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Romanos 2: La responsabilidad del privilegio

(ii) Pablo sigue diciendo que, hasta los que no conocieron la Ley escrita, tenían otra ley en el corazón. Nosotros lo llamaríamos un conocimiento instintivo del bien y del mal. Decían los estoicos que había ciertas leyes que estaban vigentes en el universo que uno quebrantaba a su riesgo: las leyes de la salud, y las leyes morales que gobiernan la vida. Los estoicos llamaban a estas leyes fysis, que quiere decir naturaleza, y exhortaban a la gente a vivir kata fysin, de acuerdo con la naturaleza. El razonamiento de Pablo es que el ser humano sabe por naturaleza cómo debe vivir. Los griegos habrían estado de acuerdo con eso. Aristóteles decía: « El hombre culto y libre se comportará como el que es una ley para sí mismo. » Plutarco preguntaba: «¿Quién gobernará al gobernador?» Y respondía: «La Ley, que es el rey de todos los mortales y de los inmortales, como la llama Píndaro; que no está escrita en rollos de papiro ni en tabletas de madera, pero que es la misma razón dentro del alma humana, que vive permanentemente en ella y la guarda y no la deja nunca privada de dirección.»

Pablo veía el mundo dividido en dos clases de personas: a los judíos, con la Ley que procedía directamente de Dios y estaba escrita de forma que la podía leer; y a las demás naciones, sin una ley escrita, pero con un conocimiento del bien y del mal implantado por Dios en sus corazones. Nadie podía pretender la exención del juicio de Dios. No la podía pretender el judío por el hecho de ocupar un lugar especial en el plan de Dios. Y el gentil tampoco, por el hecho de no haber recibido la Ley escrita. El judío será juzgado como alguien que ha conocido la Ley; y el gentil, como uno que tiene la conciencia que Dios le ha dado. Dios juzgará a cada uno según lo que ha conocido y ha tenido oportunidad de conocer.

El judío verdadero

Si a ti se te llama judío, si te apoyas en la Ley, si estás orgulloso de tu Dios y conoces Su voluntad, si apruebas lo que es excelente, si estás instruido en la Ley, si te crees guía de los ciegos, luz en las tinieblas y educador de los insensatos, maestro de los sencillos; si te crees poseedor de la misma forma del conocimiento y de la verdad que se encuentra en la Ley… Entonces, ¿cómo es que tú, que instruyes a otros, no te instruyes a ti mismo? ¿Cómo es que tú, que proclamas a otros que el robar está prohibido, sin embargo robas? ¿Y cómo tú, que prohibes a otros cometer adulterio, lo cometes? ¿Tú, que sientes repugnancia de los ídolos, robas los templos? ¿Tú, que te enorgulleces de la Ley, deshonras a los demás no cumpliéndola? Porque está escrito: «Por vuestra conducta, el Nombre de Dios es vilipendiado entre los gentiles. » La circuncisión es de veras un privilegio si cumples la Ley; pero si la quebrantas, tu circuncisión vale tanto como la incircuncisión. Porque, si los incircuncisos cumplen las leyes morales de la Ley, ¿no se les contará su incircuncisión como equivalente de la circuncisión, y los incircuncisos que cumplen la Ley llegarán a ser tus jueces por haber tú quebrantado la Ley, aunque tienes la letra de la Ley y el rito de la circuncisión? Porque el verdadero judío no es el que lo es externamente, ni es la verdadera circuncisión la que se hace externamente en la carne; sino que el verdadero judío es el que lo es en su interior, y la circuncisión real es la del corazón, de acuerdo con el espíritu y no al pie de la letra. La alabanza de tal hombre no viene de los hombres, sino de Dios.

Este pasaje tiene que haberle resultado escandaloso a un judío. Estaría seguro de que Dios le consideraba una persona especial sencillamente por pertenecer a la nación de los descendientes de Abraham y porque llevaba en el cuerpo la señal de la circuncisión. Pero Pablo introduce aquí una idea a la que volverá después repetidas veces. El judaísmo, insiste, no es en absoluto una cuestión de raza, y no tiene nada que ver con la circuncisión: depende de la conducta. Si es así, muchos supuestos judíos, que son descendientes directos de Abraham y que llevan en el cuerpo la señal de la circuncisión, en realidad no son judíos; y muchos gentiles que ni siquiera han oído hablar de Abraham ni se les ha pasado por la cabeza el circuncidarse, son judíos en el verdadero sentido de la palabra. A un judío esto le sonaría como la peor herejía, y le pondría furioso.

El último versículo de este pasaje contiene un juego de palabras que es imposible traducir: « La alabanza de tal hombre no viene de los hombres sino de Dios.» La palabra griega para alabanza es épainos. Si retrocedemos al Antiguo Testamento (Génesis 29:35; 49:8), nos encontramos con que el sentido original y tradicional de la palabra Judá es alabanza (épainos). Así es que esta frase quiere decir dos cosas:

(a) Que la alabanza de tal hombre no viene de los hombres, sino de Dios.

(b) Que el judaísmo de tal hombre no viene de los hombres, sino de Dios. El sentido del pasaje es que las promesas de Dios no son para los de una cierta raza y que llevan una cierta señal en el cuerpo, sino para personas que viven una cierta clase de vida, sean de la raza que sean. El ser un verdadero judío no es cuestión de «pedigrí», sino de carácter; y a menudo uno que no es judío de raza puede que sea mejor judío que el otro.

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