El sumo sacerdote se elige entre los hombres para que los represente en las cosas que tienen relación con Dios. Su cometido consiste en presentar ofrendas y sacrificios por los pecados, ya que él mismo puede sentir compasión de los ignorantes y de los descarriados, puesto que él también está revestido de debilidad humana. A causa de esta misma debilidad, le corresponde, de la misma manera que ofrece sacrificios por los demás, hacerlo también en su propio favor por sus propios pecados. Nadie se apropia esta honorable posición por su cuenta, si no es llamado por Dios a ocuparla, como sucedió con Aarón. Exactamente de la misma manera, Cristo no se apropió la gloria de ser el Sumo Sacerdote, sino que fue el Dios Que le había dicho: «Tú eres mi amado Hijo; hoy Te comunico Mi propia vida y naturaleza», Quien Le dijo también en otro pasaje: «Tú eres Sacerdote para siempre de la orden de Melquisedec.» En los días que vivió esta nuestra vida humana, ofreció oraciones y súplicas con mucho clamor y muchas lágrimas al Dios Que Le podrá sacar de la muerte a salvo; y cuando fue escuchado por Dios por el santo temor que mostró, aunque era Hijo, aprendió lo que cuesta la obediencia por los sufrimientos que tuvo que pasar; y cuando llegó a estar perfectamente capacitado para la misión que se Le había encomendado, llegó a ser el Autor de la Salvación eterna de todos los que Le obedecen, porque había sido designado por Dios Sumo Sacerdote de la orden de Melquisedec.
Ahora Hebreos se pone a desarrollar el tema que es su contribución especial a la doctrina cristiana: el Sumo Sacerdocio de Jesucristo. Este pasaje establece tres cualificacioñes para los sacerdotes de cualquier edad o generación.
(i) Un sacerdote se elige entre los hombres para que los represente en las cosas que tienen relación con Dios. A. J. Gossip solía contar a sus alumnos que, cuando fue ordenado como pastor, sintió como si la gente le estuviera diciendo: «Nosotros estamos inmersos en el polvo y el calor del día; tenemos que pasar el tiempo atendiendo a los campos, las máquinas o las oficinas para que se muevan la industria y el comercio. Queremos apartarte para que entres por nosotros en el lugar secreto de Dios, y salgas a nosotros los domingos con la Palabra de Dios.» El sacerdote es el que hace de-enlace o puente entre Dios y los hombres. En Israel, el sacerdote tenía que ofrecer sacrificios por los pecados del pueblo. .El pecado interrumpía la relación con Dios y levantaba una barrera. Los sacrificios se ofrecían para suprimir esa barrera y restaurar la relación con Dios. Pero debemos fijarnos en algo que los judíos tenían muy claro, y era que los pecados por los que se hacía expiación en los sacrificios eran los pecados de ignorancia. No estaba prevista la manera de obtener el perdón de pecados que se cometieran con pleno conocimiento. El mismo autor de Hebreos ,dice: «Porque si pecamos a sabiendas después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda ningún sacrificio por los pecados» (Hebreos 10:26). Esta es una convicción que aparece una y otra vez en las leyes de los sacrificios del Antiguo Testamento. Muchos pasajes empiezan: «Cuando alguna persona pecare por yerro en alguno de los mandamientos…» (Levítico 4:2, 13). Números 15:22-31 es.un pasaje clave. En él se establecen los sacrificios que se requieren «si el pecado fue hecho por yerro con ignorancia de la congregación.» Pero al final se establece: «Mas la persona que hiciere algo con soberbia… ultraja al Señor… será cortada de en medio de su pueblo: … su iniquidad caerá sobre ella.» Deuteronomio 17:12 establece: «Y el hombre que procediere con soberbia… el tal morirá.» El pecado de ignorancia se puede perdonar; pero el pecado de soberbia, no. Sin embargo, debemos comprender que los judíos entendían por ignorancia más que simplemente falta de conocimiento. Incluían en esta categoría los pecados que se cometen cuando uno está fuera de sí dominado por la ira, la pasión o por alguna tentación muy fuerte, y también se podían perdonar los pecados de los que uno se arrepintiera sinceramente. Entendían por pecado de soberbia el pecado frío, calculado, cometido con los ojos abiertos contra Dios y que no va seguido del menor dolor. Así pues, el sacerdote existía para abrirle al pecador el camino de vuelta a Dios, siempre que el pecador quisiera volver.
(ii) El sacerdote debe estar identificado con los hombres. Tiene que haber pasado por las experiencias humanas, y debe sentir simpatía por los hombres. En este punto el autor de Hebreos se detiene para indicar que el sacerdote humano está tan unido a los demás en todo que tiene necesidad de ofrecer sacrificios por sus propios pecados antes de ofrecerlos por los de los demás. Más tarde mostrará que en esto también Jesucristo es superior a todos los sacerdotes terrenales. El sacerdote debe estar unido a los demás seres humanos en todas las cosas de la vida. En relación con esto usa una palabra maravillosa: metriopathein, que se ha traducido como sentir compasión; pero es realmente imposible de traducir.
Los griegos definían la virtud como el término medio entre dos extremos. A ambos lados estaban los extremos en los que se podía caer; y entre ellos estaba la actitud correcta. Según esto, los griegos definían metriopatheía (el nombre correspondiente) como el término medio entre un pesar extravagante y una indiferencia extrema. Era tener el sentimiento correcto acerca de los hombres. W. M. Macgregor lo definía como «el término medio entre la explosión de la ira y el consentimiento indulgente.»
Plutarco hablaba de esa paciencia que era la hija de la metriopatheía. La definía como el sentimiento de simpatía que le permite a uno levantar a otro y salvarle, ser indulgente y prestar atención. Otro griego le echa en cara a un hombre el no tener metriopatheía, y no estar dispuesto a reconciliarse con otro con el que tenía ciertas diferencias. Es una palabra maravillosa. Se refiere a la habilidad de soportar sin perder los estribos con los demás cuando no quieren aprender y cometen los mismos errores interminablemente. Describe la actitud hacia los demás que no desemboca en la ira a causa de sus faltas, y que tampoco las aprueba; pero que pacientemente se entrega, con una simpatía que es gentil pero también firme, que acaba por dirigir al descarriado al buen camino. Un sacerdote no puede ayudar a sus semejantes a menos que tenga ese don de Dios de la metriopatheía. fuerte y paciente.