Gén 16:1 Sarai mujer de Abram no le daba hijos; y ella tenía una sierva egipcia, que se llamaba Agar.
La obediencia que fructifica.
Sara se llamaba originalmente «Sarai», que significa «Princesa». Cuando Dios le cambió el nombre por el de «Sara», la denominó «La princesa» o «Reina», haciéndola copartícipe del papel que le correspondía a su esposo Abraham (quien anteriormente se llamaba Abram), el «Padre de muchas gentes»; y así la incluyó en sus promesas del pacto.
Sara, la hermosa esposa de Abraham, era estéril, lo que en el mundo antiguo se consideraba una maldición. Ella es un ejemplo de: la fe que va más allá de las limitaciones personales; y de un espíritu obediente que responde bíblicamente a su esposo, sin perder su propia personalidad.
Sara también es una ilustración de lo peligroso que puede resultar tomar las promesas de Dios en nuestras propias manos. La sugerencia de que, teniendo en cuenta su esterilidad, Abraham tomara a su sierva como esposa, resultó en el nacimiento de Ismael, un niño que causó celos y conflicto entre las dos mujeres, posteriormente entre los dos hijos y, hasta el día de hoy, entre sus descendientes.
Gén 16:2 Dijo entonces Sarai a Abram: Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella. Y atendió Abram al ruego de Sarai.
Gén 16:3 Y Sarai mujer de Abram tomó a Agar su sierva egipcia, al cabo de diez años que había habitado Abram en la tierra de Canaán, y la dio por mujer a Abram su marido.
Diez años antes, Abram creyó que Dios le proporcionaría un hijo. Sarai , a la edad de 75 años, había agotado su fe, y ahora Abram flaqueaba también. Al tener que esperar quince años más, concibieron su propio plan, que el Nuevo Testamento identifica como un nacimiento «según la carne»
Sarai dio a su sierva Agar a Abram como esposa sustituta, una práctica común en ese tiempo. Una mujer casada que no pudiera tener hijos era avergonzada por sus semejantes y a menudo se le pedía que diera una sierva a su esposo para poder producir herederos. Los niños nacidos de la sierva eran considerados hijos de la esposa. Abram estaba actuando de acuerdo con la costumbre de esos días. Pero esta acción era una falta de fe en la promesa de Dios.
Sarai tomó el asunto en sus propias manos al darle a Agar a Abram. Como Abram, le costaba creer en la promesa de Dios. De esta falta de fe sobrevino una serie de problemas. Esto sucede invariablemente cuando queremos ocupar el lugar de Dios en un asunto, y tratamos de hacer que una de sus promesas se haga realidad por medio de esfuerzos que no van de acuerdo con las instrucciones específicas de Dios. En este caso, el tiempo fue la mayor prueba de la disposición de Abram y Sarai para permitir que Dios supliera sus necesidades. También, en ocasiones todo lo que tenemos que hacer es simplemente esperar. Cuando le pedimos a Dios algo, y es claro que tenemos que esperar, aumenta la tentación de hacer algo por nuestra cuenta e interferir en los planes de Dios.
Gén 16:4 Y él se llegó a Agar, la cual concibió; y cuando vio que había concebido, miraba con desprecio a su señora.
Gén 16:5 Entonces Sarai dijo a Abram: Mi afrenta sea sobre ti; yo te di mi sierva por mujer, y viéndose encinta, me mira con desprecio; juzgue Jehová entre tú y yo.
Pese a que Sarai fue la que planeó que Agar tuviera un hijo de Abram, luego culpó a Abram por las consecuencias. Muchas veces es más fácil culpar a alguien de nuestras frustraciones que reconocer nuestro error y pedir perdón. Adán y Eva hicieron lo mismo.