El mandamiento del amor era antiguo en el sentido de que se conocía desde hacía mucho; pero era nuevo porque en Jesucristo el amor alcanzó un nivel que no había alcanzado nunca antes, y era conforme a ese nivel como nos mandaba amar.
La derrota de la oscuridad
Juan pasa a decir que este mandamiento del amor se ha hecho realidad en Jesucristo y también en las personas a las que dirige su carta. Para Juan, como ya hemos visto, la verdad no es solamente algo que hay que captar con la mente, sino algo que hay que poner por obra. Lo que quiere decir es que el mandamiento del amor mutuo es la verdad suprema; en Jesucristo podemos ver ese mandamiento en toda la gloria de su plenitud; en Él ese mandamiento se hace verdad; y en el cristiano podemos verlo, no en la plenitud de su verdad, pero sí llegando a ser realidad. Para Juan, el Cristianismo es un progreso en el amor.
Pasa luego a decir que la luz ya está brillando, y las tinieblas están pasando. Esto hay que leerlo en su contexto histórico. Para cuando Juan estaba escribiendo, al final del primer siglo, las ideas estaban cambiando. En los primeros días de la Iglesia se había estado esperando la Segunda Venida de Jesús como un acontecimiento repentino e inminente. Cuando aquello no tuvo lugar, no abandonaron la esperanza, sino permitieron que la experiencia la cambiara. Para Juan la Segunda Venida de Cristo no es un acontecimiento dramático y repentino, sino un proceso en el cual las tinieblas van siendo derrotadas paulatinamente por la luz; y el final del proceso será un mundo en el que las tinieblas hayan sido derrotadas totalmente, y la luz haya triunfado en toda la línea.
En este pasaje y en los versículos 10 y 11, la luz se identifica con el amor, y la oscuridad con el odio. Eso es decir que el fin de este proceso es un mundo en el que reine el amor, y el odio haya sido desterrado. Cristo ha entrado en el corazón de una persona cuando toda su vida es gobernada por el amor; y Él habrá entrado en el mundo de los hombres cuando todos obedezcan Su mandamiento del amor. La Venida y el Reino de Jesús son equivalentes a la venida y el reinado del amor.
Amor y odio, luz y oscuridad
El que diga que está en la luz, y al mismo tiempo aborrezca a su hermano, está todavía en las tinieblas. El que ame a su hermano permanece en la luz, y no hay nada en él que le haga vacilar. El que aborrezca a su hermano está en las tinieblas y anda en las tinieblas, y no sabe adónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos.
Lo primero que nos impacta en este pasaje es que Juan ve las relaciones personales en blanco y negro. En relación con nuestro hermano hombre no hay más que amor u odio; según lo ve Juan, no hay tal cosa como neutralidad en las relaciones personales. Según lo expresa Westcott: «La indiferencia es imposible; no hay crepúsculos en el mundo espiritual.»
Hay que notar además que de lo que está hablando Juan es de la actitud de un hombre hacia su hermano; es decir, el vecino de al lado, el que vive y trabaja con él, con el que está en contacto todos los días. Hay una supuesta actitud cristiana que predica con entusiasmo el amor a las gentes de otras tierras, pero que nunca busca ninguna clase de relación con el vecino de al lado, ni tan siquiera vivir en paz con el propio círculo familiar. Juan insiste en el amor hacia la persona con la que estamos diariamente en contacto. Como decía A. E. Brooke, esto no es «una filosofía insípida, ni un pretendido cosmopolitismo;» es algo inmediato y práctico.
Juan tiene toda la razón del mundo cuando traza una aguda distinción entre la luz y la oscuridad, el amor y el odio, sin matices intermedios. No podemos pasar por alto a nuestro hermano; es parte de nuestra circunstancia. La cuestión es, ¿cómo le consideramos?
(i) Podemos considerar a nuestro hermano hombre como prescindible. Podemos hacer todos nuestros planes sin incluirle de ninguna manera en nuestros cálculos. Podemos vivir con la suposición de que su necesidad y su dolor y su bienestar y su salvación no tienen nada que ver con nosotros. Una persona puede ser tan egocéntrica -a menudo inconscientementeque lo único que le importa en el mundo es ella misma.
(ii) Podemos mirar a nuestro hermano hombre con desprecio. Le podemos tratar como un necio en comparación con nuestros logros intelectuales, y como alguien de cuya opinión podemos prescindir totalmente. Puede que le consideremos, como los griegos a los esclavos, una casta inferior aunque necesaria, bastante útil para las tareas vulgares de la vida, pero que no se puede comparar con nosotros.
(iii) Podemos considerar a nuestro hermano hombre como un fastidio. Puede que reconozcamos que la ley y los convencionalismos le han dado un cierto derecho sobre nosotros, pero que no es nada más que una desgraciada imposición.
Así es que uno puede considerar como lamentable cualquier contribución que tenga que hacer a la caridad, y cualquier impuesto que tenga que pagar para el bienestar social. Algunos consideran en lo más íntimo de su corazón que los que se encuentran en una condición de pobreza o de necesidad, lo mismo que todos los demás marginados, no son más que un fastidio.