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Juan 13: La realeza del servicio

La historia de Juan se narra a través de los Evangelios, Hechos y Apocalipsis.

13.35 El amor es más que una simple sensación de afecto: es una actitud que se revela en nuestras acciones. ¿Cómo podemos amar a otros de la manera que Jesús nos ama a nosotros? Ayudando cuando no resulta conveniente, sacrificándonos cuando duele, dedicando energía al bienestar de otros en lugar del propio, recibiendo heridas de otros sin quejarnos ni contraatacar. Es difícil amar así. De ahí que la gente nota cuando usted lo hace y sabe que ha recibido poder de una fuente sobrenatural. La Biblia ofrece una hermosa descripción del amor en 1 Corintios 13.

13.37, 38 Pedro dijo con orgullo a Jesús que estaba dispuesto a morir por El. Pero Jesús le rectificó. Sabía que esa misma noche Pedro negaría conocer a Jesús a fin de protegerse (18.25-27). En nuestro entusiasmo, es fácil hacer promesas, pero Dios sabe hasta dónde llega nuestro compromiso. Pablo nos dice que no tengamos un concepto más elevado de nosotros que el que debemos tener (Rom_12:3). En lugar de jactarse, demuestre su compromiso paso a paso al crecer en conocimiento de la Palabra de Dios y en su fe.

Juan 13:1-5

Con el pasaje que se acaba de citar empieza una de las partes más interesantes del Evangelio de San Juan. En cinco capítulos sucesivos este evangelista relata dichos y hechos que Mateo, Marcos y Lucas no mencionan. Jamás podremos manifestarnos suficientemente reconocidos de que el Espíritu Santo los haya hecho trasmitir para nuestro conocimiento. En todos los siglos se ha considerado el contenido de estos capítulos como una de las partes más valiosas de la Biblia. El ha nutrido, fortalecido y consolado a todo cristiano sincero. Examinémoslo, pues, con señalada veneración.

En estos versículos se nos enseña primeramente cuan constante é incansable es d amor que Jesucristo tiene para con su pueblo. Escrito está que «como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.» Sabiendo como sabia perfectamente que unas pocas horas más tarde lo iban a abandonar vergonzosamente é iban a dar a conocer su debilidad y flaqueza, el bendito Maestro no dejó por un momento de amar a sus discípulos. Los defectos de éstos no agotaron su paciencia; los amó hasta el fin.

El amor de Jesucristo hacia los pecadores es la esencia, el meollo, por decirlo así, del Evangelio. Que nos amara en manera alguna y se ocupara del bien de nuestras almas; que. nos amara antes de que nosotros lo amáramos a él, o de que siquiera lo conociéramos; que nos amara hasta el punto de venir al mundo a salvarnos, asumiendo nuestra naturaleza, tomando sobre sí nuestros pecados y muriendo por nosotros en la cruz–todo esto es maravilloso en verdad. a ese amor nada hay entre los hombres que pueda comparársele. El hombre, encerrado en la mezquindad de su egoísmo, no puede comprenderlo plenamente. Es uno de los tesoros que aun los ángeles de Dios anhelan columbrar; una de las verdades que los predicadores y maestros debieran proclamar con tesón y ardor no interrumpidos.

Más, el amor de Jesucristo hacia los justos aunque de naturaleza algo distinta, no es menos maravilloso. Que sobrelleve todas sus flaquezas, durante su peregrinación terrenal ; que no se canse de sus inconsecuencias y deslices; que no deje de perdonarlos y de olvidar sus extravíos, y que nunca se siente inclinado a arrojarlos de sí y abandonarlos a su propia suerte–todo esto es admirable en verdad. Su compasión nunca se agota, su amor sobrepuja todo entendimiento.

Que nadie que desee ser salvo vacile en acudir a Cristo. El más grande pecador puede acercarse a El sin temor y pedirle con confianza el perdón de sus pecados. Que nadie que haya acudido a él vacile en continuar bajo su amparo, imaginándose que lo arroje de sí y lo deje en su anterior estado a causa de sus desvíos. La Escritura no da apoyo alguno a tales temores. Jesucristo no despide a ningún siervo porque sus servicios sean imperfectos. a quien él recibe, siempre conserva a su cargo: a quien ama al principio, ama al fin. Jamás faltará a la siguiente promesa, la cual es aplicable tanto a los justos como a los pecadores: «Al que a mí viene, no le echo fuera.» Joh_6:37.

En estos versículos se nos enseña, en segundo lugar, que en el corazón de un individuo que haya hecho profesión de fe, puede también anidarse la deslealtad más inicua. Escrito está que el diablo había puesto en el corazón de Judas que entregase a su Señor.

Y no olvidemos que ese Judas era uno de los doce apóstoles. Había sido escogido por el mismo Jesucristo junto con Pedro, Santiago, Juan y los otros compañeros. Por tres años había gozado de la sociedad de Cristo, había presenciado sus milagros, oído su predicación y recibido muchas pruebas de su misericordia. Hasta él mismo había predicado y obrado milagros en nombre de Jesucristo; y cuando nuestro Señor envió sus discípulos de dos en dos, Judas Iscariote debió de formar pareja con alguno. Y sin embargo ese hombre fue más tarde poseído del demonio y tomó precipitadamente el camino de la destrucción.

No hay en toda la costa inglesa un faro para prevenir a los navegantes contra los escollos que pueda compararse a Judas Iscariote como escarmiento de los cristianos. La vida de ese traidor nos manifiesta hasta que punto puede llegar un hombre en manifestaciones religiosas, y sin embargo resultar ser un hipócrita consumado. También nos demuestra cuan inútiles son los más elevados privilegios a menos que los apreciemos en su debido valor y sepamos aprovecharlos debidamente.

Pidamos diariamente a Dios que nos haga sinceros, francos y leales en nuestras prácticas religiosas. Acaso nuestra fe sea débil, nuestras esperanzas confusas, nuestros conocimientos deficientes, nuestras faltas frecuentes, numerosas nuestras culpas. Mas, a todo trance, seamos sinceros y sin doblez. Digamos como el débil y culpable Pedro: «Señor, tú sabes todas las cosas: tú sabes que te amamos.» Joh_21:17.

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