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2 Corintios 11: El peligro de la seducción

¡Permitidme que dé señales de desatino! Cuento con vuestra paciencia. Estoy celoso de vosotros, con el celo de Dios; porque os he comprometido con un Marido, y quisiera presentaros a Él, a Cristo, como una virgen casta. Pero me temo que, como engañó la serpiente con su astucia a Eva, vuestro pensamiento se haya corrompido de la sencillez y la pureza con que se debe mirar a Cristo. Porque, si os llega uno predicándoos a otro Jesús, a un Jesús que no es el Que no os hemos predicado, y si recibís un espíritu diferente del Que ya habíais recibido, o un evangelio distinto, que no habíais recibido antes, ¡eso os parece estupendo! Pues bien: yo no me considero inferior en nada a esos superapóstoles. Puede que no tenga un pico de oro, pero no soy ningún ignorante; y, de hecho, os presentamos con claridad el conocimiento de Dios en su totalidad.

En toda esta sección, Pablo tiene que adoptar métodos que no le agradan lo más mínimo. Tiene que hacer hincapié en su propia autoridad, que presumir de sí mismo y que compararse con los que están intentando seducir a la iglesia de Corinto. Y no le gusta hacerlo, y se disculpa siempre que tiene que adoptar ese tono, porque no le era propio hablar tanto de sí mismo. Se dijo una vez de un gran hombre: «Nunca se acordaba de su dignidad hasta que los demás la olvidaban.» Pero Pablo sabía que lo importante no era su propia dignidad y honra, sino la dignidad y honra de Jesucristo.

Empieza usando una alegoría realista de las costumbres judías de boda. La idea de Israel como la esposa del Señor es corriente en el Antiguo Testamento. «Porque tu Marido es tu Hacedor», había dicho Isaías (54:5). «Como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo» (Isaías 62:5). Así es que era natural el que Pablo usara la alegoría del matrimonio y pensara en la iglesia de Corinto como la prometida de Cristo.

En una boda judía había dos personas que se llamaban, con un modismo hebreo, «los hijos de la cámara nupcial,» uno de los cuales representaba al novio y el otro a la novia. Tenían ciertas obligaciones. Actuaban como representantes de ambos. Repartían las invitaciones. Pero tenían una responsabilidad muy especial: garantizar la castidad de la novia. Eso es lo que Pablo tiene en mente aquí. En la boda de Jesucristo con la iglesia de Corinto, Pablo es el amigo del novio, y es su responsabilidad el garantizar la castidad de la novia, y hará todo lo posible para mantener a la iglesia corintia pura y digna de ser esposa de Jesucristo.

Había una leyenda corriente en los tiempos de Pablo: En el Huerto del Edén, Satanás había seducido de hecho a Eva, y Caín había nacido de aquella unión. Tal vez Pablo estuviera pensando en esa antigua leyenda cuando dice que se teme que la iglesia de Corinto sea seducida.

Está claro que llegaban personas a Corinto que predicaban su propia versión del Evangelio e insistían en que era superior a la de Pablo. También está claro que se tenían por gente muy importante: «superapóstoles» los llama Pablo. Pablo dice irónicamente que los corintios estaban alucinados con ellos. Si los escuchaban tan embelesados, ¿no le querrían oír a él?

A continuación expone el contraste entre aquellos falsos apóstoles y él mismo. Pablo no era un orador profesional. La palabra que usa es idiótés, que en su origen quería decir un ciudadano cualquiera que no tomaba parte en la política. De ahí pasó a designar a la persona que no tenía una formación profesional; y, en este caso, lo que llamaríamos un laico o, mejor todavía, un lego. Pablo dice que esos apóstoles, falsos y arrogantes, puede que fueran mejores oradores que él, profesionales cuando él no era más que un amateur. Puede que tuvieran muchos títulos universitarios, mientras que él no era más que un lego. Pero el caso era que, aunque Pablo no conociera las técnicas de la oratoria y los otros sí, él sabía de lo que hablaba y ellos no.

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