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Apocalipsis 7: Rescate y recompensa

Después de esto vi a cuatro ángeles que estaban de pie en las cuatro esquinas de la Tierra conteniendo los cuatro vientos de la Tierra para que no soplara ningún viento sobre la Tierra ni sobre el mar ni sobre ningún árbol. Y vi otro ángel subiendo de donde sale el Sol con un sello que pertenecía al Dios vivo, y les gritó a gran voz a los cuatro ángeles a los que se había otorgado poder para hacer daño ala tierra y al mar: – ¡No hagáis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que sellemos a los siervos de nuestro Dios en la frente.

Antes de estudiar este capítulo en detalle conviene que establezcamos el esquema general que presenta. Juan está contemplando la visión de los últimos días terribles, y en particular la gran tribulación que está para venir, que no es de comparar con ninguna otra que haya habido desde el principio del mundo hasta ahora (cp. Mateo 24:21; Marcos 13:19). En esta tribulación que ha de venir tenía que haber un asalto final de todos los poderes del mal y una devastación final en la Tierra. Los vientos estaban esperando para cumplir su misión en esta devastación, para lo cual están siendo retenidos.

Antes que venga este tiempo de terror y devastación, los fieles han de ser marcados con el sello de Dios para que puedan sobrevivir. No es que hayan de ser eximidos, sino que han de superar la situación a salvo.

Este es un cuadro terrible; aun cuando los fieles hayan de superar este tiempo terrible, sin embargo tienen que pasarlo, y esta es una perspectiva que hace temblar hasta al más valiente.

En el versículo 9, la perspectiva de la visión de Juan se amplía todavía más, y ve a los fieles después que ha pasado la gran tribulación. Están en perfecta paz y satisfacción en la misma presencia de Dios. El tiempo del fin les traerá horrores indecibles, pero cuando los hayan pasado entrarán en un gozo igualmente indecible.

Hay realmente tres elementos en este cuadro.

(i) Hay una advertencia. El último tiempo sin precedente e inconcebible de tribulación está próximo.
(ii) Hay seguridad. En ese tiempo de destrucción los fieles sufrirán terriblemente, pero saldrán a salvo al otro lado porque están marcados con el sello de Dios.
(iii) Hay una. promesa. Cuando hayan pasado por ese tiempo, entrarán en la bienaventuranza en la que ya no habrá más dolor ni tristeza, sino solo paz y gozo.

Los vientos de Dios

Esta visión se enmarca en conceptos del mundo que eran los de los días en que Juan escribía.

La Tierra es plana y cuadrada; y en las cuatro esquinas hay cuatro ángeles esperando para desatar los vientos de la destrucción. Isaías habla de reunir a los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la Tierra (lsaías 11:12). Para Ezequiel «el fin viene de los cuatro extremos de la Tierra» (Ezequiel 7:2).

Los pueblos antiguos creían que los vientos que soplaban del Norte, del Sur, del Este y del Oeste eran todos favorables; pero los que soplaban diagonalmente a través de la Tierra eran perjudiciales. Por eso estaban los ángeles apostados en las cuatro esquinas de la Tierra. Estaban a punto de desatar los vientos que soplan diagonalmente. Era una creencia corriente que todas las fuerzas de la naturaleza estaban a cargo de ángeles; así es que leemos del ángel del fuego (Apocalipsis 14:18) y del ángel de las aguas (Apocalipsis 16:5). Estos ángeles se llamaban «los ángeles del servicio.» Pertenecían al rango más bajo de los ángeles, porque estaban de guardia constantemente, y por tanto no podían guardar el Sábado como día de reposo. Los israelitas piadosos que observaban fielmente la Ley del Sábado se decía que estaban por encima de los ángeles del servicio.

A estos ángeles se había mandado que retuvieran los vientos hasta que se acabara la labor de sellar a los fieles. Esta idea tiene más de un eco en la literatura judía. En Henoc, Dios manda a los ángeles de las aguas que las retengan hasta que Noé haya terminado el arca (Henoc 66:1 s). En 2 Baruc, se manda a los ángeles de las antorchas encendidas que contengan el fuego, cuando los babilonios estaban saqueando Jerusalén, hasta que se hubieran escondido los vasos sagrados del Templo, y estuvieran a salvo del saqueo de los invasores (2 Baruc 6:4). Más de una vez vemos a los ángeles conteniendo las fuerzas de destrucción hasta que se asegura que los fieles están a salvo.

Una de -las ideas interesantes y pintorescas del Antiguo Testamento es la de que los vientos son los siervos y agentes de Dios. Esto se aplicaba especialmente al siroco, el terrible viento del sureste, con ráfagas que eran tan candentes como si salieran de un horno, y que secaban y agostaban la vegetación.

Zacarías pinta las carrozas de los vientos que se ponen en marcha después de presentarse ante el Señor de toda la Tierra (Zacarías 6:1-5). Nahúm habla del Señor, Que marcha sobre la tempestad y el torbellino (el siroco) (Nahúm 1:3). El Señor avanza entre los torbellinos del Sur (Zacarías 9:14). Los vientos son los carruajes de Dios (Jeremías 4:13). Él usa los torbellinos como Sus carros (Isaías 66:15). El viento es el soplo de Dios (Job 37:9s). El viento rompe los montes y quiebra las peñas (1 Reyes 19:11) y agosta la hierba (Isaías 40:7,24) y seca las fuentes, los ríos y el mar (Nahúm 1:4; Salmo 18:15).

Tan terrible era el efecto del siroco que se le reservó un lugar en los cuadros de los últimos días. Uno de los terrores que habían de preceder al fin era una terrible tormenta. Dios destruiría a Sus enemigos como hojarasca delante del viento (Salmo 83:13). El Día de Dios sería un día de torbellino (Amós 1:14). La tempestad del Señor sale con toda su furia y cae sobre la cabeza de los impíos (Jeremías 23:19; 30:23). El viento del Señor, el siroco, vendrá del desierto y destruirá la fertilidad de la tierra (Oseas 13:15). Dios enviará Sus cuatro vientos sobre Elam y diseminará al pueblo (Jeremías 49:36).

Esto nos es difícil de entender a muchos; el que vive en un clima templado no conoce el terror del viento. Pero hay algo aquí mucho más trascendental y característico del pensamiento judío. Los judíos no sabían nada de causas secundarias. Nosotros decimos que las condiciones atmosféricas, los cambios de temperatura, el relieve de la tierra y la montaña, producen ciertas consecuencias. Los judíos lo atribuían todo a la intervención directa de Dios. Sencillamente decían que Dios enviaba la lluvia, soplaba el viento, tronaba y enviaba Su rayo.

Sin duda ambos puntos de vista son correctos, porque puede que nosotros creamos que Dios obra por medio de las leyes por las que se gobierna Su universo.

El Dios viviente

Antes de que la gran tribulación azote la Tierra, los fieles tienen que ser marcados con el sello de Dios. Hay aquí dos cosas que señalar.

(i) El ángel con el sello viene de donde nace el Sol, del Oriente. Todas las figuras de Juan quieren decir algo, y puede que haya dos significados detrás de esta.

(a) Es en el Este donde nace el Sol, el supremo proveedor material de la luz y de la vida; y el ángel puede que represente la vida y la luz que Dios da a Su pueblo aun cuando acechan la muerte y la destrucción.
(b) También es posible que Juan recuerde algo de la historia del nacimiento de Jesús. Los magos llegaron a Palestina buscando al Rey que había de nacer, porque « Su estrella hemos visto en el Oriente» (Mateo 2:2). Es natural que el ángel liberador surgiera en la misma parte del cielo que la estrella que anunció el nacimiento del Salvador.

(ii) El ángel tiene el sello que pertenece al Dios viviente. El Dios viviente es una expresión en la que se complacían mucho los autores de la Escritura, y cuando la usan tienen en mente ciertas cosas.

(a) Están pensando en el Dios viviente en contraposición a los dioses muertos de los paganos. Isaías tiene un pasaje tremendo de sublimé ironía refiriéndose a los gentiles y a los dioses que se han hecho con sus propias manos (Isaías 44:917). El herrero toma una masa de metal, y la trabaja sirviéndose del fuego, de la maza, de las tenazas y de la fuerza de su brazo, sudando y cansándose en la tarea de hacer un dios. El carpintero tala un árbol, trabaja con la regla, los cepillos y el compás; usa parte de la madera para hacerse un fuego para calentarse o para cocer el pan y asar la carne, y otra parte la usa para hacer un dios. Los dioses de los paganos están muertos y son hechura humana; nuestro Dios está vivo y es el Creador de todas las cosas.
(b) La idea del Dios viviente se usa para dar ánimo. En medio de sus luchas, Josué le recuerda al pueblo que está con ellos el Dios viviente, Que mostrará Su poder en todos los enfrentamientos con el enemigo (Josué 3:10). Cuando un creyente se encuentra en aprietos insuperables, sabe que el Dios viviente está a su lado.
(c) Solamente se puede tener verdadera satisfacción en el Dios viviente. Es al Dios viviente al que el alma del salmista anhela y de Quien tiene sed (Salmo 42:2). No se puede encontrar satisfacción en las cosas, sino solo en la relación con las personas; por ello no se puede encontrar la más alta satisfacción sino en la comunión con el Dios viviente.
(d) Los autores bíblicos hacen hincapié en el privilegio de conocer y pertenecer al Dios viviente. Oseas recuerda al pueblo de Israel que hubo un tiempo en que ellos no eran ningún pueblo, pero por la misericordia de Dios habían llegado a ser hijos del Dios viviente (Oseas 1:10). Nuestro privilegio es que se nos ofrece la amistad, la relación, la ayuda, el poder y la presencia del Dios viviente.
(e) En la idea del Dios viviente se dan al mismo tiempo una promesa y una amenaza. 2 Reyes nos cuenta gráficamente la historia de cuando el gran rey Senaquerib mandó a su mensajero Rabsaces a decirle a Ezequías que tenía intención de acabar con la nación de Israel.. Hablando humanamente, el pequeño reino de Judá no tenía esperanza de sobrevivir si se le echaba encima el poder de Asiria. Pero con Israel estaba el Dios viviente, Que era una amenaza para los no-dioses de Asiria y una promesa para los fieles de Israel (2 Reyes 18:17-37).

El sello de Dios

Y oí el número de los que fueron sellados: ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de los hijos de Israel. De la tribu de Judá, doce mil fueron sellados; de la tribu de Rubén, doce mil; de la tribu de Gad, doce mil; de la tribu de Aser, doce mil; de la tribu de Neftalí, doce mil; de la tribu de Manasés, doce mil; de la tribu de Simeón, doce mil; de la tribu de Leví, doce mil; de la tribu de Zabulón, doce mil; de la tribu de José, doce mil; de la tribu de Benjamín, doce mil.

Los que han de pasar a salvo por la gran tribulación reciben una señal en la frente. Esta figura deriva probablemente de Ezequiel 9. En la descripción de Ezequiel, antes de que empiece la matanza final, el hombre del tintero de escribano marca en la frente a los que son fieles, y a los verdugos se les dice que no toquen a los que están marcados (Ezequiel 9:1-7).

La idea del sello del rey sería muy comprensible en Oriente. Los reyes orientales llevaban colgado un anillo de sellar cuya marca se usaba para autenticar documentos que procedían del rey y para marcar lo que era propiedad exclusiva del rey. Cuando el Faraón nombró su primer ministro y representante a José, le dio su anillo de sellar como señal de la autoridad que delegaba en él (Génesis 41:42). Lo mismo hizo Asuero, primero con Amán y luego, cuando se descubrió la trama malvada de este, con Mardoqueo (Ester 3:10; 8:2). La losa que cerró el foso de los leones al que echaron a Daniel fue sellada (Daniel 6:17), y lo mismo la piedra con la que los judíos trataron de asegurar la tumba de Jesús (Mateo 27:66).

Muy frecuentemente un sello indicaba origen o posesión. Un mercader sellaba un paquete de mercancía para certificar que era suya; y el dueño de una viña sellaba las botellas de vino para mostrar que procedían de su viña y tenían su garantía.

Así es que aquí el sello era la señal de que aquellas personas pertenecían a Dios y estaban bajo Su poder y autoridad. En la Iglesia primitiva esta figura de marcar con un sello se relacionaba especialmente con dos cosas. (a) Con el Bautismo, que se describía frecuentemente como recibir un sello. Era como si, al ser bautizada una persona, se le pusiera una señal para mostrar que había pasado a ser propiedad y posesión de Dios. (b) Pablo habla repetidas veces acerca del cristiano que está sellado con el don del Espíritu Santo. Poseer el Espíritu Santo es la señal de pertenecer a Dios. El cristiano verdadero está marcado con el sello del Espíritu, Que le permite tener la sabiduría y la fuerza para hacerse cargo de la vida de una manera que está fuera del alcance de los que no lo son.

El número de los fieles

Hay algunas cosas bien generales que han de notarse aquí y que ayudarán considerablemente a entender este pasaje.

(i) Dos cosas se han de decir acerca del número 144,000.

(a) Es bastante seguro que no representa el número de los fieles en cierto día y generación. Los 144,000 representan a los que en el tiempo de Juan son sellados y preservados de la gran tribulación que les sobrevendrá en cualquier momento. A su debido tiempo, como veremos en el versículo 9, se van a incluir en la multitud innumerable que procede de todas las naciones.
(b) El número 144,000 representa, no la limitación, sino la plenitud y perfección. Es el producto de 12 por 12 -el cuadrado perfecto, hecho aún más inclusivo y completo al multiplicarse por 1,000.

Esto no nos dice que el número de los salvos será muy pequeño, sino al contrario: que será muy grande.

(ii) La enumeración en términos de las doce tribus de Israel no quiere decir que esto se refiera exclusivamente a los judíos. Uno de los pensamientos básicos del Nuevo Testamento es que la Iglesia es el verdadero Israel, y que el Israel nacional ha pasado todos sus privilegios y promesas a la Iglesia. Pablo escribe: « No es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu y no según la letra. La alabanza del tal no viene de los hombres, sino de Dios» (Romanos 2:28s). « No todos los que descienden de Israel son israelitas,» dice también Pablo (Romanos 9:6s). Si una persona es de Cristo, es la simiente de Abraham y heredera según la promesa (Gálatas 3:29). Es la Iglesia la que es el Israel de Dios (Gálatas 6:16). Son los cristianos los que son la verdadera circuncisión, los que dan culto a Dios en el Espíritu, que se regocijan en Jesucristo sin poner su confianza en la carne (Filipenses 3:3). Aunque este pasaje se presente en términos de las doce tribus de Israel, se refiere a la Iglesia de Dios, el nuevo Israel, el Israel de Dios.

(iii) Sería una equivocación hacer hincapié en el orden en que se mencionan las diez tribus, porque las listas suelen variar en el orden. Pero dos cosas sobresalen. (a) Judá ocupa el primer lugar, que le corresponde a Rubén, el primogénito de Jacob. Eso se explica sencillamente por el hecho de que fue de la tribu de Judá de la que vino el Mesías. (b) Mucho más interesante es la omisión de Dan. Pero también tiene su explicación. En el Antiguo Testamento, Dan no conserva un lugar elevado, y se relaciona frecuentemente con la idolatría. En el discurso de despedida de Jacob a sus hijos, se dice: « Será Dan serpiente junto al camino, víbora junto a la senda, que muerde los talones del caballo y hace caer hacia atrás al jinete» (Génesis 49:17). En Jueces, los descendientes de Dan se dice que se hicieron un ídolo (Jueces 18:30). Los becerros de oro, que se convirtieron en un pecado, se instalaron en Betel y en Dan (1 Reyes 12:29). Y hay más. Hay un dicho curioso en Jeremías 8:16: «Desde Dan se oyó el resoplar de sus caballos; al sonido de los relinchos de sus corceles tembló toda la Tierra. Vinieron y devoraron la tierra y todo lo que en ella había.» Ese dicho se tomó como una referencia al Anticristo, la encarnación del mal que había de venir; y llegó a creerse entre los rabinos judíos que el Anticristo había de proceder de Dan. Hipólito (Sobre el Anticristo 14) dice: «Como el Cristo nació de la tribu de Judá, así nacerá el Anticristo de la tribu de Dan.»

Esa es la razón por la que se omite Dan de esta lista, completándose su número con el nombre de Manasés, que normalmente se considera incluido en José.

La gloria de los mártires

Después de esto vi, fijaos, una gran multitud, tan grande que nadie podría contar su número, procedente de todas las razas y las tribus y los pueblos y las lenguas, que estaban de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con palmas en las manos. Y gritaban a gran voz: – ¡La Salvación es cosa de nuestro Dios, Que está sentado en el trono, y del Cordero! Aquí tenemos el principio de la visión de la bienaventuranza futura de los mártires.

(i) Aquí hay aliento. Se les está echando encima a los fieles un tiempo de terror como no se ha conocido nunca; y Juan les está diciendo que, si lo soportan hasta el final, la gloria habrá valido la pena, cualquier pena. Está presentándoles lo infinitamente rentable que es en último extremo aceptar todo lo que implique el martirio que deba sufrir la fidelidad.

(ii) El número de los mártires es incontable. Esto bien puede ser el recuerdo de la promesa que Dios le hizo a Abraham de que sus descendientes llegarían a ser tan numerosos como las estrellas del cielo (Génesis 15:5), y como la arena de todas las playas (Génesis 32:12); al final, el número del verdadero Israel estará fuera de toda estadística.

(iii) Juan usa una frase a la que es muy aficionado. Dice que los fieles de Dios procederán de todas las razas y las tribus y los pueblos y las lenguas (Cp. Apocalipsis 5:9; 11:9; 13:7; 14:6; 17:15). H. B. Swete habla de «la multitud cosmopolita y políglota que se apelotonaba en el ágora o en los muelles de los puertos de las ciudades de Asia.» En cualquier puerto o mercado de Asia se reunían personas de muchas tierras, que hablaban muchos idiomas diferentes. A cualquier evangelista se le inflamaría el corazón al llevar el mensaje de Cristo a una multitud tan diversa de personas. Aquí tenemos la promesa de que llegará el día cuando toda esta multitud abigarrada de muchas naciones y lenguas llegará a ser el rebaño del Señor Jesucristo.

(iv) Es en victoria como llegan por último los fieles a la presencia de Dios y del Cordero. Aparecen, no cansados, vapuleados y gastados, ¡sino victoriosos! La túnica blanca es la señal de la victoria; un general romano desfilaba en su triunfo vestido de blanco. La palma también es un emblema de victoria. Cuando, bajo el dominio de los Macabeos, Jerusalén fue liberada de las contaminaciones de Antíoco Epífanes, el pueblo entró y desfiló con ramas y ramos y palmas y salmos (2 Macabeos 10:7).

(v) El grito triunfal de los fieles adscribe la Salvación a Dios. Es Dios Quien los ha sacado con bien de sus luchas y pruebas y tribulaciones; y es Su gloria la que ahora comparten. Dios es el gran Salvador, el gran Libertador de Su pueblo. Y la liberación que Él da no es la de la huida, sino la de la victoria. No es una liberación que libra a una persona de los problemas, sino que le conduce victoriosamente entre ellos. No hace que la vida sea fácil, sino la hace grandiosa. No es parte de la esperanza cristiana el buscar una vida en la que uno se vea libre de todo problema y angustia; la esperanza cristiana consiste en que una persona en Cristo puede soportar cualquier clase de dificultad y adversidad manteniéndose firme, y salir a la gloria por el otro lado.

La alabanza de los ángeles

Y todos los ángeles estaban en pie formando un círculo alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes, y se postraron delante del trono y adoraron a Dios diciendo: – ¡Así sea! La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza corresponden a nuestro Dios por siempre jamás. Amén.

La escena está formada por una serie de grandes círculos concéntricos de habitantes del Cielo. En el círculo exterior están todos los ángeles. Más cerca del trono, los veinticuatro ancianos; aún más cerca, los cuatro seres vivientes, y delante del trono están los mártires vestidos de blanco. Los mártires acaban de entonar su cántico de alabanza a Dios, y los ángeles entran en la alabanza y la hacen suya diciendo: « ¡Así sea!» Dicen «Amén» a las alabanzas de los mártires, y luego entonan su propio cántico, en el que todas las palabras están preñadas de sentido.

Adscriben la bendición a Dios; y toda la creación de Dios debe estarle bendiciendo siempre por Su bondad en la creación y en la redención y en la providencia de todo lo que ha creado. Como decía un gran santo: « Tú nos has hecho, y somos Tuyos; Tú nos has redimido, y somos,tuyos por partida doble.»

Adscriben la gloria a Dios. El es el Rey de reyes y el Señor de señores; por tanto, a Él se ha de dar la gloria. Dios es amor; pero ese amor no se debe rebajar a mera sensiblería; no debemos olvidar nunca la majestad de Dios. Adscriben la sabiduría a Dios. Él es la fuente de toda verdad, el dador de todo conocimiento. Si buscamos la sabiduría, solo la podemos encontrar por dos senderos: buscando con nuestra mente, y esperando en Dios -y cada uno es tan importante como el otro.

Ofrecen la acción de gracias a Dios. Él es el dador de la salvación y el constante proveedor de la gracia; es el Creador del mundo y el constante sustentador de todo lo que hay en él. El clamor del salmista había sido: «¡Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de Sus beneficios!» (Salmo 103:2). Shakespeare decía que es más agudo que los dientes de una víbora el tener un hijo desagradecido. Debemos asegurarnos de no ser nunca culpables del más feo y desgraciado de los vicios, que es la ingratitud.

Adscriben el honor a Dios. Dios debe ser adorado. Puede que a veces Le consideremos como Alguien de Quien nos podemos aprovechar; pero no deberíamos olvidar el deber de la adoración, limitándonos a pedirle cosas; a Dios hemos de rendirnos con todo lo que tenemos y somos.

Adscriben el poder a Dios. Su poder nunca disminuye, y lo maravilloso es que lo usa con amor por los hombres. Dios cumple Su propósito en el tiempo, y al final vendrá Su Reino.

Adscriben la fuerza a Dios. El problema de la vida es encontrar la fuerza para cumplir sus tareas, sus responsabilidades y sus exigencias. El cristiano puede decir: «Seguiré adelante con la fuerza del Señor.»

No hay ejercicio más excelente en la vida devocional que meditar en la alabanza de los ángeles, y hacerla nuestra.

Lavados del pecado

Entonces uno de los ancianos me dijo: -¿Sabes quiénes son esos que están vestidos de túnicas blancas y de dónde vienen? -Señor, tú sabrás – le contesté. -Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas y las han emblanquecido mediante el Poder de la sangre del cordero.

Hay que fijarse en una cosa antes de pasar a tratar de este pasaje en detalle. La antigua versión reina-valera generalizaba el sentido al traducir: « Estos son los que han venido de grande tribulación.» A partir de la revisión de 1960 se ha corregido: «los que han salido de la gran tribulación.» El vidente está convencido de que él y su pueblo se encuentran en el tiempo final de la Historia, y que ese tiempo final va a ser más terrible de lo que se pueda imaginar. El mensaje de su visión es que a ese tiempo terrible seguirá la gloria. No es de tribulación en general de lo que está hablando, sino de la tribulación que anunció Jesús cuando dijo: «Porque aquellos días serán de tribulación cual nunca ha habido desde el principio de la creación que Dios hizo, hasta este tiempo, ni la habrá» (Marcos 13:19; Mateo 24:21). Ahora leemos este pasaje como si hablara de tribulación en general, y en ese sentido lo encontramos muy precioso; y tenemos razón al entenderlo así, porque las promesas de Dios son para siempre; pero al mismo tiempo debemos recordar que originalmente se refería a las circunstancias inmediatas de las personas a las que estaba escribiendo Juan.

Este pasaje tiene dos figuras que son muy corrientes en la Biblia. Veamos primero estas figuras separadamente, y luego las juntaremos para encontrar el sentido total del pasaje.

La gran multitud de los bienaventurados están vestidos de ropas blancas. La Biblia tiene mucho que decir tanto acerca de la ropa blanca como acerca de la ropa sucia. En el mundo antiguo esta era una metáfora muy natural, porque estaba prohibido acercarse a un dios vestido de ropa que no estuviera limpia. La metáfora aún se intensificaba más por el hecho de que cuando un cristiano era bautizado se le ponían vestiduras blancas nuevas. Estas vestiduras simbolizaban su nueva vida, y el ensuciarlas suponía su fracaso en el cumplimiento de los votos bautismales.

Isaías dice: «Todos nosotros somos como cosa impura, y todas nuestras buenas obras como trapos inmundos» (Isaías 64:6). Zacarías ve al sumo sacerdote Josué cubierto con vestiduras viles, y oye decir a Dios: « Quitadle esas vestiduras viles… Mira que he quitado de ti tu pecado y te he hecho vestir de ropas de gala» (Zacarías 3:1-5). Como preparación para recibir los mandamientos de Dios, Moisés mandó al pueblo que se lavara la ropa (Éxodo 19:10,14). El salmista pide a Dios que le lave más y más de su maldad, que le purifique con hisopo, que le lave hasta que quede más blanco que la nieve (Salmo 51:1-7). El profeta oye la promesa de Dios de que los pecados que sean como la grana quedarán más blancos que la nieve, y los que sean rojos como el carmesí quedarán como la lana blanca (Isaías 1:18). Pablo recuerda a los suyos de Corinto que ya han sido lavados y santificados (1 Coriñtios 6:11).

Aquí tenemos una figura que aparece en toda la Escritura, la de un hombre que se ha ensuciado la ropa con el pecado y que ha sido limpiado por la gracia de Dios. Es de suma importancia recordar que este amor de Dios no solo perdona al hombre por tener sus vestiduras sucias, sino que también se las limpia.

La sangre de Jesucristo

Este pasaje habla de la sangre del Cordero. El Nuevo Testamento tiene mucho que decir acerca de la sangre de Jesucristo. Debemos poner cuidado para darle a esta frase todo su significado. Para nosotros sangre quiere decir muerte, y no cabe duda que la sangre de Jesucristo indica Su muerte. Pero para los judíos la sangre representaba la vida. Por eso los judíos ortodoxos no comían -ni comen- nada que contenga sangre (Génesis 9:4). La sangre es la vida, y la vida pertenece a Dios; y la sangre se Le ha de sacrificar a Él. La identificación de la sangre con la vida es algo natural. Cuando uno se desangra, pierde la vida.

Cuando el Nuevo Testamento habla de la sangre de Jesucristo no quiere decir solo Su muerte, sino Su vida y muerte. La sangre de Cristo representa todo lo que Cristo hizo por nosotros y quiere decir para nosotros en Su vida y en Su muerte. Con esto en mente veamos lo que el Nuevo Testamento dice acerca de esa sangre.

Es la sangre de Jesucristo lo que nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7). Es la sangre de Jesucristo lo que hace expiación por nosotros (Romanos 3:25), y es mediante Su sangre como somos justificados (Romanos 5:9). Es por Su sangre como tenemos redención (Efesios 1:7), y somos redimidos con la preciosa sangre de Cristo como de un cordero sin mancha ni contaminación (1 Pedro 1:19). Es mediante Su sangre como obtenemos la paz con Dios (Colosenses 1:20). Su sangre purifica nuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios viviente (Hebreos 9:14).

Hay aquí cuatro ideas, y de la primera es de la que se derivan las otras.

(i) La idea principal está basada en el sacrificio. El sacrificio es esencialmente algo designado para restablecer la relación perdida con Dios. Dios da al hombre Su Ley. El hombre quebranta esa Ley. Eso interrumpe la relación con Dios. El sacrificio está diseñado para compensar esa ruptura y restaurar la relación perdida. La gran Obra de Jesucristo en Su vida y en Su muerte es restaurar la relación perdida entre Dios y el hombre.

(ii) Esta Obra de Cristo tiene que ver con el pasado. Obtiene para el hombre el perdón de sus pecados pasados y le libera de la esclavitud al pecado.

(iii) Esta Obra de Cristo tiene que ver con el presente. Le da al hombre aquí y ahora, en este mundo, a pesar del fracaso y del pecado, una relación nueva e íntima con Dios, en la que el miedo desaparece y el amor es el vínculo.

(iv) Esta Obra de Cristo tiene que ver con el futuro. Libera al hombre del poder del mal y le capacita para vivir una vida nueva en el tiempo por venir.

Los santos que han lavado sus ropas en la sangre del cordero

Unamos ahora las dos ideas que hemos estudiado. Los bienaventurados han lavado sus vestiduras y las han dejado blancas en la sangre del Cordero. Tratemos de expresar todo lo sencillamente que podamos lo que esto quiere decir.

Las vestiduras blancas siempre representan dos cosas. Representan la pureza, la vida limpia de la suciedad del pecado pasado, la infección del pecado presente y el ataque del pecado futuro. Y representan la victoria, la vida que ha descubierto el secreto del vivir victorioso. Para decirlo de la manera más sencilla: esto quiere decir que los bienaventurados han encontrado el secreto de la pureza y de la victoria en todo lo que Jesucristo hizo por ellos en Su vida y en Su muerte.

Ahora tratemos de ver el sentido de en la sangre del Cordero. Hay dos posibilidades.

(i) Puede que quiera decir en el poder de la sangre del Cordero o al precio de la sangre del Cordero. Esta sería entonces una manera gráfica de decir que esta pureza y esta victoria se obtuvieron por el poder y al precio de todo lo que Jesucristo hizo por los hombres en Su vida y en Su muerte.

(ii) Pero puede que sea más probable que la imagen se haya de tomar literalmente; y que Juan conciba que los bienaventurados han lavado sus vestiduras en la sangre que fluye de las heridas de Jesucristo. Para nosotros esa es una figura extraña y puede que hasta repulsiva; y es paradójico el pensar que las ropas se puedan dejar blancas lavándolas en sangre escarlata. Pero no les parecería extraño a los del tiempo de Juan; a muchos de ellos les sonaría familiar. La fuerza religiosa mayor de la época era la de las religiones de misterio. Estas eran religiones dramáticas que mediante profundamente conmovedoras ceremonias ofrecían a los hombres un nuevo nacimiento y una promesa de vida eterna. Tal vez la más famosa era el mitraísmo, centrado en el dios Mitra. El mitraísmo tenía devotos en todo el mundo; era la religión favorita en el ejército Romano, y hay reliquias hasta en las Islas Británicas de las capillas de Mitra en las que se reunían los soldados romanos para celebrar sus cultos. La ceremonia más sagrada del mitraísmo era el taurobolium, el bautismo en sangre de toro. Lo describe el poeta cristiano Prudencio: « Se cavaba una fosa, sobre la que se erigía una plataforma de placas que estaban perforadas con agujeros. Sobre esa plataforma se degollaba el toro del sacrificio. Debajo de la plataforma estaba arrodillado el adorador que iba a iniciarse. La sangre del toro sacrificado caía por los agujeros de las placas sobre el adorador, que exponía su cabeza y toda su ropa para que se saturara con la sangre; y luego se daba la vuelta y exponía el cuello para que la sangre le resbalara sobre los labios, oídos, ojos y nariz; mojaba su lengua con la sangre, y la bebía como una acción sacramental. Salía de la fosa seguro de que era renatus in aeternum, nacido de nuevo para toda la eternidad.»

Esto nos parecerá sin duda macabro y terrible. Justino Mártir decía que el diablo había sugerido estas ceremonias a los paganos para vacunarlos contra la verdad del Evangelio. Pero la verdad gloriosa e inmutable es que mediante la vida y la muerte de Jesucristo se le ofrece al cristiano esa pureza y victoria que no podía lograr por sí mismo, y el nacer de nuevo a la vida eterna.

El sacrificio de cristo y la apropiación humana

Aún nos queda por notar una cosa que es de importancia capital. Se dice de los bienaventurados que «habían lavado sus vestiduras y las habían dejado blancas en la sangre del Cordero.»

Aquí se establece simbólicamente la parte que corresponde a la persona en su propia salvación; los bienaventurados lavaron sus propias vestiduras. Es decir, la obra de la redención humana es de Cristo; pero su efecto no se produce automáticamente, sino que la persona tiene que apropiárselo. Puede que estén a disposición de una persona todos los medios para limpiar sus vestiduras; pero resultarán ineficaces a menos que los use por sí misma.

¿Cómo puede uno beneficiarse del sacrificio de Cristo?

Mediante el arrepentimiento. Debe empezar por sentir dolor por sus pecados y desear que haya un cambio en su vida. Eso lo hace mediante la fe. Debe creer con todo su corazón que Cristo vivió y murió por nosotros y para nuestra salvación, y que Su sacrificio tiene poder para salvar. Eso lo hace usando los medios de gracia. Las Escrituras despertarán su arrepentimiento y su fe, y le caldearán el corazón; la oración le mantendrá cerca de Cristo y estrechará de día en día su íntima relación con Él; los sacramentos serán los canales por los que la gracia renovadora fluirá a él por la fe: Eso lo hace mediante una lealtad y vigilancia diaria y viviendo con Cristo.

La adoración en la gloria

Por eso están delante del trono de Dios, y Le sirven día y noche en Su templo; y el Que está sentado en el trono extenderá la cobertura de Su gloria sobre ellos.

Los que hayan sido fieles tendrán acceso a la misma presencia de Dios. Jesús dijo: «Bienaventurados los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios» (Mateo 5:8).

Aquí se oculta un hecho significativo. Servir a Dios día y noche era el cometido de los levitas y de los sacerdotes (1 Crónicas 9:33). Ahora, los que están delante del trono de Dios en esta visión son, como ya hemos visto en el versículo 9, de toda raza y tribu y pueblo y lengua. Aquí tenemos una revolución.

En el templo terrenal de Jerusalén los gentiles no podían pasar más allá del Atrio de los Gentiles bajo pena de muerte. Los israelitas podían pasar el Atrio de las Mujeres y entrar en el de los Israelitas, pero no más allá. Más dentro estaba el Atrio de los Sacerdotes, donde solo podían entrar los sacerdotes. Pero en el Templo celestial, el acceso a la presencia de Dios les está abierto a los de cualquier raza. Aquí tenemos una descripción de un Cielo sin barreras. Las distinciones de raza y de condición ya no existen; etcamino a la presencia de Dios está abierto para toda alma fiel.

Hay aquí otro hecho medio escondido. En el versículo 15 algunas versiones ponen: « El Que está sentado en el trono habitará con ellos,» o «entre ellos.» Esa es una traducción perfectamente correcta; pero aquí hay algo más de lo que aparece a simple vista. Morar o habitar es en griego skénún, que deriva de skéné, que quiere decir tienda o tabernáculo. Es la misma palabra que usa Juan para decir que el Verbo Se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1:14). En hebreo existe una palabra algo parecida, con el mismo sentido, shakán, y su derivada Shekiná, la presencia de la gloria de Dios. (Transcribo estas palabras de forma que se vea la semejanza en las consonantes griegas -skn- y hebreas -shkn). Frecuentemente esa presencia tomó la forma de una nube luminosa: así, por ejemplo, cuando se promulgó la Ley, « la gloria del Señor reposó (wayyishkón « shakán) sobre el monte Sinaí, y la nube lo cubrió seis días… La apariencia de la gloria del Señor era como un fuego devorador en la cima del monte» (Éxodo 24:16-18). Lo mismo sucedió con el Tabernáculo: la nube cubrió el Tabernáculo de la reunión, y la gloria del Señor llenó el Tabernáculo (hammishkán « shakán). Y Moisés no podía entrar en el Tabernáculo a causa de la gloria del Señor. Esta era la nube que guiaba a los israelitas de día y el fuego que los guiaba de noche (Éxodo 40:34-38). En la dedicación del templo de Salomón, leemos que la gloria del Señor lo llenó de tal manera que los sacerdotes no podían entrar a cumplir su ministerio (2 Crónicas 7:1-3).

Skénún siempre hacía pensar a los judíos en Shekiná, y decir que Dios habitó en un lugar era decir que Su gloria estaba allí.

Esto fue siempre así para los judíos; pero conforme fue pasando el tiempo se hizo más general. Los judíos llegaron a creer que Dios estaba infinitamente lejos del mundo. Ni siquiera creían que se podía decir que estaba en el mundo; eso habría sido hablar en términos demasiado humanos; así es que tomaron la Shekiná como sustituto del nombre de Dios. Los rabinos cambiaron las palabras de Jacob en Betel: « Ciertamente el Señor está en este lugar» (Génesis 28:16), por: «La Shekiná está en este lugar.» En Habacuc leemos: «El Señor está en Su santo templo» (Habacuc 2:20); pero los judíos posteriores decían: «Plugo a Dios hacer morar Su Shek¡ná en el templo.» En Isaías leemos: «Han visto mis ojos al Rey, el Señor de los Ejércitos» (Isaías 6:5); los judíos lo cambiaron por: «Mis ojos han visto la Shekiná del Rey del mundo.»

Ningún judío podía escuchar la palabra skénún sin pensar en la Shekiná; y el verdadero sentido de este pasaje es que los benditos de Dios Le servirán, y vivirán bajo el mismo resplandor de Su gloria.

Esto puede ser verdad en la Tierra. El que trabaja y testifica fielmente para Dios tiene siempre la gloria de Dios sobre sí.

La bendición de los bienaventurados

Ya no pasarán hambre, ni tampoco sed; el sol no los abrumará más, ni ningún calor; porque el Cordero que está en medio del trono será su Pastor, y los conducirá a fuentes de aguas vivas; y Dios hará que ya no vuelvan a llorar nunca más.

Es imposible contar el número de los que han encontrado consuelo en este pasaje cuando han perdido a un ser querido.

Hay aquí una promesa espiritual: la de satisfacer definitivamente el hambre y la› sed del alma humana. Esta es una promesa que aparece una y otra vez en el Nuevo Testamento, y especialmente en las palabras de Jesús. «¡Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán satisfechos!» (Mateo 5:6). Jesús dijo también: « Yo soy el pan de la vida; el que acude a Mí no pasará hambre, y el que cree en Mí no padecerá de sed» (Juan 6:35). «El que beba del agua que Yo le daré, ya no padecerá de sed, porque el agua que Yo le daré se convertirá en su interior en un manantial de agua que brotará para la vida eterna» (Juan 4:14). Y también dijo: « ¡Si hay alguien que tenga sed, que venga a beber de Mí!» (Juan 7:37). Dios nos ha hecho para Sí, dijo Agustín, y tenemos el corazón inquieto hasta que encontramos nuestro reposo en Él.

Pero también puede ser que no debamos espiritualizar totalmente este pasaje. En los-primeros días, muchos de los miembros de la Iglesia eran esclavos. Sabían lo que era tener hambre siempre; sabían lo que era la sed; sabían lo que era trabajar agotadoramente bajo un sol despiadado, sin que se les permitiera descansar. Sin duda para ellos el Cielo sería un lugar en el que se satisficiera el hambre y se aplacara la sed y no se sintiera la tortura del ardor del sol. La promesa de este pasaje es que en Cristo se acaban el hambre del mundo, el dolor del mundo y la angustia del mundo.

Haremos bien en recordar que Juan recibió la inspiración de este pasaje en las palabras de Isaías: « No padecerán hambre ni sed, ni el calor ni el sol los afligirá; porque el Que tiene misericordia de ellos será su Pastor, y los guiará a manantiales de agua» (Isaías 49:10). Este es un ejemplo supremo de un sueño del Antiguo Testamento que encuentra su cumplimiento en Jesucristo.

El pastor divino

Aquí está la promesa del cuidado amoroso del Pastor Divino a Su rebaño.

La alegoría del Buen Pastor es algo en lo que se deleitaban los autores tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. « El Señor es mi Pastor,» empieza el salmo más querido (Salmo 23:1). «Pastor de Israel,» empieza otro (Salmo 80:1). Isaías describe a Dios apacentando Su rebaño como un pastor, abrazando Sus corderos y llevándolos en Su seno (Isaías 40:11). El mayor título que puede dar el profeta al Rey mesiánico es Pastor de Su pueblo (Ezequiel 34:23; 37:24).

Ese fue el título que Se dio a Sí mismo Jesús: « Yo soy el buen Pastor» (Juan 10:11,14). Pedro llama a Jesús «el Pastor y Obispo de nuestras almas» (1 Pedro 2:25), y el Autor de Hebreos habla de Él como «el gran Pastor de las ovejas» (Hebreos 13:20).

Esta es una figura preciosa en cualquier país y época; pero tenía más sentido en la antigua Palestina del que puede tener para los que ahora vivimos en las ciudades. Judea era como una estrecha meseta limitada por terreno peligroso por los dos lados.

Tenía pocos kilómetros de ancho, con terribles precipicios y ramblas que descendían abruptamente al Mar Muerto por un lado, y por el otro a los parajes naturales de la Sepela. No había vallas ni muros, y los pastores tenían que vigilar que no se les perdieran las ovejas. George Adam Smith describe así al pastor oriental: «Entre nosotros, en Escocia, las ovejas se dejan a su aire; pero no recuerdo haber visto nunca en Oriente un rebaño de ovejas sin su pastor. En tales parajes como Judea, donde el pasto del día está desperdigado por una franja de tierra sin vallar, llena de senderos engañosos, todavía frecuentada por fieras y bordeada por el desierto, el pastor y su carácter son indispensables. En algún monte escarpado en el que ululan las hienas por la noche, cuando te le encuentras insomne, con la vistaen la lejanía, curtido por la intemperie, armado, apoyado en su cayado y vigilando sus ovejas dispersas con cada una de ellas en el corazón, te das cuenta de por qué el pastor de Judea saltó al frente de la historia de su pueblo; por qué le dieron su nombre a sus reyes, y le hicieron un símbolo de la Providencia; por qué Cristo le adoptó como prototipo de autosacrificio.»

Aquí tenemos las dos grandes funciones del Pastor Divino. Guía a las fuentes del agua viva. Como decía el salmista: «Junto a aguas de reposo me pastorea» (Salmo 23:2). « Contigo está el manantial de la vida» (Salmo 36:9). Sin agua, el rebaño perecería; y en Palestina los pozos eran escasos y distantes. El que el Pastor Divino guíe a fuentes de agua es el símbolo de que Él nos da las cosas sin las que es imposible la vida.

Enjuga las lágrimas de todos los ojos. Como alimenta nuestros cuerpos, así también conforta nuestros corazones; sin la presencia y el consuelo de Dios serían insoportables las angustias de la vida, y sin la fuerza de Dios hay veces en la vida cuando no podríamos seguir adelante.

El Pastor Divino nos da alimento para nuestros cuerpos y consuelo para nuestros corazones. Con Jesucristo como Pastor no nos puede suceder nada que no podamos soportar.

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