El pequeño Carlos estaba haciendo todo lo posible para ahorrar dinero para comprarle un regalo a su madre. Era una lucha terrible, pues cedía fácilmente a la tentación de comprar golosinas al hombre de los helados siempre que la camioneta de colores brillantes llegaba al vecindario.
Una noche, después que su madre lo metió a la cama, lo escuchó orando: Por favor Dios ayúdame a no salir corriendo cuando venga mañana el hombre de los helados. Incluso a su temprana edad, este niño había aprendido que una de las mejores formas de vencer la tentación es evitando lo que apela a nuestras debilidades.
Todos los creyentes se sienten tentados a pecar. Sin embargo, no tienen por qué ceder. El Señor proporciona la manera de ser victoriosos sobre las seducciones del mal –No os ha sobrevenido ninguna prueba que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser probados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la prueba la salida, para que podáis soportarla–.
Pero nosotros debemos hacer nuestra parte. A veces eso implica evitar situaciones que contribuirían a nuestra derrota espiritual.
El apóstol Pablo amonestó a Timoteo para que huyera de los malos deseos de la juventud –Huye, pues, de las pasiones juveniles y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que invocan al Señor con un corazón puro. Él debía mantener la distancia de las tentaciones que podían hacerlo caer a causa de su fuerte atracción.
Ese es un buen consejo. Si es posible, nunca deberíamos permitirnos estar en los lugares errados ni con personas que nos vayan a tentar a hacer las cosas que deberíamos evitar.
Cerciórate de huir del hombre de los helados. Caemos en la tentación cuando no sabemos huir de ella.