Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? El le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás. Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? El dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo. Lucas 10.25-37
Quién es mi prójimo
En primer lugar, vamos a mirar la escena de esta historia. La carretera de Jerusalén a Jericó era notoriamente peligrosa. Jerusalén está a 800 metros sobre el nivel del mar; el Mar Muerto, cerca del cual está Jericó, está a 400 metros bajo el nivel del mar; así que, en menos de 30 kilómetros, la carretera salva un desnivel de 1.200 metros. Era una carretera estrecha, bordeada por rocas, con vueltas y revueltas que la hacían terreno abonado para los bandoleros. En el siglo v, Jerónimo nos cuenta que todavía la llamaban «El Camino Rojo», o «de la Sangre.» En el siglo xix todavía había que pagar dinero de seguridad a los jeques locales para usar esa carretera. Hasta el principio de la década de los 30, el famoso autor de libros de viaje H. V. Morton nos dice que le advirtieron que llegara a su destino antes de que se hiciera oscuro, porque un cierto Abu Yildah acostumbraba detener los coches y robar a los viajeros o turistas, escapándose a las montañas antes de que la policía pudiera llegar. Cuando Jesús contó esta historia, hablaba de algo que sucedía con frecuencia en la carretera de Jerusalén a Jericó.
En segundo lugar, fijémonos en los personajes.
(a) Tenemos al viajero. A menos que tuviera una urgente necesidad, no fue muy prudente poniéndose en camino de Jerusalén a Jericó a solas, y menos si llevaba mercancías de valor. Los viajeros solían ir en convoyes o caravanas. Parece ser que este hombre estaba corriendo un riesgo innecesario.
(b) Tenemos al sacerdote. Se apresuró a pasar de largo. Sin duda tenía presente que, si tocaba a un muerto, quedaba siete días en estado de impureza legal (Números 19: I1). Eso le impediría cumplir sus deberes en el templo, y no podía arriesgarse. Las exigencias rituales estaban por encima de la caridad. El templo y la liturgia contaban más para él que la vida de un hombre.
(c) Tenemos al levita. Este parece que se acercó más al herido antes de pasar de largo. A veces los bandidos usaban reclamos así: uno de ellos se haría el herido; y, cuando un viajero ingenuo se paraba a ayudar, los otros bandidos se le echaban encima y le robaban. Tal vez el levita tenía la consigna de que «lo primero es la seguridad.» No valía la pena correr riesgos para ayudar a nadie.
(d) Tenemos al samaritano. La audiencia esperaría que ése fuera el más despiadado de todos. A lo mejor no era samaritano de raza, porque los judíos no tenían trato con los .samaritanos, y sin embargo parece que éste era un viajante de comercio al que conocía bien el mesonero. En Juan 8:48 los judíos llaman samaritano a Jesús. Se daba ese nombre a los herejes y a los que no cumplían la ley ceremonial. Tal vez este hombre era samaritano en el sentido de que los judíos fanáticos le despreciaban.
Notamos dos cosas interesantes acerca de él.
(i) ¡Tenía buen crédito! El mesonero estaba dispuesto a fiarse de él. Tal vez no fuera muy sano teológicamente, pero era honrado.
(ii) Fue el único que estuvo dispuesto a ayudar. Puede que fuera hereje, pero tenía amor en el corazón. No es tan raro encontrar que los religiosos están más interesados en los dogmas que en la ayuda al necesitado, y que el que desprecian los religiosos es el que ama a su prójimo. A fin de cuentas se nos ha de juzgar, no por nuestro credo, sino por la vida que vivimos.
En tercer lugar, fijémonos en la enseñanza de la parábola. El escriba que le hizo la pregunta a Jesús iba en serio. Jesús le preguntó que qué decía la ley sobre eso. Los judíos practicantes llevaban en las muñecas unas cajitas llamadas. filacterias en las que guardaban ciertos textos de la ley: Éxodo 13:1-10, 11-16; Deuteronomio ó:4-9; 11:13-20. «Ama al Señor tu Dios» es de Deuteronomio 6:4, y 11:13. Es como si Jesús le dijera: «Lee lo que pone en tus filacterias, y encontrarás la respuesta a tu pregunta.» A esos pasajes añadió el escriba Levítico 19:18, que manda al hombre amar a su prójimo cómo a sí mismo; pero, con su pasión por las definiciones, los rabinos se preguntaban quién era el prójimo; los más estrechos contestaban que el prójimo era otro judío. Algunos hasta llegaban a decir que era ilegal ayudar a una mujer gentil en el momento del parto, porque eso sólo sería ayudar a que hubiera otro gentil en el mundo. Así. que la pregunta del escriba « ¿Y a quién se refiere eso del prójimo?» era normal.
La respuesta de Jesús implica tres cosas.
(i) Debemos ayudar al necesitado aunque se haya metido en líos por su propia culpa o imprudencia, como era-probablemente el caso del viajero de la parábola.
(ii) Cualquier persona de cualquier nación que está necesitada es nuestro prójimo.
(iii) La ayuda debe ser práctica y no limitarse a sentirlo mucho. Es posible que a eso sí llegaron el sacerdote y el levita, pero no hicieron nada más. La compasión, para ser real, tiene que desembocar en obras.
Lo que Jesús le dijo al escriba nos dice también a nosotros: «Pues, anda; obra tú de la misma manera.»