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1 Timoteo 2: La universalidad del Evangelio

Así pues, la primera cosa que os recomiendo encarecidamente es que ofrezcáis peticiones, oraciones, ruegos, acciones de gracias, por todos los seres humanos. Orad por los reyes y por todos los que están en autoridad, para que gocen una vida que sea tranquila y reposada y que puedan actuar con toda piedad y reverencia. Esa es la manera digna de vivir, la que cuenta con la aprobación de Dios nuestro Salvador, Que quiere que todas las personas se salven y que vengan a un conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo Mediador entre Dios y el hombre, el Hombre Jesucristo, Que Se dio a Sí mismo en expiación por todos. Fue así como Él dio Su testimonio de Dios en Su propio tiempo propicio, un testimonio del que yo he sido nombrado heraldo y enviado (estoy diciendo la verdad, esto no es ninguna mentira), maestro de los paganos, y mi mensaje esta basado en la fe y en la verdad.

Antes de estudiar este pasaje en detalle, debemos fijarnos en una cosa que resalta de manera que no se puede por menos de notar. Pocos pasajes de Nuevo Testamento hacen un hincapié tan claro en la universalidad del Evangelio. La oración se ha de hacer por todos los hombres; Dios es el Salvador Que desea que todos los hombres se salven; Jesús dio Su vida en rescate por todos. Como escribe Walter Lock, «la voluntad salvífica de Dios es tan amplia como Su voluntad creadora.»

Esta es una nota que suena una y otra vez en el Nuevo Testamento. Por medio de Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo (2 Corintios 5:18s). De tal manera amó Dios al mundo que dio a Su Hijo (Juan 3:16). Jesús tenía confianza en que, cuando fuera elevado sobre la Cruz, más tarde o más temprano atraería a todos los hombres a Sí mismo (Juan 12:32).

E. F. Brown llama a este pasaje « la carta magna de la obra misionera.» Dice que es la prueba de que todas las personas son capax Dei, capaces de recibir a Dios. Puede que estén perdidos, pero pueden ser encontrados; puede que sean ignorantes, pero pueden ser iluminados; puede que sean pecadores, pero pueden ser salvos. George Wishart, el precursor de John Knox, escribe en su traducción de la Primera Confesión Suiza: «El fin y el propósito de la Escritura es declarar que Dios es benevolente y amigable para con la humanidad; y que ha declarado esa amabilidad Suya en y por medio de Jesucristo, Su único Hijo; la cual amabilidad se recibe por la fe.» Por eso se deben ofrecer oraciones por todos los seres humanos. Dios quiere a todas las personas; y así, por tanto, debe querer Su Iglesia.

(i) El Evangelio incluye a los de arriba y los de abajo. Tanto el emperador en la cumbre de su poder como el esclavo en su indefensión están incluidos en el abrazo del Evangelio. Tanto el filósofo con su sabiduría como el hombre sencillo en su ignorancia necesitan la gracia y la verdad que el Evangelio les puede traer. En el Evangelio no hay diferencias de clase. El rey y el plebeyo, los ricos y los pobres, los aristócratas y los campesinos, el amo y el esclavo están todos incluidos en su abrazo ilimitado.

(ii) El Evangelio incluye a buenos y malos. Hay una extraña enfermedad que está afligiendo a la Iglesia en los tiempos modernos, que la hace insistir en que uno tiene que ser respetable antes de ser admitido, y mirar con suspicacia a los pecadores que tratan de entrar por sus puertas. Pero el Nuevo Testamento deja bien claro que la Iglesia existe, no solamente para edificar a los buenos, sino para recibir y salvar a los pecadores.

Uno de los grandes santos de los tiempos modernos, y de todos los tiempos, fue Toyohiko Kagawa. Fue a Shinkawa adonde se dirigió para buscar hombres y mujeres para Cristo, y vivió allí en los suburbios más abandonados y asquerosos del mundo.

W. J. Smart describe la situación: «Sus vecinos eran prostitutas no inscritas, ladrones que presumían de su astucia para burlar a toda la policía de la ciudad, asesinos que estaban orgullosos no solo de su ficha de crímenes sino siempre dispuestos a añadir a su curriculum nuevos delitos. Toda la gente, ya fueran débiles o retrasados mentales o criminales, vivían en condiciones de miseria abismal, en calles resbaladizas de porquería donde las ratas salían arrastrándose de las alcantarillas abiertas para morir. El aire estaba siempre cargado de hedor. Una chica idiota que vivía en la chabola de al lado de la de Kagawa tenía pinturas viles pintadas en la espalda para seducir a los hombres a su nido. Por todas partes había cuerpos humanos pudriéndose de sífilis.» Kagawa quería a las personas así lo mismo que Jesucristo, porque El quiere a todos los seres humanos lo mismo buenos que malos.

(iii) El Evangelio abraza a los cristianos y a los no cristianos. La oración se ha de hacer por literalmente todos los seres humanos. Los emperadores y gobernantes por los que esta carta nos exhorta a orar no eran cristianos; eran de hecho hostiles a la Iglesia; y, sin embargo; había que presentarlos ante el trono de la gracia en las oraciones de la Iglesia. Para el verdadero cristiano no hay tal cosa como un enemigo en todo el mundo. Nadie está fuera de sus oraciones, porque nadie está fuera del amor de Cristo ni del propósito de Dios, Que quiere que todos los seres humanos se salven.

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