Guardaos de tratar de demostrarles a los demás lo buenos que sois para que os vean. Si lo hacéis, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial.
Para los judíos, había tres grandes obras cardinales en la vida religiosa, tres grandes pilares sobre los que se asentaba una vida buena: La limosna, la oración y el ayuno. Jesús no lo habría discutido ni por un momento; lo que Le desazonaba era que tan a menudo en la vida humana las cosas más auténticas se hacen por motivos falsos.
Lo que parece extraño es que estas tres grandes buenas obras cardinales se presten tan fácilmente a los motivos erróneos. Jesús advertía que, cuando estas cosas se hacen con la única intención de dar gloria al agente, pierden con mucho la parte más importante de su valor. Puede que una persona dé limosna, no realmente para ayudar a la persona a que se la da, sino simplemente para demostrar su propia generosidad, y para refocilarse al calorcillo del agradecimiento de alguno y de la alabanza de muchos. Puede que una persona haga oración de tal manera que su oración no vaya dirigida realmente a Dios, sino a sus semejantes. El hacer oración era simplemente un intento de demostrar su piedad excepcional de manera que nadie dejara de darse cuenta. Puede que una persona ayune, no realmente para el bien de su alma, ni para humillarse delante de Dios, sino simplemente para mostrarle al mundo lo espléndidamente disciplinada y sacrificada que se es. Puede que una persona haga buenas obras simplemente para ganarse las alabanzas de la gente, para aumentar su propio prestigio y para mostrarle al mundo lo buena que es.
Según lo veía Jesús, no hay duda de que esa clase de cosas reciben una cierta clase de recompensa. Tres veces usa Jesús la frase: « De cierto os digo que ya tienen su recompensa»
(Mateo 6:2, 5, 16). Sería mejor traducirla: «Ya han recibido su paga completa.» La palabra que se usa en el original es el verbo apejein, que era el término técnico comercial y contable para recibir un pago en total. Era la palabra que se usaba en los recibos. Por ejemplo, un hombre firma el recibo que le da a otro: «He recibido (apejó) de ti el pago del alquiler de la almazara.» Un publicano da un recibo que pone: «He recibido (apejó) de ti el impuesto debido.» Un hombre vende un esclavo y da un recibo que dice: «He recibido (apejó) el precio total que se me debía.»
Lo que Jesús está diciendo es lo siguiente: «Si das limosna para hacer gala de tu propia generosidad, recibirás la admiración de la gente -pero eso será todo lo que recibas nunca. Eso será tu paga en total. Si haces oración de tal manera que despliegas tu piedad a la vista de la gente, ganarás una reputación de ser una persona extremadamente devota -pero eso será todo lo que recibas nunca. Si ayunas de tal manera que todo el mundo sepa que estás ayunando, se te conocerá como una persona extremadamente abstemia y ascética – pero eso será todo lo que recibas nunca.» Jesús está diciendo: « Si todo lo que te propones es conseguir las recompensas del mundo, no cabe duda de que las conseguirás -pero no debes esperar las recompensas que sólo Dios puede dar.» Y sería un tipo lastimosamente miope el que se aferrara a las recompensas del tiempo, y dejara escapar las de la eternidad.
LA MOTIVACIÓN DE LA RECOMPENSA EN LA VIDA CRISTIANA
Cuando estudiamos los versículos iniciales de Mateo 6, nos enfrentamos inmediatamente con una cuestión de lo más importante: ¿Qué lugar tiene la motivación de la recompensa en la vida cristiana? Tres veces en esta sección, Jesús dice que Dios recompensa a los que Le han prestado la clase de servicio que Él desea (Mat_6:4; Mat_6:6; Mat_6:18 ). Esta cuestión es tan importante que haremos bien en detenernos a examinarla antes de iniciar nuestro estudio del capítulo en detalle.
Se afirma muy a menudo que la motivación de la recompensa no tiene absolutamente ningún lugar en la vida cristiana. Se mantiene que debemos ser buenos por ser buenos; que la virtud es su propia recompensa, y que hay que dEsterrar de la vida cristiana la misma idea de la recompensa. Hubo un antiguo santo que solía decir que quería apagar todos los fuegos del infierno con agua, y abrasar todos los gozos del cielo con fuego, para que la gente buscara la bondad solamente por amor a la bondad misma, para que la idea de recompensa y castigo fuera eliminada totalmente de la vida. Algo de esto fue lo que inspiró el gran soneto español:
No me mueve, mi Dios, para quererte el Cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno, tan temido, para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en esa Cruz y escarnecido; muéveme ver Tu cuerpo tan herido, muévenme Tus afrentas y Tu muerte.