El profeta, después de aludir a esta costumbre de la época, anuncia que Gog se pone, finalmente, en camino desde las extremas regiones del septentrión, de Armenia y Asia Menor, para caer con sus caballos — fuerza militar característica de las hordas escitas de origen indoeuropeo — sobre Israel, el pueblo de Yahvé. Dios hace que marchen contra El y su pueblo para santificarse, es decir, mostrar después su omnipotencia y superioridad, derrotándole, ante los ojos de los gentiles. En definitiva, el triunfador será Yahvé, que vencerá a los enemigos de Israel en su última tentativa de hacerle desaparecer.
Ezequiel quiere autorizar su vaticinio citando a los antiguos profetas que le precedieron. No sabemos en concreto a qué profecías se refiere, pues en absoluto pudiera el profeta aludir a oráculos no registrados en los libros canónicos. Desde luego podemos rastrear en la literatura profética canónica fragmentos en los que se habla de la derrota de las potencias paganas que se empeñaban en oponerse a Israel. La intervención airada divina es descrita con colores apocalípticos: toda la naturaleza se conmoverá, y con ella todos los animales. Naturalmente, las expresiones no han de tomarse a la letra, ya que son hipérboles orientales para describir el efecto de la venganza divina sobre el ejército invasor. Los flagelos de peste, hambre y espada serán los instrumentos de la justicia divina. La dramatización del cuadro es imponente y muy conforme con la imaginación desbordada oriental. El profeta quiere impresionar al auditorio con esta descripción altisonante. Era tradicional presentar a Yahvé rodeado de majestad y furor, como en las teofanías del Sinaí. En esas manifestaciones airadas veían los israelitas reflejada la santidad de su Dios, es decir, su incontaminación, su trascendencia y su carácter numénico: y me magnificaré y haré muestra de mi santidad..