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Ponen a Jesús en una tumba

Cuando llegó la noche, porque era la preparación, es decir, la víspera del día de reposo, vino un hombre rico de Arimatea, ciudad de Judea, llamado José, miembro noble del concilio, varón bueno y justo, y no había consentido en el acuerdo ni en los hechos de ellos, que también esperaba el reino de Dios, y había sido discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo de los judíos, vino y entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se sorprendió de que ya hubiese muerto; y haciendo venir al centurión, le preguntó si ya estaba muerto. Informado por el centurión, entonces Pilato mandó que se le diese el cuerpo a José, el cual compró una sábana. Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en la sábana limpia. Y en el lugar donde había sido crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno. Allí, pues, por causa de la preparación de la pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús. Y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue. Y estaban allí María Magdalena, y la otra María, madre de José, que habían venido con él desde Galilea, sentadas delante del sepulcro y miraban dónde lo ponían y cómo fue puesto su cuerpo. Y vueltas, prepararon especias aromáticas y ungüentos; y descansaron el día de reposo, conforme al mandamiento. También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos. Mateo 27: 57-61; Marcos 15: 42-47; Lucas 23: 50-56; Juan 19.38-42

Según la ley judía, ni siquiera el cuerpo de un criminal debía dejarse expuesto toda la noche, sino que tenía que, enterrarse el -mismo día. «Su cuerpo no permanecerá toda la noche sobre el madero, sino que lo enterraréis el mismo día» (Deuteronomio 21: 22s). Esto era doblemente obligatorio cuando, tomo en el caso de Jesús, el día siguiente era sábado. Según la ley romana, los parientes de un criminal podían solicitar su cuerpo para enterrarlo; y si no lo solicitaba nadie se dejaba a merced de los perros y de los animales carroñeros.

Ahora bien, ninguno de los parientes de Jesús estaba en posición de reclamar Su cuerpo, porque eran todos galileos, y ninguno tenía una tumba en Jerusalén. Así que el pudiente José de Arimatea intervino. Se dirigió a- Pilato y solicitó que le permitiera hacerse cargo del cuerpo de Jesús. Se le concedió, y lo puso en una tumba en la roca en la que no se había enterrado a nadie. José será siempre recordado como el hombre que Le dio una tumba a Jesús.

Han surgido muchas leyendas en torno a la figura de José de Arimatea, algunas de las cuales tienen un interés especial para los ingleses. La más conocida dice que en el año 61 d.C., Felipe envió a José, desde la Galia, a predicar el Evangelio en Inglaterra. José fue, llevando consigo el cáliz que se usó en la Última Cena, y que entonces contenía la sangre que Jesús derramó en la Cruz. Ese cáliz llegaría a ser conocido como el Santo Graal, famoso en las historias de los caballeros del rey Arturo. Cuando José y su grupo de misioneros escalaron la colina Weary-all y llegaron al otro lado, se encontraron en Glastonbury; allí José pinchó su bordón en la tierra, -y de él creció el famoso espino de Glastonbury. Es absolutamente cierto que Glastonbury fue mucho tiempo- el lugar más sagrado de Inglaterra, y todavía es un centro de peregrinación. La leyenda dice que el espinó original lo taló un puritano, pero que el espino que crece allí hasta el día de hoy brotó de la misma raíz antigua; y hasta el día de hoy se níandan esquejes de él por todo el mundo. Así que la leyenda conecta a José de Arimatea con Glastonbury e Inglaterra.

Pero hay una leyenda menos conocida, recordada en uno de los himnos y poemas más famosos de la literatura inglesa. Es una leyenda todavía muy viva en Somerset. José, dice la leyenda, era mercader de estaño, y vino mucho antes dé que le enviara Felipe en visitas frecuentes a las minas de estaño de Cornwall. El pueblo de Marazion en Cornwall tiene otro nombre: algunas veces se le llama Market Jew, «el judío del mercado», y se dice que fue el centro de una colonia de judíos que eran mercaderes de estaño-. La leyenda llega más lejos: José de Arimatea, nos dice, era tío de María la Madre de Jesús. (¿Podría ser que José hiciera uso del derecho que le concedía la ley romana de reclamar el cuerpo de Jesús porque era pariente Suyo?). Y se dice que trajo al niño Jesús consigo en uno de sus viajes a Cornwall. Es una preciosa leyenda que nos gustaría que fuera verdad -sobre todo a los ingleses-;porque sería emocionante pensar que los pies del niño Jesús tocaron en tiempos la tierra inglesa.

Se dice muchas veces que José le dio una tumba a Jesús cuando murió, pero no le acercó durante Su vida. José era miembro del sanedrín (Lucas 23:50); y Lucas nos dice que no había dado su conformidad al plan y a la acción (del tribunal) (Lucas 23:51. Es posible que la reunión del sanedrín que se convocó en la casa de Caifás durante la noche fuera selectiva. No parece probable que todo el sanedrín estuviera allí. Bien puede ser que Caifás citara solamente a los que quería que estuvieran presentes, los que estaba seguro de que le apoyarían, y que José no tuviera oportunidad de estar allí.

No cabe duda de que al final José desplegó el mayor valor. Se manifestó como simpatizante de un criminal crucificado; arrostró el resentimiento posible de Pilato; y también el previsible odio de los judíos. Bien puede ser que José de Arimatea hiciera todo lo que le fue posible hacer. Todavía queda una incógnita. La mujer que se llama la otra María se identifica como María la madre de José en Marcos 15:47. Ya hemos visto que estas mujeres estuvieron presentes en Gólgota; su amor les hizo seguir a Jesús en la vida y en la muerte.

Jesús murió a las 3 de la tarde del viernes, y el día siguiente era sábado. Ya hemos visto que los días empezaban a las 6 de la tarde; por tanto, cuando Jesús murió ya era el tiempo de preparación para el sábado, y no había tiempo que perder, porque después de las 6 entraría en vigor la ley del sábado y no se podría hacer ningún trabajo.

José de Arimatea actuó con diligencia. Ocurría con frecuencia que los cuerpos de los condenados a muerte no se llevaban a enterrar, sino se bajaban de la cruz y se dejaban a merced de los buitres y los demás animales carroñeros. De hecho se ha sugerido que Gólgota puede que recibiera ese nombre porque estaba sembrado de calaveras de ejecutados. José se dirigió a Pilato. Sucedía a menudo que los crucificados tardaban días en morir, y Pilato se sorprendió de saber que Jesús ya había muerto, sólo seis horas después de ser crucificado. Pero, cuando comprobó los hechos con el centurión, le dio a José el cuerpo de Jesús. José es un personaje evangélico sumamente interesante; y tal vez, como hemos dicho de Pedro en el momento de su debilidad, debamos revisar nuestro juicio acerca del discípulo secreto José de Arimatea.

(i) Hay algo trágico acerca de José. Era miembro del Sanedrín, y sin embargo no tenemos la menor insinuación de que dijera ni una palabra a favor de Jesús o interviniera de alguna manera a Su favor. José es el hombre que Le prestó a Jesús una tumba después de muerto, pero que guardó silencio cuando estaba vivo. Es una de las tragedias más corrientes de la vida el que guardemos las coronas de flores y los elogios para los muertos, cuando habría sido infinitamente mejor darles algunas de estas flores y palabras de aprecio cuando todavía estaban vivos.

(ii) Bien puede ser que fuera por José por quien se llegara a saber cómo había sido el juicio de Jesús ante el Sanedrín. Por supuesto que ninguno de los discípulos estaba allí. La información debe de haber venido de algún miembro del Sanedrín, y es probable que ése fuera José. En ese caso hizo una contribución importante al relato evangélico. Pero también puede ser, a juzgar por el coraje que desplegó José en este pasaje, que no le faltara tampoco en el Sanedrín, y que el hecho de que no tengamos noticias de sus intervenciones en el juicio de Jesús fuera debido más bien a su discreta humildad.

(iii) En cualquier caso José fue uno de aquellos a quienes la Cruz movió aún más que la vida de Jesús. Cuando vio a Jesús vivo, sintió Su atracción, pero tal vez no llegó a comprometerse totalmente con Él; pero cuando vio a Jesús morir -y es de suponer que estuviera presente en la crucifixión- se le quebró el corazón de amor, y no dejó que ninguna actitud de prudencia le impidiera darse a conocer corito amigo de Jesús cuando hasta Sus mismos discípulos estaban escondidos. Primero el centurión, y después José. Es maravilloso lo pronto que empezaron a hacerse realidad las palabras de Jesús cuando dijo que cuando fuera levantado de la tierra atraería a Sí a todos los hombres (Juan 12:32).

La costumbre era que los cuerpos de los criminales no se enterraban, sino que se dejaban para los perros y los buitres; pero José de Arimatea salvó el cuerpo de Jesús de esa suerte indigna. No quedaba mucho tiempo, porque Jesús fue crucificado el viernes, y el sábado, el día de reposo, empezaba a la puesta del Sol. Por eso las mujeres no tuvieron tiempo más que para ver dónde enterraba José el cuerpo de Jesús, e irse a casa a preparar los perfumes y ungüentos para embalsamarlo cuando pasara el descanso del sábado, porque habría sido ilegal hacerlo antes.

José de Arimatea es una figura de gran interés.

(i) Cuenta la leyenda que el año 61 d.C. Felipe le envió a Gran Bretaña, y llegó a Glastonbury. Llevaba el cáliz que se había usado en la última Cena, que contenía parte de la sangre de Cristo. Ese era el «Santo Grial» que los legendarios caballeros del rey Arturo querían encontrar. Cuando José llegó a Glastonbury, se dice que pinchó su bordón en la tierra para descansar apoyado en él, y reverdeció formando un árbol que florece en Navidad. El espino de san José sigue floreciendo en Glastonbury, y todavía se siguen mandando esquejes a todo el mundo. Allí en Glastonbury se construyó la primera iglesia de Inglaterra, que la leyenda conecta con san José de Arimatea y que sigue siendo un lugar de peregrinación.

(ii) José de Arimatea es, en cierto sentido, una figura trágica. Es el hombre que le prestó su tumba a Jesús. Era miembro del Sanedrín; se nos dice que no estuvo de acuerdo con la sentencia y la acción de aquel tribunal, pero no se nos dice que lo expresara así. Tal vez guardó silencio, o tal vez se ausentó cuando comprendió que era inútil evitar aquel curso de acción con el que no estaba de acuerdo. ¡Cómo habría ayudado a Jesús si, en aquella asamblea tenebrosa llena de crudo odio, alguien hubiera tomado la palabra para hablar en su favor! Pero es de suponer que José esperó hasta que Jesús estuvo muerto, y entonces le dio su tumba.
Es una de las tragedias de la vida que ofrecemos a los muertos las flores que habríamos podido darles en vida, y guardamos para el funeral o después las alabanzas o el agradecimiento que podríamos haberle expresado antes de morir. A menudo, muy a menudo, lamentamos no haber hablado a tiempo. Una palabra a los vivos vale más que una catarata de elogios a los muertos.

Así es que Jesús murió; y lo que quedaba por hacer había que hacerlo deprisa, porque el sábado estaba para empezar, y los sábados no se podía hacer ningún trabajo. Los discípulos de Jesús eran pobres, y no Le habrían podido dar un entierro digno; pero otros dos se hicieron cargo.

Uno era José de Arimatea. Siempre había sido discípulo de Jesús; era un hombre importante y miembro del sanedrín, y hasta entonces había mantenido secreto que era discípulo de Jesús por temor a las consecuencias. Y el otro era Nicodemo. La costumbre de los judíos era envolver los cadáveres en tela de lino y poner especias aromáticas entre los pliegues. Nicodemo trajo especias suficientes para el entierro de un rey. Así es que José de Arimatea le dio la tumba a Jesús, y Nicodemo Le dio la ropa y los perfumes que habrían de cubrirle en la tumba.

Aquí se armonizan la tragedia y la gloria.

(i) Hay tragedia. Tanto Nicodemo como José de Arimatea eran miembros del sanedrín, y eran también discípulos secretos de Jesús. O no estuvieron presentes en la reunión del sanedrín en la que juzgaron y condenaron a Jesús, o no intervinieron en ella, por lo que nosotros sabemos. ¡Qué diferente habría sido para Jesús el que, entre aquellas voces intimidadoras y condenatorias, hubiera sonado alguna en Su defensa! ¡Qué diferencia si hubiera visto lealtad en un rostro, entre tantos hostiles y envenenados! Pero José y Nicodemo estaban atemorizados. Todos dejamos muchas veces los tributos para cuando se ha muerto la persona. ¡Cuánto más grande habría sido la lealtad en vida que una tumba y un sudario dignos de un rey! Una florecilla en vida vale más que todas las coronas de flores después de muerta la persona; una palabra de afecto o de aprecio o de agradecimiento en vida vale más que todos los panegíricos del mundo cuando la vida ha terminado.

(ii) Pero aquí hay también gloria. La muerte de Jesús había hecho por José y Nicodemo lo que no había hecho toda Su vida. En cuanto murió Jesús en la Cruz, José olvidó sus temores y fue a dar la cara ante el gobernador romano para pedirle Su cuerpo. En cuanto murió Jesús en la Cruz, allí estaba Nicodemo para llevarle un tributo que todos podían ver. La cobardía, la vacilación, la prudente reserva se habían acabado. Los que habían tenido miedo cuando Jesús estaba vivo, se declararon por Él de una manera que todos podían ver tan pronto como murió. No hacía ni una hora que había muerto cuando empezó a cumplirse Su profecía: «En cuanto a Mí, cuando sea levantado de la tierra atraeré a Mí a toda la humanidad» (Juan 12:32). Puede que la ausencia o el silencio de Nicodemo y José en el sanedrín causaran dolor a Jesús; pero seguro que cómo se desembarazaron de sus temores después de la Cruz Le alegró el corazón al comprobar que el poder de la Cruz había empezado a obrar maravillas y ya estaba atrayendo a las personas hacia Él. El poder de la Cruz ya entonces estaba transformando a los cobardes en héroes y a los vacilantes en personas que se decidían irrevocablemente por Cristo.

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