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Eclesiastés 1: Todo es vanidad

Ecl 1:17 Y dediqué mi corazón a conocer la sabiduría, y también a entender las locuras y los desvaríos; conocí que aun esto era aflicción de espíritu.

Ecl 1:18 Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor.

La segunda falacia de la sabiduría como valor supremo: sólo ha traído dolor al Predicador. ¡Así que la sabiduría y el conocimiento son también vanidad!

Que el autor se preguntara por el sentido de la vida le da al libro un toque de actualidad que siempre ha sido apreciado por los comentadores. El hecho de estar en tercera persona nos plantea el problema difícil de juzgar si pertenece el texto a un compilador final o al autor. En el primer caso serían como una introducción general a la obra, paralela a la conclusión del discurso. Esta introducción es muy escueta: trata del autor y del tema general del libro. Las demás cosas que podrían interesarnos, tales como fecha y lugar de composición, debemos deducirlas del contenido general de la obra. Por el cambio de tercera a primera persona dividimos este comienzo en dos partes: Prólogo, y primer enfoque del problema.

El supuesto o concreto compilador es el que habla. Las palabras del Predicador. Algunas versiones católicas prefieren dejar sin traducir el término hebreo Qohélet. Hijo de David, rey en Jerusalén. Como era costumbre hacerlo en esa época, la paternidad del libro se atribuye a un rey notable por su sabiduría.

El tema de la vanidad de la vida

Vanidad de vanidades, todo es vanidad. Una suerte de superlativo. Podría traducirse: “vanidad suma”, como Cantar de los Cantares es igual a “el cantar por excelencia”, “santo de los santos”, en hebreo; nuestra versión es muy sagrado), etc.

Eclesiastés (Qohélet) El principio del libro atribuye la obra al «predicador, hijo de David, rey en Jerusalén». El término hebreo que aquí se traduce por predicador es Qohélet, una forma derivada del hebreo qahal, que significa «asamblea» o «congregación». Aún y cuando el sentido exacto de Qohélet es incierto, los más entendidos en la materia, dada su etimología, dan como significado: «el que preside una asamblea» o «el que habla» ante ella. El término indica que se trata de alguien vinculado a, y que ejerce un ministerio en, la asamblea, probablemente el de maestro.

En la Septuaginta (LXX) se traduce Qohélet como «Eclesiastés», término a su vez derivado de ekklesía de donde viene nuestra palabra «iglesia». Es en esa versión griega de la Biblia donde se le dio al libro el nombre de Eclesiastés. Ese nombre pasó también al latín y de ahí a muchas más lenguas, entre ellas el castellano. Tradicionalmente este libro es conocido como «Eclesiastés». La traducción de Qohélet como Predicador se debe a Lutero quien en su Biblia tradujo el término como Prediger (Predicador). Desde entonces es bastante común encontrar este uso en numerosas traducciones.

El ciclo monótono de la vida

¿Qué provecho…? El término hebreo para provecho, yitrown, es favorito del Predicador. Significa “ganancia” o “excelencia”, y aparece unas diez veces en el texto de Eclesiastés. Es una pregunta retórica cuya respuesta es: “¡Ningún provecho!” Debajo del sol es una expresión característica del libro y aparece unas treinta veces. De uso generalizado en las culturas antiguas, entre ellas la griega, podríamos traducirla como “en este mundo”. Es nuestra versión esta expresión alterna con “debajo del cielo”.

Generación va y generación (dor) viene. Se suceden las generaciones: una generación muere; otra nace, pero el mundo natural (la tierra, ‘erets) siempre permanece idéntico. Se compara la estabilidad del mundo físico con las mudanzas en las generaciones humanas y se sugiere la fragilidad de la vida humana: el sol… el viento… los ríos, tres figuras tomadas de la naturaleza que se muestra idéntica a sí misma en un constante movimiento. Es más una figura poética que ciencia física: el caso del sol no es el mismo que el de los vientos y los ríos, pero en apariencia, por lo que se ve, el poeta tiene razón. Volviendo a su figura, pareciera que el sol, el viento y los ríos, repiten continuamente sus movimientos.

Fatigosas. En el sentido de que su comprensión “fatiga” al hombre. Algunos prefieren traducir: “Todo trabaja más de cuanto el hombre pueda ponderar…” (NacarColunga). El hombre no alcanza a comprender ese incesante movimiento. Las cosas en su movimiento desafían la comprensión humana que no se cansa de oír y ver ese incesante fluir. ¿Hay algo de lo que se pueda decir…? Del mundo de la naturaleza se pasa al mundo del hombre. También aquí hay mucho movimiento pero poca variación, en realidad ninguna. La historia se repite.

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