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1 Corintios 4: Los tres juicios

Humildad apostólica y orgullo humano

Hermanos: He aplicado estas cosas a manera de ejemplo a Apolos y a mí para que aprendáis de nosotros a observar el principio de no ir más allá de lo que está escrito, para que ninguno de vosotros hable jactanciosamente de un maestro y despectivamente del otro.

¿Quién es el que ve nada extraordinario en ti? ¿Qué es lo que tienes más de lo que se te ha dado? Y si la verdad es que se te ha dado inmerecidamente, ¿por qué presumes como si fuera algo que has conseguido por ti mismo? ¡No cabe duda que ya estáis más que satisfechos! ¡No cabe duda de que ya sois ricos! ¡No cabe duda de que ya habéis llegado al reino sin la ayuda de nadie! Yo estaría encantado de que así fuera, porque sería señal de que nosotros también podíamos ser reyes juntamente con vosotros. Porque me parece que Dios ha exhibido a los apóstoles colocándolos al final del desfile triunfal, como condenados a muerte. ¡Creo que nos hemos convertido en un espectáculo de risa para el mundo, los ángeles y la humanidad! ¡Nosotros somos los que hemos hecho el tonto por causa de Cristo, y vosotros los listos en Cristo! ¡Nosotros somos los débiles, y vosotros los fuertes! ¡Vosotros los homenajeados, y nosotros los deshonrados!

Hasta ahora no hacemos más que pasar hambre y sed, y frío y vergüenza; nos abofetean, somos vagabundos apátridas, nos desollamos las manos a trabajar. Cuando nos insultan, bendecimos; cuando nos persiguen, lo soportamos; cuando nos calumnian, nos defendemos respetuosamente. Nos tratan como escoria de la tierra, como desechos de todo… Y así sigue la cosa.

Todo lo que ha estado diciendo Pablo de sí mismo y de Apolos es verdad, no sólo para ellos, sino también para los corintios.

No son sólo Apolos y él los que deben mantenerse humildes pensando que no es el juicio humano el que deben tener en cuenta, sino el de Dios. Los corintios deben también conducirse con humildad. Pablo hacía gala de una cortesía maravillosa al incluirse a sí mismo en sus advertencias y en sus recriminaciones. El predicador auténtico rara vez usa la palabra vosotros, y siempre nosotros; no les habla a los demás desde las alturas, sino como el que está al mismo nivel que los demás y que tiene sus mismas limitaciones. Si de veras queremos ayudar y salvar a los demás, nuestra actitud debe ser suplicante, no condenatoria; nuestro acento debe ser de compasión, no de crítica. No son sus palabras las que Pablo les dice a los corintios que no deben traspasar, sino la Palabra de Dios, que condena toda clase de orgullo.

Y entonces Pablo les hace la pregunta más pertinente y fundamental: «¿Tú, qué tienes que no hayas recibido?» En esta breve frase, Agustín veía toda la doctrina de la gracia. En un tiempo, él había pensado en términos de merecimientos humanos; pero llegó a decir: «Para resolver esta cuestión trabajamos arduamente en la causa de la libertad humana, pero la gracia de Dios obtuvo la victoria.» Nadie habría llegado a conocer a Dios si Él no Se hubiera revelado; nadie podría haber obtenido su propia salvación; nadie se salva a sí mismo: es salvado. Cuando pensamos en lo que hemos hecho nosotros y en lo que ha hecho Dios por nosotros, no hay lugar para el orgullo, sino sólo para la agradecida humildad. La falta de los corintios había sido olvidar que Le debían sus almas a Dios.

Y aquí llegamos a uno de esos arranques alados que nos sorprenden una y otra vez en las cartas de Pablo. Se vuelve hacia los corintios con una ironía sarcástica. Compara su orgullo, su autosatisfacción, su sentimiento de superioridad, con la vida que lleva un apóstol. Presenta una alegoría gráfica. Cuando un general romano ganaba un victoria señalada, se le concedía entrar y desfilar en triunfo por las calles de Roma con todos los trofeos que había ganado. Eso se llamaba un Triunfo. Al final del desfile iban los cautivos, a los que llevaban al circo, a morir luchando con fieras. Los corintios, con su orgullo descarado, eran el victorioso general con los trofeos de su hazaña; los apóstoles eran los cautivos condenados a muerte. Para los corintios, la vida cristiana consistía en desplegar sus privilegios y blasonar de logros personales; para Pablo, una vida de humilde servicio, siempre dispuesto a morir por Cristo.

En la lista de cosas que Pablo declara que los apóstoles sufren hay dos palabras interesantes.

(i) Dice que los abofetean (kolafiíesthai). Esta palabra se usa para darle una paliza a un esclavo. Plutarco dice que un testigo evidenció que un esclavo pertenecía a un cierto amo porque había visto a este pegarle, y esta es la palabra que usa. Pablo estaba dispuesto, por causa de Cristo, a que le trataran como a un esclavo.

(ii) Dice: « Cuando nos insultan (loidoresthai), bendecimos.» No nos damos cuenta de lo sorprendente que esto le resultaría a un pagano. Aristóteles declara que la virtud suprema es la megalopsyjía, grandeza de alma, y define esta virtud como la cualidad que no soporta un insulto. Para los antiguos, la humildad cristiana era una virtud totalmente nueva. La clase de conducta que parecería estúpida, aunque esta estupidez era la sabiduría de Dios.

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