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Hebreos 4: El reposo que no osaremos perder

Es verdad que la promesa que ofrece la entrada en el reposo de Dios todavía nos sigue abierta; pero tened cuidado, no sea que alguno de vosotros se encuentre excluido. Por supuesto, es cierto que a nosotros se nos ha predicado el Evangelio, como a los antiguos; pero a ellos no les sirvió de nada la Palabra que oyeron, porque no les caló hasta las entretelas de su ser median te la fe. Somos nosotros, los que hemos hecho la decisión de la fe, los que entramos en el reposo; porque de aquellos dijo Dios: «Juré en Mi ira: ¡De ninguna manera entrarán en Mi reposo!» Esto dijo Dios, aunque Sus obras estaban concluidas desde la fundación del mundo; porque, en algún lugar de la Escritura se dice así del séptimo día: «Y reposó Dios de todas Sus obras en el séptimo día. » Y dice en este lugar: «De ninguna manera entrarán en Mi reposo.» Entonces, como aún falta que algunos entren, y como no entraron aquellos a los que se predicó el Evangelio en la antigüedad por su falta de confianza, Dios fija otra vez un día cuando dice por medio de David después de un espacio considerable de tiempo: «¡Hoy!» -exactamente como había dicho antes-, « Si oís hoy Mi voz, no endurezcáis el corazón.» Si Josué los hubiera introducido en el reposo, entonces Dios no estaría después hablando de otro día. Así es que queda un reposo sabático para el pueblo de Dios. El que ha entrado en este reposo ha descansado de todas sus obras, como Dios descansó de las Suyas. En un pasaje tan complicado como éste es mejor tratar de captar las líneas generales del pensamiento antes de mirar algunos de sus detalles. El autor usa la palabra reposo (katá paysis) en tres sentidos diferentes.

(i) Como si dijéramos la paz de Dios. Es lo más grande del mundo el entrar en la paz de Dios.

(ii) Como la usó en 3:12 queriendo decir La Tierra Prometida. Para los israelitas que llevaban tanto tiempo vagando por el desierto la Tierra Prometida era sin duda el reposo de Dios.

(iii) La usa del reposo de Dios después del sexto día de la Creación, cuando terminó todas Sus obras. Esto de usar una palabra en dos o tres sentidos diferentes, jugando con ella hasta sacarle todo su jugo, era característico del pensamiento culto y académico de los días en que escribió el autor de La Carta a los Hebreos.

Ahora, veamos los pasos del argumento. Será más sencillo enumerarlos uno por uno.

(i) La promesa del reposo de Dios todavía sigue abierta para Su pueblo; el peligro consiste en dejar de alcanzarla.

(ii) Los israelitas de la antigüedad dejaron de entrar en el reposo de Dios. Aquí la palabra reposo se usa en el sentido del asentamiento en la Tierra Prometida después de los años del desierto. La referencia esa Números 13 y 14. Estos capítulos cuentan la llegada de los israelitas a la frontera de la Tierra Prometida; la misión de los doce exploradores que habían de inspeccionar la tierra; que diez de los doce volvieron con el veredicto de que la tierra era buena pero las dificultades eran insuperables; que Caleb y Josué solos estaban a favor de entrar a conquistarla en el poder del Señor; que el pueblo siguió el consejo de los cobardes, y que el resultado fue que aquella generación de cobardes desconfiados quedó definitivamente descartada para entrar al reposo y la paz de la Tierra Prometida. No confiaron en que Dios los sacaría con bien de las dificultades que tenían por delante; y, por tanto, no llegaron a disfrutar del reposo que hubiera podido ser suyo.

(iii) Ahora el autor pasa al sentido de la palabra reposo. Es verdad que los del pasado se perdieron el reposo que hubieran podido disfrutar; pero, aunque se lo perdieron, el reposo siguió existiendo. Detrás de este argumento subyace una de las concepciones favoritas de los rabinos. El séptimo día, después que la Creación fue completada, Dios descansó de sus labores. En la historia de la Creación de Génesis 1 y 2, hay un detalle curioso. De los primeros seis días se dice que «fue la tarde y la mañana» -según la manera judía de medir el día, que empezaba a la puesta, no a la salida del Sol-. Es decir: que todos los días tuvieron un principio y un fin. Pero el día séptimo, el del reposo de Dios, no se mencionan la tarde y la mañana. De aquí los rabinos sacaban la conclusión de que, aunque los otros días terminaron, el día del reposo de Dios no tenía fin; el reposo de Dios era para siempre. Por tanto, aunque hacía mucho tiempo los israelitas fracasaron en su oportunidad de entrar en ese reposo, todavía se sigue ofreciendo.

(iv) De nuevo el autor vuelve al sentido del reposo como la Tierra Prometida. Llegó el día, después de cuarenta años de deambular por el desierto, cuando, al mando de Josué, el pueblo de Israel consiguió entrar en la Tierra Prometida. Entonces, la Tierra Prometida fue el descanso, y se podría pensar que entonces se cumplió la promesa.

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