Inmediatamente después Jesús, conociendo que habían de venir para llevárselo por fuerza, y levantarle por rey, obligó a sus discípulos a embarcarse e ir a esperarle al otro lado del lago, hacia Betsaida, mientras despedía a los pueblos. Y despedidos estos se subió solo a orar en un monte, y entrada la noche se mantuvo allí solo. Entretanto la barca estaba en medio del mar, hacia Cafarnaúm, batida reciamente de las olas, por tener el viento contrario, y el solo en tierra, desde donde viéndolos remar con gran fatiga, a eso de la cuarta vela de la noche vino hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo ademan de pasar adelante. Después de haber remado como unos veinticinco o treinta estadios, y viéndole los discípulos caminar sobre el mar, se conturbaron y dijeron: Es un fantasma. Y llenos de miedo comenzaron a gritar, porque todos le vieron y se asustaron. Al instante Jesús les habló diciendo: ¡Buen ánimo!, Soy yo, no tengan miedo. Y Pedro respondió: Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas. Y Él le dijo: Ven. Y Pedro bajando de la barca, iba caminando sobre el agua, para llegar a Jesús. Pero viendo la fuerza del viento, se atemorizó; y empezando luego a hundirse, dio voces diciendo: Señor, sálvame. Al punto Jesús, extendiendo la mano, le cogió del brazo, y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por que has titubeado? Y luego que subieron a la barca, calmo el viento, con lo cual quedaron mucho mas asombrados. Yes que no habían hecho reflexión sobre el milagro de los panes; porque su corazón estaba aún ofuscado. Mas los que dentro estaban, se acercaron a el y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Tú el Hijo de Dios. Mateo 14: 22-33; Marcos 6: 45-52; Juan 6:16-21
La lección de este pasaje está suficientemente clara, pero no así lo que realmente sucedió. En primer lugar, vamos a reconstruir la escena.
Después de darle de comer a aquella multitud, Jesús envió por delante a Sus discípulos. Mateo dice que los obligó ,a meterse en la barca e ir por delante de Él al otro lado del Mar de Galilea. A primera vista, la palabra obligar nos resulta extraña; pero si comparamos este relato con el de Juan, seguramente encontraremos la explicación. Juan nos dice que después de alimentar a la multitud, esta quería hacerle rey a la fuerza (Juan 6:15). Había peligro de que se produjera una aclamación popular, y en la inflamable Galilea podía iniciarse allí y entonces mismo una revolución. Era una situación peligrosa, y bien pudiera ser que los discípulos la complicaran más todavía, porque también ellos pensaban todavía en Jesús en términos de poder terrenal. Jesús envió a Sus discípulos por delante porque había surgido una situación que Jesús podía manejar mejor solo, y no quería que ellos se involucraran.
Cuando se quedó solo, subió a orar a un cerro; para entonces ya se había hecho de noche. Los discípulos habían iniciado la travesía de vuelta. Se había producido una de las tormentas repentinas que son características del Mar de Galilea, y los discípulos estaban en serios apuros peleando con el viento y las olas y avanzando escasamente.
Ya entrada la noche Jesús se puso a rodear el lago por el Norte para llegar al otro lado. Mateo ya nos ha dicho que, cuando Jesús alimentó a la multitud, hizo que se sentaran todos en la hierba verde. De ahí deducimos que estarían en primavera. Es muy probable que fuera cerca de la Pascua, que caía a mediados de abril. En ese caso habría luna llena. En la antigüedad la noche se dividía en cuatro vigilias: desde las 6 de la tarde hasta las 9; desde las 9 hasta la medianoche; desde la medianoche hasta las 3 de la madrugada, y desde las 3 hasta las 6 de la mañana. Así que, a eso de las 3 de la madrugada, Jesús, andando por los terrenos elevados al Norte del lago, vio claramente la barca combatida por las olas, y bajó a la orilla a prestar ayuda.
Aquí es donde aparece una dificultad para saber lo que sucedió realmente. En los versículos 25 y 26 leemos dos veces que Jesús iba andando sobre el mar, y lo curioso es que en el original las dos frases en el mar son diferentes. En el versículo 25 es epi tén thalassan, que puede querer decir tanto por encima del mar como hacia el mar. En el versículo 26 es epi tés thalassés, que puede querer decir sobre el mar, y que es de hecho la misma frase que se usa en Juan 21:1 con el sentido incuestionable de a la orilla del mar de Tiberíades. Y además, la palabra que se usa para andando es en los dos versículos 25 y 26 peripatein, que quiere decir pasearse.
La verdad es que hay dos interpretaciones perfectamente posibles de este pasaje por lo que se refiere al original. Puede tratarse de un milagro en el que Jesús anduvo sobre el agua; o puede querer decir igualmente que la tempestad había llevado la barca de los discípulos a la orilla septentrional del lago, que Jesús bajó de la colina a ayudarlos porque los había visto a la luz de la luna luchando con la tempestad, y que vino andando a través de la espuma y las olas hacia la barca, y llegó inesperadamente que se llenaron de miedo porque creían .q era un fantasma.
Ambas interpretaciones son igualmente y validas; unos prefieren una, y otros la otra. Pero, sea cual sea la interpretación que escojamos del original, el sentido está perfectamente claro. Cuando los discípulos se encontraban en una necesidad perentoria, Jesús acudió en su ayuda. Cuando el viento les era contrario y la vida e una lucha a muerte, Jesús estaba allí para ayudarlos. Cuan d parecía que la situación era irremediable, Jesús estaba allí pare ayudar y para salvar.
En la vida tenemos que arrostrar a menudo vientos contra, ríos. A veces nos encontramos entre la espada y la pared, y la vida es una lucha desesperada con nosotros mismos, con las circunstancias, con las tentaciones, con el dolor y con largas decisiones. En tales casos, nadie tiene que pelear solo, porque Jesús acude a través de las tormentas de la vida con Su brazo; extendido para salvar, y con Su clara y tranquila voz animándonos a tener ánimo y a no tener miedo.
No importa demasiado cómo nos figuremos este incidente;. en cualquier caso, es mucho más que la historia de algo que Jesús hizo una vez en una tormenta de la lejana Palestina; es, una señal y un símbolo de lo que Él hace siempre por los Suyos cuando el viento nos es contrario y estamos en peligro de que nos traguen las tormentas de la vida.
Colapso y recuperación
No hay ningún otro pasaje del Nuevo Testamento en el que se nos revele el carácter de Pedro mejor que en este. Nos dice tres cosas acerca de él.
(i) Pedro era propenso a actuar por impulso sin pensar lo que hacía. Era su debilidad el actuar una y otra vez sin darse cuenta de la situación ni calcular el coste. Había de hacer exactamente lo mismo cuando hizo protestas de lealtad a Jesús a toda prueba y hasta la muerte (Mateo 26:33-35), negando al poco tiempo que Le conocía. Y sin embargo, hay pecados peores que ese, porque todo el problema de Pedro era que en él mandaba el corazón; y, aunque fallara a veces, siempre tenía el corazón en su sitio, y el instinto de su corazón era amar siempre.
(ii) Como Pedro actuaba por impulso, fallaba a menudo y luego se angustiaba. Jesús siempre insistía en que una persona tiene que considerar todos los contras en cada situación antes de actuar (Lucas 9:57s; Mateo 16:24s). Jesús era siempre completamente honesto con las personas: siempre las hacía comprender, antes de que iniciaran la andadura cristiana, lo difícil que era seguirle. Un montón de fracasos cristianos se deben a actuar en un momento de emoción sin contar el precio.
(iii) Pero Pedro nunca falló para no recuperarse, porque siempre, en el peor momento, se aferraba a Cristo. Lo maravilloso es que, cada vez que cayó, se levantó otra vez; y que tiene que haber sido verdad que hasta sus fracasos le acercaron más y más a Jesucristo. Como se ha dicho muy bien, un santo no es uno que no falla nunca, sino uno que se levanta y sigue adelante cada vez que cae. Los fracasos de Pedro sólo le hicieron amar más a Jesucristo.
Estos versículos terminan con otra gran verdad de carácter permanente. Cuando Jesús se subió a la barca, amainó el viento. La gran verdad es que, dondequiera que Jesús está, la tormenta más salvaje se convierte en calma. Olive Wyon, en su libro Considérale a Él, cita algo de las cartas de Francisco de Sales. Este se había fijado en una costumbre popular del, distrito en que vivía. Había visto a menudo a una criada de una. granja sacar agua del pozo, y que, antes de sacar el cubo, rebosando, siempre le echaba un trozo de madera. Una vez se. dirigió a una chica y le preguntó por qué hacía eso. Ella le miró sorprendida y le contestó, como si fuera algo de cajón: «¿Que por qué? ¡Para que no se me derrame el agua… para hacer que se esté quieta!» Escribiéndole más tarde a un amigo, el obispo.. le contó esta historia y añadió: «Así que cuando tienes el corazón inquieto y agitado, ¡ponle la Cruz en medio para que se mantenga firme!» En tiempos de tormenta y tensión, la presencia de Jesús y el amor que fluye de la Cruz traen paz, serenidad y calma.
Después de calmar el hambre de la multitud, Jesús despidió inmediatamente a Sus discípulos para que se Le adelantaran mientras Él despedía a la gente. ¿Por qué tenía que hacerlo así? Marcos no nos lo dice, pero lo más probable es que tengamos la explicación en el relato de Juan. Juan nos dice que, cuando la multitud se sintió satisfecha, surgió la idea de apoderarse de Jesús y hacerle rey. Eso era lo último que Jesús deseaba. Precisamente ese había sido el camino del poder que Jesús había rechazado de una vez para siempre en Sus tentaciones. Ahora Se lo veía venir. No quería que Sus discípulos se contagiaran de aquel impulso nacionalista. Galilea era un polvorín de revoluciones. Si no se atajaba ese movimiento, podía conducir a una rebelión que lo arruinara todo y que llevara al desastre a todos los implicados. Así es que Jesús mandó por delante a Sus discípulos, no fuera que se inflamaran con ese movimiento, y entonces Jesús calmó a la multitud y la despidió.
Cuando Se quedó solo, subió a una colina a orar. Los problemas se Le echaban encima a barullo: la hostilidad de los religiosos; la suspicacia supersticiosa de Herodes Antipas; los exaltados políticos que querían convertirle contra Su voluntad en un Mesías nacionalista. En este momento concreto se agolpaban muchos problemas en la mente de Jesús y muchas cargas en Su corazón.
Pasó algunas horas solo en el monte con Dios. Como ya hemos visto, esto debe de haber sucedido a mediados de abril, que era el tiempo de la Pascua. La Pascua se celebraba el primer plenilunio de la primavera, como ahora la Semana Santa. La noche duraba desde las 6 de la tarde hasta las 6 de la mañana, y se dividía en cuatro vigilias: 6 a 9, 9 a 12, 12 a 3 y 3 a 6. A eso de las 3 de la mañana, Jesús miró desde la colina al lago. El lago no tenía más que 6 kilómetros de ancho en ese punto, y se extendía ante Su vista a la luz de la luna llena de la Pascua. El viento estaba rugiendo, y Jesús veía la barca y a Sus hombres en ella luchando denodadamente para alcanzar la otra orilla.
Veamos lo que sucedió. En cuanto Jesús vio a Sus amigos en dificultad, puso a un lado Sus propios problemas; el momento de la oración había pasado; había llegado el momento de la acción; Jesús Se olvidó de Sí mismo, y acudió a ayudar a Sus amigos. Así era, y es, Jesús. Para Él, el clamor de la necesidad humana tenía prioridad sobre todos los otros compromisos. Sus amigos Le necesitaban, y tenía que acudir.
Lo que sucedió físicamente no lo sabemos, ni tal vez lo sepamos nunca. La historia está revestida de un misterio que excluye toda explicación. Lo que sí sabemos es que Jesús se acercó adonde ellos estaban, y su tormenta se convirtió en calma. Con Él a su lado nada podía angustiarlos.
Cuando Agustín estaba escribiendo acerca de este incidente dijo: «Vino hollando las olas; y así pone bajo Sus pies todos los tumultos de las marejadas de la vida. Cristianos, ¿por qué temer?» Es un hecho indiscutible de la vida, un hecho que han experimentado incontables millares de hombres y mujeres de cada generación, que cuando Cristo está presente la tormenta se convierte en calma, el tumulto deja paso a la paz, lo imposible se realiza, lo insoportable se hace soportable y se superan las limitaciones sin sucumbir. Caminar con Cristo será también para nosotros conquistar la tempestad.
Esta es una de las historias más maravillosas del Cuarto Evangelio; y resulta tanto más maravillosa cuanto más investigamos el sentido del original y hallamos que no es un milagro extraordinario lo que se nos describe, sino un sencillo incidente en el que Juan descubrió, de una manera que ya no olvidaría nunca, cómo es Jesús.
Vamos a reconstruir la historia. Después de dar de comer a los cinco mil que luego quisieron hacerle rey, Jesús se retiró a solas al monte. El día se extinguió. Llegó la hora que los judíos describían como «la segunda tarde», el tiempo entre el crepúsculo y la noche. Jesús todavía no había vuelto. No debemos pensar que los discípulos eran tan olvidadizos o descorteses como para dejarse atrás a Jesús; porque, según nos cuenta la historia Marcos, Jesús les había dicho que se le adelantaran (Marcos 6:45), mientras Él trataba de convencer a la gente para que se fuera a casa. Sin duda tenía intención de rodear a pie la cabecera del lago mientras ellos la cruzaban a remo, y reunirse con ellos en Cafarnaún.
Los discípulos se embarcaron. Como sucede a veces en aquel lago rodeado de montañas, se levantó un fuerte viento que batía las aguas y las convertía en espuma amenazadora. Era cerca de la Pascua, es decir, cerca de la primera luna llena de primavera (Juan 6:4). En la colina, Jesús había estado orando en comunión con Dios; cuando se puso en camino, la luna iluminaba la escena como si fuera de día; y allá abajo podía ver la barca y a los remeros, bogando a más no poder. Entonces Jesús bajó de la colina.
Debemos recordar dos hechos. Por la parte Norte el lago no tenía más que cuatro millas de ancho, y Juan nos dice que los discípulos habían remado entre tres y cuatro millas; es decir, que estaban ya cerca de su destino. Es natural suponer que en la tormenta procurarían llegar a la orilla lo más pronto posible para buscar cualquier refugio que pudieran encontrar. Este es el primer hecho, y ahora pasamos al segundo. Vieron a Jesús, dice la versión Reina-Valera, que andaba sobre el mar. En griego dice epi tés thalassés, la misma frase que se usa en Juan 21:1, donde se traduce, y nunca se ha tenido la menor duda, por junto al mar de Tiberíades, es decir, a la orilla. Eso es lo que quiere decir la frase también en este pasaje.
Jesús iba andando epi tés thalassés, por la orilla. Los agotados discípulos levantaron la vista y, de pronto, le vieron. Era tan inesperado, y llevaban tanto tiempo remando desesperadamente, que se alarmaron como si estuvieran viendo un fantasma. Pero sobre las aguas turbulentas les llegó aquella voz bien amada: «¡No tengáis miedo, que soy Yo!» Ellos querían que viniera a bordo. En griego el sentido más natural es que su deseo no se cumplió. ¿Por qué? Recordad que el ancho del lago por ahí es de cuatro millas, y ya casi habían remado esa distancia. La razón sencilla es que, antes de que Jesús subiera a la barca, ésta encalló en la orilla, y se encontraron en tierra.
Aquí tenemos precisamente la clase de historia que un pescador como Juan atesoraría con cariño en su memoria. Siempre que la recordara la reviviría: el gris plateado de la luz de la Luna, la aspereza de los remos en las manos cansadas, el rugido de la tempestad, las sacudidas de la vela, el sordo murmullo del agua, la sorprendentemente inesperada aparición de Jesús en la orilla, el sonido de Sus palabras a través de las olas enfurecidas y el golpe de la barca al tocar tierra.
Al recordarlo, Juan descubrió maravillas que quiso compartir con nosotros.
(i) Vio que Jesús vigila. En lo alto de la colina había estado vigilándolos. No estaba demasiado ocupado con Dios para acordarse de ellos. Juan se dio cuenta de que todo el tiempo que habían estado bregando con los remos y la vela, la mirada amorosa de Jesús había estado sobre ellos.
Cuando nos encontramos en situaciones difíciles, Jesús vigila. No nos baja el listón. Nos deja pelear nuestras batallas. Como un padre que ve a su hijo echar el resto en una contienda deportiva, está orgulloso de nosotros; o, como un padre que ve a su hijo fracasar, está triste. Vivimos la vida bajo la mirada cariñosa de Jesús.
(ii) Vio que Jesús viene. Bajó de la colina para animar a sus discípulos a hacer el esfuerzo final que los pondría a salvo. No nos observa con distante indiferencia; cuando faltan las fuerzas viene a darnos nuevas fuerzas para el esfuerzo final que ha de lograr la victoria.
(iii) Vio que Jesús ayuda. Observa, acude y ayuda. Una de las maravillas de la vida cristiana es que no nos encontramos nunca solos. Margaret Avery relata que había una maestra en la escuela de un pueblecito que les había contado esta historia a los niños, y se la habría contado muy bien. Pocos días después hubo una tempestad de viento y nieve. Cuando salieron de la escuela, la maestra estaba ayudando a los niños a llegar a sus casas. A veces tenía casi que llevarlos en vilo por las comentes de aire. Cuando casi todos estaban agotados con la lucha, oyó a un chiquillo decir para sí: «Nos vendría bien tener a ese Jesús aquí ahora.» Lo maravilloso es que no tenemos que echarle de menos en ninguna situación, porque Jesús siempre está con nosotros.
(iv) Vio que Jesús nos lleva al puerto. A Juan le parecía al recordarlo que, tan pronto como llegó Jesús, la quilla de la barca tocó tierra, y habían llegado a salvo. Como decía el salmista: «Luego se alegran, porque se apaciguaron; y así los guía al puerto que deseaban» (Salmo 107.30). Aunque no sepamos cómo, con Jesús se hace más corto el viaje más largo, y la batalla más dura se hace más fácil.
Una de las cosas maravillosas del Cuarto Evangelio es que Juan, el viejo pescador reciclado a evangelista, encontró toda la riqueza de Cristo en el recuerdo de la historia de una travesía azarosa.