Así es como sabemos que Él mora en nosotros: por el Espíritu Que Él nos ha dado. Amados, no creáis a cualquier espíritu; sino probad los espíritus para ver si proceden de Dios; porque han salido por el mundo muchos falsos profetas.
Detrás de esta advertencia se encuentra una situación de la que sabemos muy poco o nada en muchas iglesias modernas. En la Iglesia original hubo un brotar vigoroso de la vida del Espíritu que conllevaba sus propios principios.
Había tantas y tan diversas manifestaciones espirituales que se necesitaba alguna clase de comprobación. Tratemos de trasladarnos con el pensamiento a aquella atmósfera eléctrica.
(i) Ya en los tiempos del Antiguo Testamento se detectaron los peligros de los falsos profetas, que eran hombres con un cierto poder espiritual. Deuteronomio 13:1-5 demanda que el falso profeta que trató de seducir al pueblo para que se apartara del verdadero Dios fuera muerto; pero admite franca y abiertamente que este puede prometer señales y milagros, y realizarlos. El poder espiritual podía ser malvado y mal dirigido.
(ii) En la Iglesia original, el mundo considerado espiritual estaba muy cerca. Todo el mundo creía en un universo abarrotado de demonios y espíritus. Cada roca, y árbol, y río, y bosquecillo, y lago, ,y montaña tenían su poder espiritual; y estos poderes espirituales estaban siempre tratando de introducirse en los cuerpos y mentes de las personas. En los tiempos de la Iglesia original se vivía en un mundo obsesionado con los fenómenos espirituales en el que todos se sentían rodeados y acechados por poderes espirituales.
(iii) Ese mundo antiguo era muy consciente de la existencia del poder personal del mal. No especulaba acerca de su origen, pero estaba convencido de que existía, y de que estaba buscando personas para usarlas como instrumentos a su servicio. En consecuencia, no solamente el universo, sino también las mentes humanas eran el campo de batalla en el que contendían el poder de la luz y el poder de las tinieblas.
(iv) En la Iglesia original la venida del Espíritu era un fenómeno mucho más visible de lo que es corriente para muchos en nuestros días. Se relacionaba generalmente con el bautismo; y cuando el Espíritu venía, sucedían cosas que cualquiera podía constatar. La persona que recibía el Espíritu era afectada visiblemente. Cuando los apóstoles bajaron a Samaria después de la predicación de Felipe y confirieron el don del Espíritu a los nuevos convertidos, el efecto era tan sorprendente que el mago local, Simón, quería comprar el poder para producirlo (Hechos 8:17s). La venida del Espíritu sobre Comelio y los de su casa fue algo que todos pudieron constatar (Hechos 10: 44s). En la Iglesia original, la venida del Espíritu iba acompañada de efectos sensibles y obvios.
(v) Esto tenía sus efectos en la vida congregacional de la Iglesia original. El mejor comentario a este pasaje de Juan sería 1 Corintios 14. Por el poder del Espíritu algunas personas hablaban en lenguas. Es decir: les salía un torrente de sonidos dados por el Espíritu que no correspondían a ninguna lengua conocida, que nadie podía entender a menos que hubiera en la congregación alguno que tuviera el don dado por el Espíritu de interpretar. Tan extraordinario era este fenómenos que Pablo no duda en decir que si un extraño entrara en la congregación cuando se estaba practicando pensaría que se encontraba en una reunión de locos (1 Corintios 14:2,23,27). Hasta los profetas, que daban su mensaje en la lengua corriente, constituían un problema. Eran tan movidos por el Espíritu que no podían esperarse hasta que terminara el que estaba hablando, y cada uno se ponía en pie de un salto decidido a proclamar el mensaje que el Espíritu le daba (1 Corintios 14:26s,33). Un culto de adoración en alguna de las primeras congregaciones cristianas sería distinto de la mayor parte de los cultos de las iglesias modernas, tan plácidas. Tan diversas eran las manifestaciones del Espíritu que Pablo incluye el don del discernimiento de espíritus entre los dones espirituales que podía poseer un cristiano (1 Corintios 12:10).
Podemos figurarnos lo que podría suceder en tal caso cuando Pablo menciona la posibilidad de que alguien maldijera a Cristo hablando en un espíritu (1 Corintios 12:3).
Cuando llegamos algo más adelante en la historia de la Iglesia encontramos el problema todavía más agudizado. La Didajé, La enseñanza de los Doce Apóstoles, es el primer libro de orden eclesiástico, y se puede fechar no después del año 100 d.C. Contiene reglas acerca de cómo se han de tratar los apóstoles y profetas ambulantes que iban y venían por las congregaciones cristianas. «No todos los que hablen por un espíritu son profetas, sino sólo los que hablen de acuerdo con el Señor» (Didajé 11 y 12). El problema alcanzó su cima y ne plus ultra cuando, en el siglo III, Montano irrumpió en la Iglesia pretendiendo ser nada menos que el Paráclito prometido, y proponiéndose decirle a la Iglesia las cosas que Cristo había dicho a Sus apóstoles que no podían recibir entonces.
La Iglesia Primitiva estaba llena de esta vida desbordante del Espíritu. La exuberancia de la vida no se había podido organizar desde la Iglesia. Era una gran edad; pero su misma exuberancia tenía sus peligros. Si había un poder personal del mal, podía usar a algunas personas. Si había espíritus malos al mismo tiempo que el Espíritu Santo, podían habitar en algunos. Algunos podían engañarse produciéndose experiencias totalmente subjetivas en las que pensaban -honradamenteque tenían un mensaje del Espíritu.
Juan tenía todo esto en mente; y a la vista de esa atmósfera electrificada de vida espiritual desbordante presenta sus criterios para discriminar entre lo verdadero y lo falso. Nosotros, por nuestra parte, puede que tengamos el sentimiento de que, con todos sus peligros, la exuberante vitalidad de la Iglesia Primitiva era mucho mejor que la apática placidez de la vida de la iglesia moderna. Era mejor que se esperara al Espíritu en todo que que no se Le espere en nada.
Hay una frase que aparece en este pasaje que no es ni mucho menos fácil de traducir. Es la que la versión Reina-Valera traduce indefectiblemente por de Dios. Se trata de los lugares siguientes:
Versículo 1: Probad los espíritus si son de Dios.
Versículo 2: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios.
Versículo 3: Todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios.
Versículo 4: Hijitos, vosotros sois de Dios.
Versículo 6: Nosotros somos de Dios… El que no es de Dios, no nos oye.
Versículo 7: El amor es de Dios.
La dificultad se ve claramente; y sin embargo es de primera importancia el adscribir un sentido preciso a esta frase. En griego es ek tú Theú. Ho Theós quiere decir Dios, y tú Theú es el genitivo después de la preposición ek. Ek es una de las preposiciones griegas más corrientes, y quiere decir desde o fuera de. Decir que un hombre viene ek tés póleós quiere decir que viene desde o fuera de la ciudad. Ya se comprende que no es así como lo diríamos en castellano, tan impreciso como es comparado con el griego o con el inglés. Aquí nos serviríamos de la preposición de, como se ve en casi todas las traducciones, dejando que cada cual decida si se trata de origen o de posesión. Entonces, ¿qué quiere decir que una persona o un espíritu o una cualidad es ek tú Theú? En inglés se suele traducir por from, pero es castellano seria imposible usar desde. Sin embargo está claro que quiere decir que la persona o el espíritu o la cualidad tiene su origen en Dios. Viene de Dios en el sentido de que tiene su origen en Él y deriva de Él su vida. Así es que Juan exhorta a los suyos a que analicen los espíritus para comprobar si proceden realmente de Dios.