Cuando abrió el séptimo sello se produjo el silencio en el Cielo durante cosa de media hora. Y vi a los siete ángeles que están al servicio de Dios, y las siete trompetas que se les dieron. Entonces vino otro ángel, y se puso ante el altar con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para que lo añadiera a las oraciones de los santos en el altar de oro que está delante del trono. El humo del incienso subió con las oraciones de los santos de la mano del ángel a la presencia de Dios. Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó de fuego del altar, y lo arrojó sobre la Tierra. Y hubo estallidos de trueno y grandes voces y deslumbramientos de relámpagos y un terremoto.
Antes de empezar a estudiar este pasaje en detalle debemos notar algo acerca de su colocación. El versículo 2, que habla de los siete ángeles con sus siete trompetas, está claro que está fuera de sitio. Tal como está interrumpe el sentido del pasaje; debería estar inmediatamente antes del versículo?; probablemente se trata de un error del copista. El pasaje empieza con un silencio intensamente dramático en el Cielo que dura alrededor de media hora. La calma total es aún más efectiva que el trueno y el rayo. Este silencio puede tener dos sentidos.
(i) Puede ser una especie de respiro en la narración, un momento de preparación antes de otra revelación arrolladora.
(ii) Puede que haya en él algo mucho más hermoso. Las oraciones de los santos están a punto de elevarse a Dios; y puede ser que la idea sea que todo en el Cielo se detiene para que se puedan oír las oraciones de los santos. Como lo expresa R. H. Charles: «Las necesidades de los santos son más importantes para Dios que todas las salmodias del Cielo.» Hasta la música del Cielo y hasta el trueno de la revelación callan para que el oído de Dios pueda captar la oración susurrada de los más humildes de los que confían en Él.
El cuadro se divide en dos escenas. En la primera, un ángel mencionado a medias ofrece a Dios las oraciones de los santos. En el pensamiento judío era el arcángel Miguel el que hacía oración por el pueblo de Israel, y había otro ángel sin nombre llamado El Angel de la Paz cuya misión era asegurarse de que Israel « no caía en el extremo de Israel» y que intercedía por Israel y por todos los íntegros. El ángel se encuentra ante el altar. El altar aparece frecuentemente en el escenario celestial del Apocalipsis (6:9; 9:13; 14:18). No puede ser el altar de los holocaustos, porque no hay sacrificios de animales en el Cielo; debe de ser el altar del incienso. Este estaba delante del Lugar Santo en el Templo de Jerusalén (Levítico 16:12; Números 16:46). Estaba hecho de oro, y tenía una base cuadrada de medio metro de lado por un metro de altura. En cada extremo tenía cuernos; era hueco, y estaba cubierto de plancha de oro, y tenía alrededor como una barandilla, como una balaustrada en miniatura, para impedir que se cayeran los carbones encendidos. En el Templo se quemaba y ofrecía incienso antes del primer sacrificio del día y después del último. Era como si las ofrendas del pueblo ascendieran a Dios envueltas en un perfume de incienso.
Aquí tenemos la idea de que la oración es como un sacrificio que se ofrece a Dios; las oraciones de los santos se ofrecen en el altar y, como todos los otros sacrificios, se elevan a Dios envueltas en el grato olor del incienso. Puede que una persona no tenga otra cosa que ofrecerle a Dios; pero puede ofrecerle su oración, y siempre habrá manos angélicas dispuestas para presentárselas a Dios.
Este cuadro tiene otra mitad. El mismo ángel toma el incensario, lo llena de brasas del altar y lo arroja a la Tierra; y esto es el preludio del trueno y el terremoto que son el preludio de más terrores. El antecedente de esta visión es la de Ezequiel, en la que el hombre vestido de lino toma las brasas entre los querubines y las derrama sobre la ciudad (Ezequiel 10:2); y está relacionada con la visión de Isaías en la que sus labios son tocados con una brasa del altar (Isaías 6:6).
Pero esta escena nos introduce algo nuevo. Las brasas del incensario introducen nuevos ayes. H. B. Swete lo expresa como sigue: «Las oraciones de los santos vuelven a la Tierra en ira.» La idea que Juan tiene en mente es que las oraciones de los santos contribuyen a traer venganza sobre los que los han maltratado.
Puede que tengamos el sentimiento de que la oración pidiendo venganza no es propia de los cristianos; pero debemos recordar la agonía de persecución por la que estaba pasando la Iglesia cuando se escribió el Apocalipsis.