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El testigo de Jesucristo

Surgió un hombre al que Dios había enviado que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos pudieran creer por medio de él. Él mismo no era la luz; su misión era dar testimonio de la luz.

Tal vez nos extrañe que a Juan el Bautista no le dé Juan tanta importancia como los otros Evangelios. Tiene su explicación. Juan era una voz profética; hacía cuatrocientos años que no se había escuchado la voz de la profecía, y en Juan volvió a resonar. Parece que algunas personas se entusiasmaron con él hasta tal punto que le dieron un puesto más elevado que el que le correspondía. De hecho, hay indicaciones de que hubo una secta que puso a Juan el Bautista en el lugar más alto. Encontramos un eco de esto en Hechos 19:3-4. Fue precisamente en Éfeso donde se nos dice que Pablo encontró a unos «discípulos» que no sabían nada de lo que vino después del bautismo de Juan. No es que el Cuarto Evangelio quisiera minimizar a Juan, sino simplemente que el evangelista sabía que había algunas personas que le daban a Juan el Bautista el lugar que sólo corresponde al mismo Jesús.

Así es que en todo el Cuarto Evangelio Juan tiene cuidado de especificar que el lugar de Juan el Bautista en el plan de Dios era alto, pero subordinado al lugar de Cristo. Aquí especifica que Juan no era la luz, sino solamente un testigo de la luz (Juan 1:8). Nos muestra a Juan rechazando la idea de que él pudiera ser el Cristo, o ni siquiera el gran Profeta que prometió Moisés (Juan 1:20). Cuando los judíos le vinieron a decir a Juan que Jesús había empezado Su carrera como maestro, probablemente esperaban que Juan lo considerara una intrusión; pero el Cuarto Evangelio nos muestra a Juan rechazando la idea de que el primer puesto fuera suyo, y declarando que lo suyo era que Jesús creciera, y él decreciera. (Juan 3:25-30). Se hace referencia a que Jesús estaba teniendo más éxito que Juan en su predicación (Juan 4:1). Se menciona que la gente decía que Juan no había hecho las maravillas que hacía Jesús (Juan 10:41).

En alguna parte de la Iglesia había un grupo de personas que querían darle a Juan el Bautista una importancia excesiva. El mismo no dio pie para aquella actitud, sino hizo todo lo posible para desanimarla; pero el Cuarto Evangelio sabía de la existencia de tal tendencia, y tomó medidas para protegerse. Todavía puede suceder que ciertas personas le den más importancia a un predicador que a Cristo. Todavía puede suceder que la mirada de la gente se fije en el heraldo más que en el Rey que viene a anunciar. Juan el Bautista no tenía la menor culpa de lo que había sucedido; pero Juan el evangelista estaba, decidido a no dejar que nadie desplazara a Cristo del lugar, supremo que le corresponde.

Es más importante fijarnos en que en este pasaje encontramos otra de las grandes palabras clave del Cuarto Evangelio:. la palabra testigo. El Cuarto Evangelio nos presenta un testigo tras otro, no menos de ocho, del supremo puesto que corresponde a Jesucristo.

(i) Está el testimonio del Padre. Jesús dijo: «El Padre que Me envió ha dado testimonio de Mí» (Juan 5:37). «El Padre que Me envió da testimonio de Mí» (Juan 8:18). ¿Qué es lo que quería decir Jesús? Quería decir dos cosas.

(a) Quería decir algo que Le afectaba a Él mismo. En Su corazón Le hablaba la íntima voz de Dios, que no Le dejaba la menor duda acerca de Quién era Él y de lo que Dios Le había enviado a hacer. Jesús no consideraba que había sido Él el Que había elegido esa misión. Su íntima convicción era que Dios Le había enviado al mundo a vivir y a morir por la humanidad.

(b) Quería decir algo que afectaba a la humanidad. Cuando una persona se encuentra cara a cara con Cristo, siente la convicción íntima de que Él no es sino el Hijo de Dios.

El Padre Tyrrell ha dicho que el mundo no puede escapar nunca de ese «extraño Hombre en la Cruz.» Esa fuerza interior que siempre nos hace volver los ojos a Cristo hasta cuando queremos olvidarle, esa voz interior que nos dice que este Jesús no es otro que el Hijo de Dios y el Salvador el mundo es el testimonio de Dios en lo íntimo del alma.

(ii) Está el testimonio de Jesús mismo. «Yo soy –dijo Él Que doy testimonio de Mí mismo» (Juan 8:18). «Aunque Yo doy testimonio acerca de Mí mismo -dijo-, Mi testimonio es verdad» (Juan 8:14): ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que Su mejor testimonio. era lo que Jesús era. Decía ser la luz y la vida y la verdad y el camino. Decía ser el Hijo de Dios y Uno con el Padre. Decía ser el Salvador y Maestro de la humanidad. A menos que Su vida y carácter fueran como eran, aquella habría sonado a demencia y blasfemia. Lo que Jesús era en Sí mismo era el mejor testigo de que lo que decía ser era verdad.

(iii) Está el testimonio de Sus obras. Él dice: «Las obras que el Padre Me ha concedido cumplir… dan testimonio de Mí» (Juan 5:36). «Las obras que Yo hago en nombre de Mi Padre, dan testimonio de Mí» (Juan 10:25). Después de decirle a Felipe que existe una total identidad entre el Padre y Él, Jesús añade: «Creedme por las mismas obras» (Juan 14:11).

Uno de los pecados incomprensibles de los hombres es que han visto Sus obras y no han creído (Juan 15:24). Debemos darnos cuenta de una cosa: Cuando Juan hablaba de las obras de Jesús, no estaba refiriéndose sólo a Sus milagros; estaba pensando en toda la vida de Jesús. No se refería solamente a Sus grandes momentos excepcionales, sino a cómo vivía Jesús todos los momentos del día. Jesús no podría haber realizado aquellas obras maravillosas si no hubiera estado en contacto más íntimo con Dios que los demás hombres de todos los tiempos; pero, igual: no podría haber vivido aquella vida de amor y piedad, compasión y perdón, servicio y ayuda en la vida de cada día si no hubiera estado en Dios y Dios en Él. No es haciendo milagros como podemos demostrar que pertenecemos a Cristo, sino viviendo una vida semejante a la Suya todos los momentos del día. Es en las cosas normales y corrientes en las que mostramos que pertenecemos a Él.

(iv) Está el testimonio ,que dan de Él las Sagradas Escrituras. Jesús dijo: «Escudriñáis las Escrituras porque creéis que tenéis en ellas la vida eterna; y son ellas las que dan testimonio de Mí» (Juan 5:39). «Si creyerais a Moisés me creeríais a Mí; porque él escribió de Mí» (Juan 5:46): Felipe estaba convencido de que había encontrado a Aquel de Quien escribieron Moisés y los profetas (Juan 1:45). A lo largo de toda la historia del pueblo de Israel, hombres y mujeres habían estado soñando con el día en que vendría el Mesías de Dios. Se habían tratado de hacerse una idea de cómo sería; y ahora, en Jesús de Nazaret; todos sus sueños e ideas y esperanzas se habían hecho realidad totalmente. Aquél a Quien el mundo estaba esperando, por fin había llegado.

(v) Está el testimonio del último de los profetas, Juan el Bautista. «Vino como testigo, para dar testimonio de la luz» (Juan 1:7-8). Juan dio testimonio de haber visto descender sobre Jesús al Espíritu Santo. Aquél en el que culminaba el testimonio de los profetas fue el que dio testimonio de Jesús como Aquél al que señalaba todo el testimonio profético.

(vi) Está el testimonio de aquellos con los que Jesús se puso en contacto. La mujer de Samaria dio testimonio de la intuición y del poder de Jesús (Juan 4:39). El que había nacido ciego dio testimonio de Su poder sanador (Juan 9:25, 38). Los que fueron testigos de Sus milagros testificaron de cómo se habían maravillado de lo que Jesús hacía (Juan 12:17).

Hay una leyenda que nos cuenta que el Sanedrín buscaba testigos para condenar a Jesús. Vino una multitud de personas diciendo: «»Yo era leproso y me curó.» «Yo era ciego y me dio la vista.» «Yo era sordo y me abrió los oídos.» Esa era precisamente la clase de testimonio que no quería el Sanedrín. En todas las épocas y generaciones ha habido una gran multitud de personas que estaban dispuestas a dar testimonio de lo que Cristo había hecho por ellos.

(vil) Está el testimonio de los discípulos y especialmente del autor de este Evangelio. La comisión de Jesús a Sus discípulos fue precisamente: «Vosotros también sois mis testigos, porque habéis estado -conmigo desde el principio» (Juan 15:27). El autor del Evangelio es un testigo y garante (Que da garantía) personal de las cosas que cuenta. De la Crucifixión escribe: «El que lo vio ha dado testimonio,. y su testimonio es verdad» (Juan 19:35). «Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y escribió estas cosas» (Juan 21:24). Lo que él cuenta no es lo que se dice por ahí, no algo que sabe, de segunda mano, sino lo que él mismo ha visto y conoce por propia experiencia. El mejor testigo de todos es el que puede decir: «Esto es verdad, porque yo lo sé por propia experiencia.»

(viii) Está el testimonio el Espíritu Santo. «Cuando venga el Consolador… el Espíritu de la verdad… dará testimonio de Mí» (Juan 15:26). Juan escribe en la Primera Epístola: «Y el Espíritu es el testigo, porque el Espíritu es la verdad» (1 Juan 5:6). Para los judíos, el Espíritu tenía dos funciones: traía la verdad de Dios a los hombres, y les permitía reconocer esa verdad cuando la veían. Es la obra del Espíritu Santo dentro de nuestro corazón lo que nos permite reconocer a Jesús como el que es y confiar en Él por lo que puede hacer.

Juan escribió su Evangelio para presentar un testimonio incontestable de que Jesucristo es la Mente de Dios plenamente revelada a la humanidad.

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