Cuando Jesús oyó que habían metido a Juan en la cárcel, pasados esos dos días, salió de Samaria y se dirigió a Galilea para anunciar las buenas noticias de parte de Dios; lleno del poder del Espíritu Santo, y se hablaba de él por toda la tierra de alrededor. Porque, como él mismo dijo, a un profeta no lo honran en su propia tierra. Cuando llegó a Galilea, los de aquella región lo recibieron bien, porque también habían ido a la fiesta de la Pascua a Jerusalén y habían visto todo lo que él hizo entonces. Enseñaba en la sinagoga de cada lugar, y todos le alababan. Pero no se quedó en Nazaret, sino que se fue a vivir a Cafarnaúm, a orillas del lago, en la región de las tribus de Zabulón y Neftalí. Esto sucedió para que se cumpliera lo que había escrito el profeta Isaías: «Tierra de Zabulón y de Neftalí, al otro lado del Jordán, a la orilla del mar: Galilea, donde viven los paganos. El pueblo que andaba en la oscuridad vio una gran luz; una luz ha brillado para los que vivían en sombras de muerte.» Desde entonces Jesús comenzó a proclamar: «Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios, y acepten con fe sus buenas noticias, porque el reino de los cielos está cerca.” Mateo 4:12-17; Marcos 1:14-15; Lucas 4:14-15; Juan 4:43-45
No pasó mucho tiempo antes que le sobreviniera el desastre a Juan. Le detuvieron y le metieron en la cárcel en las mazmorras del castillo de Maqueronte por orden del rey Herodes. Su crimen había sido el denunciar públicamente que Herodes había seducido a la mujer de su hermano, y luego se había casado con ella después de divorciarse de la mujer anterior. No está uno nunca a salvo si denuncia a un déspota oriental, y el valor de Juan le trajo en consecuencia primero la cárcel y luego la muerte. Más tarde volveremos a los detalles de esa historia que Mateo nos dice en Mateo 14:3-12: Es que Herodes había hecho arrestar y encarcelar a Juan. Lo hizo por causa de Herodías, esposa de su hermano Filipo, pues Juan había dicho a Herodes: “No debes tenerla como tu mujer.” Herodes, que quería matar a Juan, tenía miedo de la gente, porque todos creían que Juan era un profeta. Pero en el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías salió a bailar delante de los invitados, y le gustó tanto a Herodes que le prometió bajo juramento darle cualquier cosa que pidiera. Ella entonces, aconsejada por su madre, dijo a Herodes: Dame en un plato la cabeza de Juan el Bautista. Esto entristeció al rey Herodes; pero como había hecho un juramento en presencia de sus invitados, mandó que se la dieran. Ordenó, pues, cortarle la cabeza a Juan en la cárcel; luego la llevaron en un plato y se la dieron a la muchacha, y ella se la entregó a su madre. Llegaron los seguidores de Juan, se llevaron el cuerpo y lo enterraron; después fueron y avisaron a Jesús.
Jesús supo que Le había llegado el momento de ponerse en campaña. Fijémonos en qué fue lo primero que hizo. Se marchó de Nazaret y puso su residencia en el pueblo de Cafernaún. Había una especie de finalidad simbólica en esa mudanza. En aquel momento Jesús se marchó de su casa para no volver a vivir en ella nunca más. Es como si se cerrara la puerta que dejaba atrás antes de abrir la que tenía delante. Era un corte limpio entre lo antiguo y lo nuevo. Se había terminado un capítulo y empezaba otro. A veces llegan a la vida esos momentos de decisión. Siempre es mejor recibirlos con un corte hasta quirúrgico que vacilar indecisamente entre dos cursos de acción.
Fijémonos adónde fue Jesús. Se fue a Galilea. Cuando Jesús se fue a Galilea para empezar Su misión y Su ministerio, Él sabía lo que estaba haciendo. Galilea era el distrito más septentrional de Palestina. Se extendía desde el río Litani, el antiguo Leontes, al Norte hasta la llanura de Esdrelón al Sur. Por el Oeste no llegaba hasta la costa del Mediterráneo, porque la banda costera estaba en posesión de los fenicios. Limitaba por el Nordeste con Siria, y su frontera oriental eran las aguas del Mar de Galilea. Galilea no era muy extensa; sólo ochenta kilómetros de Norte a Sur por cuarenta de Este a Oeste.
Pero, aunque fuera pequeña, Galilea estaba densamente poblada; era con mucho la región más fértil de Palestina; su fertilidad era fenomenal y proverbial. La lista de árboles que crecían en ella demuestra su sorprendente fertilidad: vid, olivo, higuera, roble, nogal, terebinto, palmera, cedro, ciprés, morera, abeto, pino, sicomoro, laurel, mirto, almendro, granado, cidro y adelfa. Había un dicho de que era más fácil criar una legión de olivos en Galilea que un chico en Judea. Josefo, que fue en un tiempo gobernador de la provincia, dice: «Es rica por todas partes de suelo y pastos, produciendo todas las variedades de árboles e invitando por su productividad hasta a los que tienen menos interés en la agricultura; está toda labrada; no se deja ninguna parte en barbecho, y es productiva en su totalidad.» En consecuencia, Galilea tenía una enorme población comparada con su tamaño. Josefo nos dice que había doscientos cuatro pueblos en ella, ninguno con menos de quince mil habitantes. Parece increíble que pudiera haber una población de unos 3.000.000 en Galilea. Jesús empezó Su misión en la parte de Palestina donde había más personas que pudieran oírle; empezó Su obra en un área que hervía de gente a la que se podía proclamar el Evangelio.
Pero Galilea no era sólo un distrito populoso; sus habitantes tenían ciertas características. De todas las partes de Palestina, Galilea era la más abierta a las nuevas ideas. Josefo dice de los galileos: «Siempre les gustaban las innovaciones, y estaban dispuestos por naturaleza a los cambios, y alucinaban con las sediciones.» Siempre estaban dispuestos a seguir a un líder y empezar una insurrección. Eran notoriamente vivos de genio y dados a las peleas. Pero, a pesar de todo, eran de lo más caballerosos. «Los galileos -dice Josefo- no están nunca desprovistos de coraje.» «La cobardía no fue nunca una característica de los galileos.» «Les importaba más el honor que la ganancia.» Las características innatas de los galileos eran tales que los hacían tierra fértil para que se les predicara el Evangelio. Su apertura a nuevas ideas se debía a ciertos hechos.
(i) El nombre de Galilea viene de la palabra hebrea Galil, que quiere decir círculo. El nombre completo de la zona era Galilea de los gentiles. Plummer sugiere que quería decir «la pagana Galilea.» Pero la frase procedía del hecho de que Galilea estaba literalmente rodeada de gentiles. Por el Oeste, sus vecinos eran los fenicios. Por el Norte y el Este, los sirios. y hasta por el Sur estaba el territorio de los samaritanos. Galilea era de hecho la única parte de Palestina que estaría inevitablemente en contacto con influencias e ideas no judías. Galilea no tenía más remedio que estar abierta a nuevas ideas más que ninguna otra parte de Palestina.
(ii) Por Galilea pasaban las grandes carreteras del mundo, como ya hemos visto cuando hablábamos del pueblo de Nazaret. El Camino del Mar iba de Damasco a Egipto y África pasando por Galilea. La carretera del Este que llegaba hasta las últimas fronteras pasaba por Galilea. El tráfico del mundo pasaba por Galilea. Allá lejos al Sur, Judea estaba remetida en una esquina, aislada y encerrada. Como se ha dicho muy bien, «Judea no está de camino a ninguna parte; Galilea está de camino a todas partes.» Judea podía erigir una valla para protegerse de todas las influencias extranjeras y de todas las nuevas ideas; Galilea nunca podría hacerlo. Era inevitable que llegaran las nuevas ideas a Galilea.
(iii) La posición geográfica de Galilea había afectado su historia. Una y otra vez había sido invadida y conquistada, y las oleadas de extranjeros habían fluido a menudo sobre ella y algunas veces la habían inundado.
En sus orígenes había sido asignada a las tribus de Aser, Neftalí y Zabulón cuando los israelitas llegaron por primera vez a la tierra; pero estas tribus no habían tenido nunca un éxito total en expulsar a los habitantes nativos cananitas, y desde el principio Galilea tuvo una población mezclada. Más de una vez las invasiones extranjeras la habían barrido desde el Norte y el Este desde Siria, y en el siglo VIII a.C. los asirios la habían inundado totalmente, llevándose al exilio a la mayor parte de su población y asentando a extranjeros en su tierra. Inevitablemente esto produjo una considerable inyección de sangre extranjera en Galilea.
Desde el siglo VIII hasta el II a.C. había estado mayormente en manos gentiles. Cuando volvieron los judíos del exilio bajo Nehemías y Esdras, muchos de los galileos se mudaron al Sur para vivir en Jerusalén. En 164 a.C., Simón Macabeo persiguió a los asirios al Norte, echándolos de Galilea a su propia tierra; y en su viaje de vuelta se llevó consigo a Jerusalén el resto de los Galileos que quedaba.
La cosa más sorprendente de todas fue que el año 104 a.C. Aristóbulo reconquistó Galilea para la nación judía e hizo circuncidar a la fuerza a los habitantes de Galilea, haciéndolos así judíos quisieran que no. La historia había obligado a Galilea a abrir sus puertas a nuevos tipos de sangre y a nuevas ideas y a nuevas influencias.
Las características naturales de los galileos, y la preparación de la historia, habían hecho de Galilea el único lugar de toda Palestina donde un nuevo maestro con un nuevo mensaje tenía una oportunidad bien real de que le oyeran, y fue allí donde Jesús empezó Su misión y anunció por primera vez Su Mensaje.
El heraldo de Dios
Antes de salirnos de este pasaje hay algunas cosas más que debemos notar. Fue al pueblo de Cafarnaún a donde se mudó Jesús. La forma correcta del nombre es Capernaúm. La forma Capernaúm no aparece en absoluto hasta el sigo V d.C., pero a algunos se nos ha lijado en la memoria de tal manera que sigue manteniéndose en la Reina-Valera. Ha habido mucha discusión acerca de la localización de Cafarnaún. Se han sugerido dos lugares. La identificación más corriente, y la más probable, es que Cafarnaún es Tell Hum que está al lado occidental del extremo norte del Mar de Galilea; la identificación alternativa y menos probable, es que fuera Jan Minyeh, que está a unos cuatro kilómetros más al suroeste. En cualquier caso, no quedan más que unas ruinas para mostrar dónde estuvo Cafarnaún una vez.
Mateo tenía la costumbre de encontrar en el Antiguo Testamento algo que podía usar como una profecía acerca de cualquier acontecimiento de la vida de Jesús. Encuentra esta profecía en Isaías 9:1: y el oprimido no podrá escapar. Al principio Dios humilló a Galilea, tierra de Zabulón y de Neftalí, región vecina a los paganos, que se extiende desde el otro lado del Jordán hasta la orilla del mar; pero después le concedió mucho honor. De hecho, es otra de las profecías que Mateo extrae violentamente de su contexto y usa en su extraordinaria manera. Es una profecía que se retrotrae al reinado de Peka. En aquellos días, la parte septentrional de Palestina, incluyendo Galilea, había sido arrasada por el ejército invasor de los asirios; y ésta fue originalmente una profecía de la liberación de estos territorios conquistados que tendría lugar algún día. Mateo encuentra en ella una profecía que anunciaba la luz que traería Jesús. Por último, Mateo nos da un breve sumario del mensaje que proclamaba Jesús. La Reina-Valera dice que Jesús comenzó a predicar. La palabra predicar ha bajado de categoría en el mundo; se conecta en las mentes de muchas personas con el aburrimiento. La palabra en griego es kéryssein, que es la que se usa para la proclamación de un heraldo del rey. Kéryx es la palabra griega para heraldo y el heraldo era el que traía un mensaje directamente del rey.
Esta palabra nos comunica ciertas características de la predicación de Jesús, y éstas son las características que debería tener toda predicación.
(i) El heraldo tenía en su voz una nota de seguridad. No había la menor duda acerca de su mensaje; no venía con tal veces ni con puede que o probablemente; venía con un mensaje definitivo.
Goethe decía: «Háblame de tus certezas; que para dudas ya tengo yo bastantes.» La predicación es la proclamación de certezas, y nadie puede hacer que otros acepten como seguro lo que para él está en duda.
(ii) El heraldo tenía en su voz una nota de autoridad. Hablaba en nombre del rey; establecía y anunciaba la ley del rey, la orden del rey, la decisión del rey. Como se dijo de un gran predicador, «no suponía entre nebulosas; sabía.» La predicación, como se ha dicho, es la aplicación de la autoridad profética a la situación presente.
(iii) El mensaje del heraldo procedía de una fuente más allá de sí mismo; procedía del rey. La predicación habla desde una fuente más allá del predicador. No es la expresión de las opiniones personales de un hombre; es la voz de Dios trasmitida al pueblo por medio de una persona. Era con la voz de Dios como Jesús hablaba a los hombres.
El mensaje de Jesús constaba de un mandamiento que era la consecuencia de una nueva situación. «¡Arrepentíos!» -decía. «Volveos de vuestros propios caminos, y volved a Dios. Levantad vuestra mirada de la tierra y ponedla en el cielo. Cambiad el sentido de vuestra dirección, y dejad de alejaros de Dios y empezad a caminar hacia Dios.» Ese mandamiento había llegado a ser urgentemente necesario porque el Reinado de Dios estaba a punto de empezar. La eternidad había invadido el tiempo; Dios había invadido la Tierra en Jesucristo, y por tanto era de suprema importancia el escoger la dirección y el lado correctos. Hay en este resumen del mensaje de Jesús tres grandes palabras características de la fe cristiana.
(i) Tenemos la Buena Noticia. Fue por encima de todo una buena noticia lo que Jesús vino a traer a la humanidad. Si seguimos la palabra euanguelion, buena noticia, evangelio por todo el Nuevo Testamento podemos descubrir por lo menos algo de su contenido.
(a) Es la buena noticia de la verdad: Pero ni por un momento nos dejamos llevar por ellos, porque queríamos que la verdad del evangelio permaneciera en ustedes. (Gálatas 2:5); animados por la esperanza de lo que a ustedes se les ha reservado en el cielo. De esto y a oyeron hablar al escuchar el mensaje de la verdad contenido en el evangelio (Colosenses 1:5). Hasta que vino Jesús, la humanidad no podía hacer más que suposiciones, y buscar a Dios a tientas. «¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!» (Job 23:3). Marco Aurelio decía que el alma no puede ver más que confusamente; y la palabra que usa quiere decir en griego ver las cosas a través del agua. Pero con la llegada de Jesús podemos ver claramente cómo es Dios. Ya no tenemos que hacer suposiciones y andar a tientas; podemos saber.
(b) Es la buena noticia de la esperanza: Pero para esto deben permanecer firmemente basados en la fe, sin apartarse de la esperanza que tienen por el mensaje del evangelio que oyeron. Este es el mensaje que se ha anunciado en todas partes del mundo, y que yo, Pablo, ayudo a predicar. (Colosenses 1:23). El mundo antiguo era un mundo pesimista. Séneca hablaba de «nuestra indefensión en las cosas necesarias.» En su lucha por la bondad, las personas eran derrotadas. La llegada de Jesús trae esperanza a corazones desesperados.
(c) Es la buena noticia de la paz: Estén siempre listos para salir a anunciar el mensaje de la paz. (Efesios 6: 15). El precio de ser persona es tener una personalidad dividida. En la naturaleza humana, la bestia y el ángel están inseparablemente entremezclados. Se dice que una vez Schopenhauer, el filósofo lúgubre, fue hallado vagando. Se le preguntó: «¿Quién eres tú?» «Eso es lo que me gustaría que tú me pudieras decir,» contestó. Robert Bums decía de sí mismo: «Mi vida me recuerda un templo en ruinas. ¡Qué fortaleza, qué proporción en algunas partes! ¡Qué desdentados tan feos, qué ruinas tan irrecuperables en otras!» El problema humano siempre ha consistido en que uno se siente asediado tanto por el pecado como por la bondad. La venida de Jesús unifica esa personalidad desintegrada. Uno encuentra victoria sobre un yo en guerra cuando Jesucristo le conquista.
(d) Es la buena noticia de la promesa de Dios: El designio secreto es este: que por el evangelio Dios llama a todas las naciones a participar, en Cristo Jesús, de la misma herencia, del mismo cuerpo y de la misma promesa que el pueblo de Israel. (Efesios 3: 6). Es verdad que los seres humanos siempre han pensado más bien en un Dios de amenazas que en un Dios de promesas. Todas las religiones no cristianas conciben un Dios exigente; sólo el Cristianismo nos habla de un Dios que está más dispuesto a dar de lo que nosotros estamos a pedir.
(e) Es la buena noticia de la inmortalidad: Esa bondad se ha mostrado gloriosamente ahora en Cristo Jesús nuestro Salvador, que destruyó el poder de la muerte y que, por el evangelio, sacó a la luz la vida inmortal. (2 Timoteo 1:10). Para los paganos la vida era el camino hacia la muerte; la persona humana se caracterizaba por ser un ser moribundo; pero Jesús nos trajo la buena noticia de que vamos de camino a la vida, no a la muerte.
(f) Es la buena noticia de la salvación: Gracias a Cristo, también ustedes que oyeron el mensaje de la verdad, la buena noticia de su salvación, y abrazaron la fe, fueron sellados como propiedad de Dios con el Espíritu Santo que él había prometido. (Efesios 1:13). Esta salvación no es meramente negativa; es también positiva. No es simplemente la liberación del castigo y la evasión del pecado pasado; es el poder para vivir la vida victoriosamente y para conquistar el pecado. El mensaje de Jesús es una buena noticia sin duda.
(ii) Tenemos la palabra arrepentíos. Ahora bien, el arrepentimiento no es tan fácil como pensamos. La palabra griega; metánoia quiere decir un cambio de mentalidad. Somos propensos a confundir dos cosas: el dolor por las consecuencias del pecado, y el dolor por el pecado mismo.
Muchas personas están apesadumbradas por el lío en que las ha metido el pecado, pero saben muy bien que si pudieran estar razonablemente. seguras de que podían librarse de las consecuencias, no les importaría volver a hacerlo todo igual que antes. No es el pecado lo que odian, sino sus consecuencias. El verdadero arrepentimiento quiere decir que la persona ha llegado, no sólo a sentir las consecuencias de su pecado, sino a odiar el pecado mismo. Hace mucho, aquel anciano y sabio escritor Montaigne escribió en su autobiografía: «Habría que enseñar a los niños a odiar el vicio por su propia naturaleza para que no solamente evitaran caer en él, sino que lo abominaran en sus corazones -que el solo pensamiento del vicio les repugnara en cualquier forma que tomara.» El arrepentimiento quiere decir que la persona que estaba enamorada del pecado llega a aborrecerlo a causa de su indudable pecaminosidad.
(iii) Tenemos la palabra creed. «Creed -dice Jesús- la buena noticia.» Creer la Buena Noticia quiere decir simplemente tomarle la palabra a Jesús, creer que Dios es la clase de Dios que Jesús nos ha presentado, creer que Dios ama de tal manera al mundo que hará cualquier sacrificio para hacerlo volver a Él, creer que lo que nos parece demasiado bueno para ser verdad es verdad en realidad.
Tan pronto como salió Jesús del desierto tuvo que arrostrar otra decisión: sabía que su hora había sonado, había escogido de una vez para siempre el método que iba a seguir, y ahora tenía que decidir dónde empezar. Y empezó en Galilea. Esa fue la tierra en la que empezó Jesús. Era su propia tierra; y le dio, por lo menos al principio, una audiencia dispuesta a escucharle y a enardecerse con su mensaje.
Empezó en la sinagoga. La sinagoga era el verdadero centro de la vida religiosa de Palestina. No había más que un templo; pero la ley decía que donde hubiera diez familias judías tenía que haber una sinagoga, así es que en todos los pueblos y aldeas había una sinagoga en la que la gente se reunía para hacer el culto. En la sinagoga no se hacían sacrificios; eso era cosa del templo. La sinagoga era para la enseñanza. Pero, ¿cómo podía Jesús conseguir entrar en la sinagoga y exponer allí su mensaje si no era más que un laico, el carpintero de Nazaret? El culto de la sinagoga constaba de tres partes:
(a) Había una parte en la que se hacían oraciones.
(b) Otra era la lectura de las Escrituras: siete varones de la congregación leían el texto en hebreo antiguo, que pocos entendían, y los targumistas o intérpretes lo traducían al arameo o al griego, un versículo de cada vez en el caso de la Ley, y de tres en tres en el de los Profetas.
(c) La parte de la enseñanza. En la sinagoga no había un ministerio profesional ni ninguna persona especial que hiciera la predicación; el presidente invitaba a hablar a cualquier persona distinguida que estuviera presente, y luego había lugar para la participación de los presentes y la discusión. Así es como Jesús tuvo oportunidad de enseñar en la sinagoga, cuya plataforma no le estaba cerrada todavía en esta etapa.
El pasaje termina diciendo que «todo el mundo le tenía en gran estimación.» Este período del ministerio de Jesús se ha llamado la primavera galilea. Llegó Jesús como una bocanada de la brisa de Dios. La oposición aún no había cristalizado. Los corazones humanos estaban hambrientos de la Palabra de Dios, y aún no se habían dado cuenta del golpe que había de dar Jesús a la ortodoxia de su tiempo. El que tiene mensaje siempre atrae una audiencia.
Los tres evangelios sinópticos contienen el dicho de Jesús de que a un profeta no se le reconoce en su propia tierra (Marcos 6:4; Mateo 13:57; Lucas 4:24). Era un antiguo y conocido refrán, pero Juan lo introduce en un contexto diferente. En los otros evangelios está en pasajes en los que se cuenta que Jesús fue rechazado por Sus propios paisanos galileos, mientras que Juan lo pone aquí en una ocasión en que Le aceptaron.
Ya hemos visto que Jesús había salido de Judea y se había dirigido a Galilea para evitar la controversia que estaba provocando Su creciente popularidad. La hora del conflicto no había llegado: Los fariseos se enteraron de que Jesús hacía más discípulos y bautizaba más que Juan (aunque en realidad no era Jesús el que bautizaba, sino sus discípulos). Cuando Jesús lo supo, salió de Judea para volver a Galilea. En su viaje, tenía que pasar por la región de Samaria. (Juan 4:1-4). Puede ser que Jesús se marchara a Galilea esperando poder retirarse a descansar. Y puede ser que en Galilea pasara exactamente lo mismo que había sucedido en Samaria y que hubiera una respuesta positiva a Su enseñanza. Puede ser que nos encontremos aquí con una de las diferencias del Cuarto Evangelio con respecto a los otros tres. Ya hemos visto que Juan nos relata el ministerio de Jesús en Judea, mientras que los sinópticos se limitan exclusivamente a Su ministerio en Galilea. Jesús era judío, de la tribu de Judá y nacido en la ciudad de David, Belén, aunque este hecho no lo sabían los judíos: La Escritura dice que el Mesías tiene que ser descendiente del rey David, y que procederá de Belén, Como dice la Escritura, del corazón del que cree en mí brotarán ríos de agua viva. (Juan 7.42), que daban por supuesto que Jesús era galileo porque venía de Nazaret, donde había vivido casi toda Su vida; y de ahí que Le llamaran Jesús Nazareno. Así que es posible que Jesús citara el refrán del profeta que no es reconocido en su tierra refiriéndose a Su experiencia en Judea. En los otros evangelios también se presenta Su éxito inicial en Galilea, lo que se suele llamar La primavera galilea, como mencionáramos anteriormente.
Sea como fuere, este pasaje y el precedente nos presentan el argumento irrefutable a favor de Cristo. Los samaritanos creyeron en Jesús, no por lo que les dijo otra persona, sino porque ellos mismos Le oyeron hablar de cosas nunca jamás oídas. Los galileos creyeron en Jesús, no por lo que les dijera otra persona acerca de El, sino porque Le vieron hacer en Jerusalén cosas que no se habían visto en la vida. Lo que Jesús decía y hacía eran credenciales a las que no se podía oponer nada.
Aquí tenemos una de las grandes verdades de la vida cristiana. La única prueba convincente del Evangelio es la experiencia cristiana. Puede que a veces tengamos que discutir con la gente hasta que las barreras intelectuales que han levantado se les vengan abajo y se rinda la ciudadela de su mente. Pero, en la inmensa mayoría de los casos, lo único realmente convincente es decir: «Yo sé cómo es Jesús, y lo que puede hacer. Todo lo que te puedo decir es que, si Le ofreces una oportunidad en tu vida, ya verás lo que te sucede.» El evangelismo realmente eficaz empieza cuando podemos decir: «Yo sé lo que Cristo ha hecho por mí. -Y añadimos-: «Ofrécele una oportunidad, y verás lo que puede hacer por ti.»
Aquí nos encontramos otra vez con la tremenda responsabilidad que nos corresponde. Nadie es probable que quiera hacer la prueba a menos que vean su eficacia en nuestra vida. No servirá de mucho el decirle a los demás que Cristo puede traer a su vida gozo y paz y poder, cuando nuestra vida es lúgubre, angustiada y derrotada. Los demás se convencerán de que vale la pena entregarse a Cristo solamente cuando vean que para nosotros ha conducido a una experiencia que da envidia.