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Los setenta mensajeros regresan

Regresaron los setenta y dos discípulos llenos de gozo, diciendo: Señor, hasta los demonios mismos se sujetan a nosotros por la virtud de tu nombre. A lo que les respondió: Yo estaba viendo a Satanás caer del cielo a manera de relámpagos. Vosotros veis que os he dado potestad de hollar serpientes, y escorpiones, y todo el poder del enemigo, de suerte que nada podrá hacer daño. Con todo eso, no tanto habéis de gozaros, porque se os rinden los espíritus, cuanto porque vuestros nombres están escritos en los cielos. En aquel mismo punto Jesús manifestó un extraordinario gozo, al impulso del Espíritu Santo, y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has encubierto estas cosas a los sabios y prudentes del siglo, y las has descubierto a los humildes y pequeños. Así es, ¡oh Padre!, porque así fue tu beneplácito. El Padre ha puesto en mi mano todas las cosas. Y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo quisiera revelarlo. Y vuelto a sus discípulos, dijo: Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis; pues os aseguro que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; como también oír las cosas que vosotros oís, y no las oyeron. Lucas 10: 17-24

La verdadera gloria del hombre

A su vuelta, los Setenta estaban jubilosos por las maravillas que habían realizado en nombre de Jesús. y Él les dijo: «Yo vi a Satanás caer del Cielo como un rayo.» Eso es difícil de entender. Puede querer decir dos cosas.

(i) Puede querer decir: «Yo vi caer derrotadas las fuerzas de las tinieblas y del mal; el cuartel general de Satanás está asediado, y el Reino de Dios viene de camino.» Puede querer decir que Jesús sabía que Satanás y todos sus poderes habían recibido el golpe de muerte, aunque aún no se hubiera producido su conquista definitiva.

(ii) También puede ser una advertencia contra el orgullo. Fue el orgullo lo que hizo que Satanás se rebelara contra Dios, y en consecuencia fuera arrojado del Cielo, él, que había sido el jefe de los ángeles. Puede que Jesús les estuviera diciendo a los Setenta: «Habéis tenido vuestros triunfos; pero tened cuidado con el orgullo, porque cuando el jefe de los ángeles sucumbió al orgullo fue arrojado del Cielo.»

No cabe duda de que Jesús prosiguió advirtiendo a sus discípulos contra el orgullo y el pasarse dé confiados. Era cierto que se les había dado todo poder, pero su mayor gloria era que su nombre estaba escrito en el Cielo.

Siempre será la mayor gloria del hombre, no lo que él mismo ha hecho, sino lo que Dios ha hecho por él. Es posible que el descubrimiento del cloroformo le haya evitado al mundo más dolor que ningún otro descubrimiento médico. Una vez, alguien le preguntó a James Simpson, que fue el pionero en su uso: «¿Qué descubrimiento tuyo consideras el más grande?», esperando que le contestara « El cloroformo.» Pero contestó: « Mi mayor descubrimiento fue que Jesucristo es mi Salvador.» Hasta el hombre más grande sólo puede decir en la presencia de Dios: No ya he de gloriarme jamás, oh Dios mío, de aquellos deberes que un día cumplí. Mi gloria era vana: confió tan sólo en Cristo y su sangre vertida por mí.

El orgullo bloquea el camino del Cielo; la humildad es el pasaporte a la presencia de Dios.

La exigencia insuperable

En aquel preciso momento, el Espíritu Santo hinchió de gozo el corazón de Jesús, que exclamó: -¡Bendito seas, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra! ¡Gracias por haberles escondido todo esto a los que se creen muy inteligentes y muy listos y habérselo revelado a los pequeños! Sí, Padre: gracias porque las cosas son como a Ti te ha parecido que deben ser. El Padre me lo ha confiado absolutamente todo. Nadie conoce al Hijo más que el Padre; y tampoco nadie conoce al Padre más que el Hijo, y aquellos a los que el Hijo se Le quiere revelar- . Y, volviéndose a sus discípulos, prosiguió: – ¡Qué afortunados son los ojos que ven lo que vosotros estáis viendo! Os aseguro que muchos profetas y reyes habrían dado cualquier cosa por ver lo que vosotros estáis viendo, y por oír lo que estáis oyendo, y no se les concedió.

Hay tres grandes pensamientos en este pasaje.

(i) El versículo 21 nos habla de la sabiduría de la sencillez. La mente sencilla podía recibir verdades que las mentes cultivadas no podían admitir. Una vez dijo Arnold Bennet: « La única manera de escribir un gran libro es escribirlo con los ojos de un niño que ve las cosas por primera vez.» Es posible pasarse de listo. Es posible ser tan erudito que los árboles no le dejan a uno ver el bosque. Alguien ha dicho que la prueba de un pensador verdaderamente grande es cuánto es capaz de olvidar.

Después de todo, la fe evangélica no consiste en saberse todas las teorías acerca del Nuevo Testamento; y menos saberse todas las teologías o las cristologías; no consiste en saber acerca de Cristo, sino en conocer a Cristo; y para eso lo que hace falta no es sabiduría terrenal, sino gracia celestial.

(ii) El versículo 22 nos habla de la relación única y exclusiva que hay entre Jesús y Dios. Esto es lo que el Cuarto Evangelio quiere decir con « El Verbo se hizo carne» (Juan 1:14), o cuando pone en labios de Jesús «Yo y el Padre, una cosa somos», o «El que me ha visto, ha visto al Padre» (Juan 10:30, y 14:9). Para los griegos, Dios era incognoscible. Había una sima infranqueable entre la materia y el espíritu, entre el hombre y Dios. «Es muy difícil -decían- conocer a Dios; y, si se llega a conocerle, es imposible comunicarle a otro ese conocimiento.» Pero cuando vino Jesús, dijo: « Si queréis saber cómo es Dios, miradme a mí.» Más que hablar a los hombres acerca de Dios, lo que Jesús hizo fue mostrarles a Dios, porque en Él estaban la mente y el corazón de Dios.

(iii) Los versículos 23 y 24 nos dicen que Jesús es la consumación de toda la Historia. Jesús dice en esos versículos: «Yo soy el que todos los profetas y los santos y los reyes esperaban y anhelaban.» Eso es lo que quena decir Mateo cuando una y otra vez escribe en su evangelio: «Esto sucedió para que se cumpliera lo que dijo el profeta…» (cp. Mateo 2:1 S, 17, 23).

Jesús es la cima que la Historia trataba de escalar, la meta que quería alcanzar, el imán que atraía a los hombres de Dios. Si quisiéramos decirlo en términos modernos para los que creen en la evolución, la lenta escalada del hombre desde el nivel de las bestias: Jesús es el clímax y el punto omega del proceso evolucionario, porque en Él el hombre llega a Dios; es a un tiempo la perfección de la humanidad y la plenitud de la divinidad.

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