Jesús reunió a los Doce, y les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y para curar enfermedades, y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos. Y les dijo:
No llevéis nada para el camino, ni siquiera un bastón, o una bolsa, o pan, o dinero. No llevéis tampoco una muda. Parad en la primera casa en que entréis hasta que os marchéis de aquel lugar. Si no hay nadie en un pueblo que os acoja, marchaos de allí sacudiendo el polvo de vuestros pies, para que se den cuenta de lo serio que es lo que han hecho.
Así es que fueron a recorrer todas las aldeas, dándoles la Buena Noticia y curando a los enfermos por todas partes.
Cuando el tetrarca Herodes se enteró de lo que estaba pasando, no sabía cómo tomarlo, porque circulaban muy diversas versiones; unos decían que Jesús era Juan el Bautista, que había resucitado; otros, que era Elías, que se había aparecido; otros, que era uno de los profetas de la antigüedad, que había vuelto a la vida. Y Herodes se decía:
A Juan el Bautista le hice decapitar. ¿Quién será éste, de quien se dicen tales cosas?
Y hacía todo lo posible por encontrarse con Jesús.
En el mundo antiguo no había más que una manera eficaz de transmitir un mensaje, y era mediante la palabra hablada. No existían los periódicos. Los libros se tenían que escribir a mano, y un libro del tamaño de Lucas-Hechos costaría más de 10.000 pesetas por copia. La radio y la televisión no las había soñado ni la imaginación más fantástica. Por eso Jesús mandó en misión a los Doce. .Estaba limitado por el espacio y el tiempo; sus ayudantes tenían que ser bocas que hablaran por Él.
Tenían que viajar ligeros. Eso era simplemente porque, el que viaja ligero puede llegar más lejos y más pronto. Cuanto más depende uno de cosas materiales tanto más atado está a un lugar. Dios necesita un ministerio estable; pero también necesita personas dispuestas a dejarlo todo para emprender la aventura de la fe.
Si no los recibían, tenían que sacudirse de los pies el polvo que se les hubiera pegado al marcharse de aquel lugar. Cuando los rabinos llegaban a Palestina de un país pagano, se sacudían hasta la última partícula de polvo pagano de los pies. Una aldea o una ciudad que no recibiera a los mensajeros de Jesús tenía que ser tratada como los judíos estrictos tratarían a un país pagano. Había rechazado la oportunidad, y había quedado excluida.
Que la misión fue efectiva se ve por la reacción de Herodes. Sucedían cosas. Tal vez había llegado Elías, el precursor anunciado. Tal vez se trataba del gran profeta esperado (Deu_18:1 S). Pero, como ha dicho alguien, « la conciencia nos hace a todos cobardes», y Herodes se temía que Juan el Bautista, a quien él creyó haber eliminado, había vuelto del otro mundo a acecharle.
Una cosa del ministerio que Jesús les confió a los Doce se repite varias veces en este breve pasaje: predicar y sanar iban juntos. Une el interés en los cuerpos y en las almas. No se trataba sólo de palabras, por muy consoladoras que fueran, sino también de Hechos. Era un mensaje que no se limitaba a dar noticias de la eternidad, sino que se proponía cambiar las condiciones de la Tierra. Era lo contrario del copio del pueblo» o del «paraíso de las huríes». Insistía en que la salud del cuerpo es parte tan integral del propósito de Dios como la del alma.
Nada ha hecho tanto daño a la iglesia como la repetida afirmación de «las cosas de este mundo no tienen importancia.» En la década de los 30 el paro invadió muchos hogares respetables y honrados. Al padre se le enmohecía el talento de no usarlo; la madre no podía hacer que las pesetas le cundieran como duros; los chicos no sabían más que tenían hambre. Todo el mundo estaba amargado. Decirle a gente así que las cosas materiales no importan era insultante e imperdonable, especialmente si el que lo decía vivía desahogadamente. Al General Booth del Ejército de Salvación le echaban en cara que ofrecía alimentos y comidas a los pobres en vez de predicarles el Evangelio, y el viejo guerrero devolvía la descarga diciendo: «Es imposible darle a la gente el consuelo del amor de Dios en el corazón cuando tienen los pies entumecidos de frío.»
Por supuesto que se puede exagerar la importancia de las cosas materiales; pero también se puede minimizar. La iglesia pagará muy caro el olvidarse de que Jesús empezó por mandar a sus hombres a predicar el Reino y a sanar, a salvar a la gente en cuerpo y alma.