Pablo expone el principio de que no tenemos que juzgar a los de fuera de la iglesia. «Los de fuera» era la expresión que usaban los judíos para referirse a los gentiles, a los que no formaban parte del Pueblo Escogido. Debemos dejar que Dios los juzgue, porque Él es el único Que conoce los corazones. Pero los que están en la iglesia tienen privilegios especiales y, por tanto, responsabilidades especiales. Son personas que se han comprometido con Cristo, y a las que se pueden pedir cuentas de cómo cumplen su compromiso.
Pablo llega al final de su razonamiento con un mandamiento claro. «Así quitarás al malo de en medio de ti» (Deuteronomio 17: 7, y 24:7). Hay casos en los que hay que extirpar el cáncer; hay casos en los que hay que adoptar medidas drásticas para evitar una infección. No es el deseo de hacer daño o de dar señales de prepotencia lo que mueve a Pablo, sino el deseo de un pastor de proteger a su joven iglesia de la amenaza de una infección del mundo que siempre la acecha.