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2 de Reyes 21: Reinado de Manasés

Además, hizo a su hijo pasar por el fuego, practicó la magia, la hechicería y el espiritismo. Evidentemente quitó la vida de un hijo sobre el altar fogoso del dios Moloc. Buscaba saber su futuro por medio de la adivinación. Posiblemente la hechicería incluía serpientes o el uso de agua para predecir la suerte. Consultaba a los espiritistas con el fin de hacer contacto con los muertos o sus espíritus. Por medio de todas estas abominaciones, Manasés arrastró a Judá por el mismo camino de Israel. Profanó la ciudad y el templo que Dios había escogido para poner su nombre. La expresión su nombre sugiere la misma presencia de Dios, que se podría invocar o a quien dirigirse.

No obstante, el pueblo siguió a Manasés su líder a una perversidad peor que la de los cananeos. Los pecados del rey infectaban a la nación entera. La sedujo y los obligó a pecar con imágenes. Por eso Jehová comunicó sus palabras proféticas: Debido a la profundidad de sus pecados, Jehová prometió mandar un desastre sobre Judá y Jerusalén que causaría dolor aun a los que oían de él. Usó tres figuras en relación con el juicio que se acercaba. La primera metáfora, retiñirán ambos oídos subrayó la severidad del juicio. Esta frase comunicó una reacción de recelo y asco hacia algo más allá que la decencia y la posibilidad. El castigo sería tan fuerte que les daría terror con solo escuchar la noticia de él. Señala que Dios no cierra sus ojos ante la maldad, sino que la juzga.

La segunda metáfora profética para la condenación fue una figura de la carpintería. Jehová usaría el cordel para calcular la cantidad de destrucción. La plomada se usaba como instrumento en la demolición o como tranquil para determinar si un muro estaba derecho. Se trababa de un cordón con un pedazo puntiagudo de plomo en un extremo. De manera que Dios iba a juzgar al rey y a su pueblo usando un cordel con una plomada para averiguar si las vidas estaban derechas según sus leyes y mandamientos. Jehová no usaba dos criterios, uno para Judá y otro para Israel; castigaría a Jerusalén de la misma manera que había afligido a Samaria.

La tercera figura en las palabras proféticas fue de la cocina donde se limpiaban los platos sucios, los cuales una vez limpios se ponían boca abajo. Si voltear el plato al terminar una comida quería decir que uno estaba muy lleno, que no podría comer más, entonces significaría que Jehová no aguantaría más los pecados de Judá y de Jerusalén; por lo tanto todo el pueblo sería exterminado. Por su desobediencia desde el éxodo, lo entregaría a sus enemigos para ser saqueado y despojado. De manera que, el que en un tiempo formaba una posesión y un tesoro especial de Jehová, ya estaba entregado a saqueadores. O la figura podría sugerir que al invertir el plato totalmente se demostraba que Jerusalén quedaría completamente despoblado. Significaría un vacío, una carencia, tal vez una hambruna. No quedaría ningún plato con comida, ni siquiera un bocado, y la ciudad santa se convertiría en una desolación sin sustento para la vida. Por otro lado, podría sugerir que una vez que el trapo de enjugar, es decir el juicio de Dios, limpiara a Judá, estaría lista para nuevo uso.

Las tres metáforas en conjunto claramente señalan que si un pueblo pasa por alto la obediencia a Dios y a sus leyes, eso le lleva a una destrucción horrenda; sería el fin de lo que uno pensaba que nunca terminaría.

¿Quiénes pronunciaron esas palabras proféticas? Los nombres no aparecen en el texto, y las pocas palabras sugieren una escasez de la palabra de Dios, pues comparado al largo reinado de medio siglo muy poco se dice. Aunque existía una tradición de que Manasés había matado a Isaías, probablemente no fue ese el profeta que habló esas palabras. Otra posiblidad sería Habacuc, ya que él predijo vívidamente el juicio babilónico.

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