En cuanto a todo lo demás, hermanos, ¡gozaos en el Señor! Yo no me canso de repetiros las mismas cosas, y para vosotros es lo más seguro.
Pablo establece dos cosas muy importantes.
(i) Establece lo que podríamos llamar la indestructibilidad del gozo cristiano. Debe de haberse dado cuenta de que estaba presentándoles un desafío muy alto a los cristianos de Filipos. Era posible que sufrieran la misma clase de persecución, y aun de muerte, que le amenazaba a él. Desde cierto punto de vista parecería que el Cristianismo era un flaco negocio. Pero en él y más allá de él todo lo que había era gozo. «Vuestro gozo -dijo Jesús cuando les anunció a Sus discípulos persecucionesno os lo podrá quitar nadie» (Juan 16:22).
Hay una cierta indestructibilidad en el gozo cristiano; y es así porque el gozo cristiano es en el Señor. Su base es que el cristiano vive constantemente en la presencia de Jesucristo.
Puede perder todas las cosas, y aun las personas, pero no puede perder nunca a Cristo. Y por tanto, hasta en circunstancias en las que el gozo parecería imposible, y parecería no haber nada más que problemas y dolor, el gozo cristiano permanece, porque todas las amenazas y los terrores y los problemas de la vida no pueden apartar al cristiano del amor de Dios en Jesucristo su Señor (Romanos 8:35-39).
En 1756, John Wesley recibió una carta de un padre que tenía un hijo pródigo. Cuando el avivamiento se extendió por Inglaterra, aquel hijo estaba en la cárcel de York. «Plugo a Dios -escribía el padre-, no talar su vida en sus pecados. Le dio tiempo para arrepentirse; y no solo eso, sino un corazón para arrepentirse.» El joven fue condenado a muerte por sus culpas; y la carta del padre proseguía: «Su paz fue en aumento diariamente, hasta que el sábado, el día de su ejecución, salió de la habitación de los condenados a muerte vestido con el sudario, y subió al carro. Conforme iba, la alegría y la compostura de su rostro sorprendían a todos los espectadores.» El joven había hallado un gozo que ni siquiera el patíbulo le podía quitar.
Sucede a menudo que las personas pueden soportar grandes dolores y pruebas de la vida, pero se desmoronan ante inconvenientes leves. Pero este gozo cristiano le permite a una persona aceptarlos hasta con una sonrisa. John Nelson fue uno de los más famosos primeros predicadores de Wesley. Él y Wesley llevaron a cabo una misión en Comwall, cerca de Land›s End, y Nelson es el que nos la cuenta: «Todo aquel tiempo, Mr. Wesley y yo estuvimos durmiendo en el suelo: él tenía mi gabán de almohada, y yo tenía como la mía las notas de Burkitt al Nuevo Testamento. Después de casi tres semanas, una madrugada a eso de las tres, Mr. Wesley se dio una vuelta, y al encontrarme despierto me dio~na palmadita diciendo: «Hermano Nelson, tengamos ánimo: ¡Todavía tengo entero todo un costado, porque no tengo despellejado nada más que el otro!»» Tenían poco también de comer. Una mañana Wesley había predicado con gran efecto: «Cuando volvimos, Mr. Wesley detuvo su caballo para coger algunas moras diciendo: «Hermano Nelson, deberíamos estar agradecidos de que haya tantas moras; ¡porque este es el mejor país para tener un estómago, pero el peor para conseguir comida!»» El gozo cristiano le capacitaba a Wesley para aceptar los grandes golpes de la vida, y también para recibir las incomodidades menores con un chiste.
Si el cristiano camina de veras con Cristo, camina con gozo.
(ii) Aquí también establece Pablo lo que podríamos llamar la necesidad de la repetición. Dice que se propone escribirles cosas que ya les ha escrito antes. Esto es interesante, porque debe querer decir que ya les había escrito otras cartas a los filipenses que no han llegado hasta nosotros. Esto no nos sorprende. Pablo estuvo escribiendo cartas desde el año 48 d.C. hasta el 64 d.C., dieciséis años, pero no se conservan más que trece. A menos que hubiera grandes períodos de su vida en los que no aplicara la pluma al papiro, tiene que haber escrito muchas más cartas que se han perdido.
Como cualquier gran maestro, Pablo no le tenía miedo a repetirse. Una de las palabras hebreas más corrientes para enseñar quiere decir literalmente repetir. Bien puede ser que una de nuestras faltas sea el prurito de ser novedosos. Las grandes verdades salvíficas del Cristianismo no cambian; y nunca se pueden oír demasiadas veces. No nos cansamos de los alimentos que son esenciales para la vida. Bebemos agua y comemos pan todos los días; y de la misma manera debemos escuchar una y otra vez las verdades que son el pan y el agua de vida. A ningún maestro debe resultarle molesto el repetir una y otra vez las grandes verdades básicas de la fe cristiana; porque esa es la manera de asegurarse de que se han enterado sus oyentes. Puede que nos agraden las chucherías, pero lo esencial para la vida son los alimentos básicos. Predicar y enseñar y estudiar los detalles curiosos puede que nos atraiga, y puede que tengan su lugar; pero uno no se puede pasar de repetir ni de escuchar las verdades fundamentales para nuestra propia seguridad.
Los maestros malvados
¡Guardaos de los perros, guardaos de los obreros malvados, guardaos de la secta de los mutiladores! Porque nosotros representamos la verdadera circuncisión, los que damos culto en el Espíritu de Dios, los que no estamos orgullosos nada más que de Jesucristo sin poner nuestra confianza en cosas puramente humanas. De pronto, el acento de Pablo cambia a un tono de advertencia. Dondequiera que él enseñaba, los judíos le seguían y trataban de deshacer su enseñanza. Pablo enseñaba que somos salvos únicamente por gracia, que la salvación es un don gratuito de Dios que no podemos ganar nunca, sino solamente aceptar en humildad y adoración lo que Dios nos ofrece; y además, que el ofrecimiento de Dios es para todas las personas de todas las naciones, y que nadie está excluido. Pero aquellos judíos enseñaban que, si uno quería ser salvo, tenía que merecerlo y ganárselo cumpliendo los incontables mandamientos de la ley judía; y además, que la salvación era para los judíos exclusivamente, y que, antes que Dios mostrara el más mínimo interés en él, el hombre tenía que circuncidarse, es decir, hacerse judío. Aquí Pablo acorrala a aquellos maestros judíos que estaban intentando deshacer su trabajo. Los llama tres cosas, especialmente escogidas para devolverles sus pretensiones.
(i) « ¡Guardaos de los perros!», les dice a los hermanos. Entre nosotros el perro es un apreciado animal de compañía, pero no era así en el Oriente antiguo. Los perros eran animales parias que vagaban por las calles y los campes, a veces en jaurías, que rebuscaban su alimento en los montones de basura y ladraban y gruñían a todos los que se encontraban. J. B. Lightfoot habla de «los perros que rondan por las ciudades orientales, sin amo ni hogar, comiendo basura y porquerías de las calles, luchando entre ellos, y atacando a los que pasan.»