El orden de preferencia de las piedras preciosas colocaba los diamantes en primer lugar; las esmeraldas -principalmente de Escitia- en segundo; en tercero, el berilo y el ópalo, que se usaban para adornos femeninos, y en cuarto la sardónica, que se usaba para anillos de sellar.
Una de las creencias antiguas más curiosas era que las piedras preciosas tenían propiedades curativas. La amatista se decía que era la cura del alcoholismo; es roja como el vino tinto, y su nombre deriva de la palabra griega methyskein, emborrachar, con la a inicial negativa. El jaspe, una de cuyas variedades, el heliotropo, tiene manchas del color de la sangre, se decía que era la cura para las hemorragias. El jaspe verde o plasma se decía que producía la fertilidad. El diamante se decía que neutralizaba el veneno y curaba el delirio, y el ámbar llevado al cuello era la cura de la fiebre y otros males.
Las joyas que más les gustaban a los romanos eran las perlas. Como ya hemos visto, se las bebían disueltas en vino. Un cierto Struma Nonius tenía un anillo con un ópalo tan grande como una nuez, pero eso no era nada comparado con la perla que le dio Julio César a Servilia, que costó el equivalente de 15,000,000 de pesetas. Plinio dice que vio a Lolia Paulina, una de las mujeres de Calígula, en una fiesta de desposorios, con joyas de esmeraldas y perlas que le cubrían la cabeza, el pelo, las orejas, cuello y los dedos, que valían 100,000,000.
El lino fino procedía de Egipto. Era la tela de las vestiduras de los reyes y de los sacerdotes. Era muy caro; una túnica de sacerdote podía costar el equivalente de 100,000 pesetas.
La púrpura venía principalmente de Fenicia. El mismo nombre de Fenicia es probable que se derivara de foinos, que quiere decir rojo de sangre, y puede que se conociera a los fenicios como « los hombres púrpura», porque comerciaban esa sustancia. La púrpura antigua era mucho más roja que la moderna. Era el color regio por excelencia y el ropaje de la nobleza. El tinte de la púrpura se extraía de un molusco de su nombre llamado en latín murex. Solo se extraía una gota de cada animal; y había que abrir la concha tan pronto como muriera el animal, porque la púrpura venía de una venilla que se secaba casi inmediatamente cuando moría. Un kilo de lana teñida doblemente de púrpura costaba el equivalente de 10,000 pesetas, y una chaqueta corta el doble. Plinio nos dice que por entonces había en Roma «una manía apasionada de púrpura.»
La seda puede que sea ahora bastante corriente, pero en la Roma del Apocalipsis tenía un precio incalculable, porque había que importarla de la lejana China. Tal era su precio que una libra de seda costaba el peso de una libra de oro. Bajo Tiberio se aprobó una ley prohibiendo el uso de cacharros de oro macizo para servir las comidas, y « el que los varones se deshonraran poniéndose ropa de seda» (Tácito, Anales 2:23).
La escarlata o grana, como la púrpura, se buscaba mucho por el tinte que se le extraía. Cuando pensamos en estas fábricas puede que advirtamos que uno de los muebles ostentosos de Roma eran las tapaderas para los canapés de los banquetes. Tales cubiertas costaban a menudo tanto como 1,500.000 en pesetas, y Nerón tenía cubiertas para sus canapés que habían costado más de 10,000,000 cada una.
La más interesante de las maderas mencionadas en este pasaje es la de tuya o árbol de la vida. En latín se la llamaba madera de cítrico; su nombre botánicd es thuia articulata. Procedía del Norte de Africa, de la región del Atlas, olía muy bien y tenía una textura muy bonita. Se usaba especialmente para cubrir las mesas; pero, como los cítricos son rara vez grandes, era difícil conseguir piezas para cubiertas de mesa. Una mesa hecha de madera de tuya podía costar de 1,000,000 a 30,000,000. Se dice que Séneca, el primer ministro de Nerón, tenía trescientas de esas mesas con las patas de mármol.
El marfil se usaba mucho en decoración, especialmente entre los que querían hacer alarde de riqueza. Se usaba en escultura, estatuas, empuñaduras de espadas, muebles incrustados, sillas de ceremonia, puertas y hasta para muebles de casa. Juvenal nos describe a un rico: «Hoy en día un rico no disfruta de la comida -e1 rodaballo y el venado no le saben a nada, los perfumes y las rosas le huelen a podrido- a menos que las anchas tablas de su mesa de comedor descansen sobre leopardos rampantes boquiabiertos de marfil macizo.»