mano. «No hay nación -dijo George Bemard Shaw- que haya sobrevivido a la pérdida de sus dioses.» Toda la Historia es la demostración práctica de que hay Dios. Así que, aunque Jesucristo no hubiera venido a este mundo corporalmente, todavía le habría sido posible a la humanidad ver la Palabra de Dios, el Logos de Dios, la Razón de Dios en acción. Pero, aunque la acción de la Palabra estaba a la vista de todo el mundo, la humanidad no La reconoció nunca.

(ii) Por último, la Palabra creadora y ordenadora de Dios vino a esté mundo en la persona del hombre Jesús. Juan dice que la Palabra vino a Su propio hogar, pero los suyos no Le dieron la bienvenida. ¿Qué quiere decir con eso? Quiere decir que, cuando la Palabra de Dios entró en este mundo, no llegó a Roma o a Grecia o a Egipto o a los imperios del Oriente. Vino a Palestina, que era la tierra de Dios en un sentido especial, y a los judíos, que eran el pueblo escogido de Dios. Los mismos nombres que se les dan a esa tierra y a ese pueblo en el Antiguo Testamento nos lo demuestran. A Palestina se la llama con frecuencia la tierra santa (Zacarías 2:12; 2 Macabeos 1:7; Sabiduría 12:3). Se la llama la tierra del Señor; Dios habla de ella como Su tierra (Oseas 9: 3; Jeremías 2:7; 16:18; Levítico 25:23). A la nación de Israel se la llama «el especial tesoro» de Dios (Éxodo 19:5; Salmo 135:4), «pueblo santo para el Señor.:. pueblo especial» (Deuteronomio 7:6), «pueblo único» (Deuteronomio 14:2), «Su exclusiva posesión» (Deuteronomio 26:18), «porción» y «heredad» del Señor (Deuteronomio 32:9). Jesús vino a una tierra que era especialmente la tierra de Dios, y a un pueblo que era especialmente el pueblo de Dios. Era de esperar que aquella nación le hubiera recibido con los brazos abiertos y con todas las puertas abiertas; que se le hubiera dado la bienvenida como a un viajero que llegara a su propia casa; o, más aún, como a un rey que llegara a su nación… Pero Le rechazaron. Le recibieron -con odio en vez de con adoración.

Aquí tenemos la tragedia de un pueblo que había sido elegido y preparado para una tarea, y que se negó a cumplirla. Puede que unos padres ahorren y se sacrifiquen para darle a su hijo o a su hija una oportunidad en la vida, para que tenga una preparación para algún trabajo u oportunidad especial… y, cuando llega el momento, la persona por la que se sacrificó todo se niega a aprovechar la oportunidad o falla miserablemente al enfrentarse con el desafío. Ahí está la tragedia. Y eso fue lo que Le pasó a Dios. Sería erróneo pensar que Dios no había preparado nada más que a Israel. Dios preparó y está preparando a todos los hombres, mujeres; y niños de este mundo para alguna tarea que les tiene reservada.: Cierto novelista cuenta la historia de una chica que se negaba a tocar las cosas sucias de la vida; cuando alguien le preguntó; por qué, dijo: «Algún día va a venir algo realmente hermoso; a mi vida, y quiero estar preparada.» La tragedia es que muchas. personas rechazan la tarea que Dios les tiene reservada. O, para decirlo de otra manera, que aún nos impacta más: son pocos los que llegan a ser lo que podrían haber sido; tal vez por letargo o pereza, por timidez o cobardía, por falta de disciplina o sobra de permisividad, por comprometerse con algo no tan bueno o desviarse por algún colateral… El mundo está lleno de personas que no han hecho realidad las posibilidades que tenían. No hemos de pensar que la tarea que Dios tiene para nosotros haya de ser alguna hazaña heroica que despierte la admiración de todo el mundo. Puede que sea preparar a un niño para la vida; o, en un momento decisivo, decir la palabra necesaria y ejercer la influencia que puede impedir que alguien arruine su vida; o hacer algo sencillo superlativamente bien; o tocar las vidas de otros con las manos, la voz o la mente. El hecho es que Dios nos está preparando en todas las experiencias de la vida y cuenta con nosotros para algo; y muchos Le dejan en la estacada, y a lo mejor ni se dan cuenta de que Le están fallando. Es terriblemente patético lo que se dice aquí: «Vino a Su propio hogar, y los suyos no le dieron la bienvenida.» Eso Le sucedió a Jesús hace mucho… y Le sigue sucediendo.

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