Esta es una carta de Pablo, esclavo de Dios y enviado de Jesucristo, cuya labor consiste en despertar la fe en los escogidos de Dios y equiparlos con un conocimiento más pleno de la verdad que permite a la persona vivir una vida realmente religiosa y cuya obra total está fundada en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no es posible que mienta, prometió antes que empezara el tiempo. En Su propio buen tiempo Dios presentó Su mensaje de tal manera que todos pudieran comprenderlo mediante la proclamación que se me ha confiado por real decreto de Dios nuestro Salvador. Esta carta es para Tito, su verdadero hijo en la fe que ambos comparten: ¡Que la gracia sea contigo, y la paz de Dios Padre y de Jesucristo nuestro Salvador!
Cuando Pablo llamaba a uno de sus oficiales a una misión, siempre empezaba estableciendo su propio derecho a hablar y, como si dijéramos, echando de nuevo los cimientos del Evangelio. Así es que aquí empieza por decir algunas cosas acerca de su apostolado.
(i) Le colocó en una gran sucesión. En el mismo principio Pablo se llama « esclavo (dulos) de Dios.» En ese título se mezclaban la más auténtica humildad y el orgullo más legítimo. Quería decir que su vida estaba totalmente sometida a Dios; y al mismo tiempo -y aquí es donde entra el orgullo era el título que se daba a los profetas y a los grandes hombres del pasado en Israel. Moisés era el esclavo de Dios (Josué 1: 2); y Josué, su sucesor, no habría aspirado a un título más elevado (Josué 24:29). Era a los profetas, Sus esclavos, a los que Dios revelaba todas Sus intenciones (Amós 3: 7); era a Sus esclavos los profetas a los que Dios había enviado repetidamente a Israel a lo largo de toda su historia (Jeremías 7:25). El título esclavo de Dios era el que le daba a Pablo el derecho de formar parte de una gran sucesión. Cuando uno ingresa en la Iglesia, no entra a formar parte de una institución que empezó ayer. La Iglesia tiene siglos de historia humana en su haber, y se remonta a la eternidad en la mente y el propósito de Dios. Cuando uno se encarga de la predicación, o la enseñanza, o el servicio de la Iglesia, no ingresa en una actividad sin tradición; transita la senda por la que marcharon- los santos.
(ii) Eso le daba una gran autoridad. Era el enviado de Jesucristo. Pablo no consideró nunca que su autoridad procediera de su propia excelencia intelectual, y menos de su bondad moral. Hablaba con la autoridad de Cristo. El que predica el Evangelio de Cristo o enseña Su verdad, si está dedicado de veras, no da sus propias opiniones ni ofrece sus propias conclusiones; trae el mensaje de Cristo y la palabra de Dios. El verdadero enviado de Jesucristo ha pasado la etapa de los quizás y puede que, y habla con la certeza del que sabe.
El evangelio de un apóstol
Además, en este pasaje podemos ver la esencia del Evangelio de un apóstol y las cosas que eran centrales en su misión.
(i) Todo el mensaje del apóstol está fundamentado en la esperanza de la vida eterna. Esta frase, la vida eterna, recorre las páginas de todo el Nuevo Testamento. La palabra griega para eterno es aiónios; y, con absoluta propiedad, la única Persona en todo el universo a la Que se Le puede aplicar correctamente es Dios. Lo que el cristiano ofrece es nada menos que la participación en la misma vida de Dios. Es el ofrecimiento del poder de Dios a nuestra frustración, de la serenidad de Dios a nuestra desazón, de la verdad de Dios a nuestro andar a tientas, de la bondad de Dios a nuestro fracaso moral, de la luz de Dios a nuestra lobreguez. El Evangelio no ofrece en primer lugar a las personas un credo intelectual o un código moral; les ofrece vida, la vida del mismo Dios.
(ii) Para permitir a una persona entrar en esa vida son necesarias dos cosas. El apóstol tiene que despertar la fe en las personas. Para Pablo la fe siempre quiere decir una cosa -confianza absoluta en Dios. El primer paso de la vida cristiana es darnos cuenta de que no podemos hacer nada más que recibir. En todas las esferas de la vida, no importa lo precioso que sea el ofrecimiento, sigue inoperante hasta que se recibe. La primera obligación del obrero cristiano es persuadir a otros de que tienen que aceptar el ofrecimiento de Dios. En último análisis, no podemos convencer a nadie de la verdad del Cristianismo. Lo único que podemos hacer es decirle: « ¡Pruébalo, y verás!»
(iii) También es la misión del apóstol el equipar a otras personas con conocimiento. La evangelización y la educación en el Evangelio siempre tienen que ir de la mano. La fe tiene que empezar por ser una respuesta del corazón, pero debe llegar a ser una posesión de la mente. Hay que pensar a fondo el Evangelio cristiano antes de ponerlo a prueba de veras. No se puede vivir permanentemente en la cresta de una ola de emoción. La vida cristiana debe ser un diario amar a Cristo más y comprenderle mejor.