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Apocalipsis 19: El tedéum de los ángeles

Después de estas cosas oí algo que sonaba como la gran voz de una gran multitud en el Cielo, que decía: – ¡Aleluya! ¡La salvación y la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios, porque Sus juicios son auténticos y justos, porque ÉL ha juzgado ala gran ramera que corrompía el mundo con su fornicación, y ha vengado en ella la sangre de Sus siervos! En la descripción de la destrucción total de Babilonia aparecen las palabras: «¡Alégrate sobre ella, oh Cielo, oh santos y apóstoles y profetas, porque Dios ha dictado sentencia a vuestro favor contra ella!» (Apocalipsis 18:20). Aquí tenemos el regocijo que se ha llamado.

Empieza con el grito de una amplia multitud en el Cielo. Ya nos hemos encontrado dos amplias multitudes en el Cielo: la de los mártires, en 7:9, y la de los ángeles, en 5:11. Aquí se trata muy probablemente de la multitud de los ángeles, primeros en el Tedéum de alabanza.

Este grito de gozo empieza con aleluya, que es una palabra muy corriente en el vocabulario religioso, pero que la única vez que aparece en el Nuevo Testamento es en las cuatro ocasiones de este capítulo. Como Hosanna, es una de las pocas palabras hebreas que se han establecido en el lenguaje religioso ordinario. Probablemente llegó a ser tan bien conocida hasta para el miembro más sencillo de la Iglesia por su uso especial como respuesta de alabanza en el culto de Resurrección.

Aleluya quiere decir literalmente Alabad al Señor. Es palabra hebrea, y está formada por el imperativo plural de halal, que quiere decir alabar, y Yah, forma abreviada del nombre de Dios que figura en nuestras biblias como Jehová. Aunque Aleluya no sale más que aquí en el Nuevo Testamento griego, aparece muchas veces en el Antiguo Testamento. Es la primera frase de los Salmos 106, 111, 112, 113, 117, 135, 146, 147, 148, 149, 150. La serie de salmos desde el 113 hasta el 118 se llamaban el hallel, el alabad a Dios, y eran parte de la educación religiosa primaria de los niños judíos. Donde aparece aleluya en el Antiguo Testamento quiere decir alabad al Señor; pero aquí se translitera en griego la frase hebrea sin traducir.

Dios es alabado porque a Él pertenecen la salvación, la gloria y el poder. Cada uno de estos tres atributos de Dios debe despertar la alabanza en el corazón humano. La salvación de Dios debe despertar la gratitud; la gloria de Dios debe despertar la reverencia; el poder de Dios es siempre ejercido en amor, y debe por tanto despertar la confianza en nosotros. La gratitud, la reverencia y la confianza son los tres elementos constitutivos de la verdadera alabanza.

Dios es alabado porque ha ejercido Su justo y verdadero juicio en la gran ramera. El juicio es la consecuencia inevitable del pecado. T. S. Kepler comenta: « No se puede quebrantar la ley moral más fácilmente que la ley de la gravedad; solo se puede ilustrar.» Se dice que los juicios de Dios son verdaderos y justos. Dios es el único perfecto en Sus juicios por tres razones. Primera, porque solo Él puede ver los pensamientos y deseos íntimos de una persona. Segunda, porque Él es el único que tiene esa pureza que puede juzgar sin prejuicios. Tercero, El es el único que tiene la sabiduría para encontrar el juicio correcto y que tiene el poder para aplicarlo.

La gran ramera es juzgada porque corrompió al mundo. El peor de todos los pecados es el de enseñar a pecar a otros.

Hay una razón para regocijarse. El juicio de Roma es la garantía de que Dios nunca abandona a los Suyos de manera indefinida.

El tedéum de la naturaleza y de la iglesia

Y dijeron por segunda vez: – ¡Aleluya, que el humo de ella asciende por siempre jamás! Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron y adoraron al Dios Que está sentado en el trono. – ¡Amén! -dijeron- . ¡Aleluya! Y del trono salió una voz que decía: -¡Alabad a nuestro Dios vosotros todos Sus siervos, vosotros los que Le teméis, pequeños y grandes! El ejército angélico canta un segundo Aleluya. Alaba a Dios porque el humo de Babilonia se eleva para siempre jamás; es decir, nunca volverá ella a surgir de sus ruinas. La imagen procede de Isaías: «Los arroyos de Edom se convertirán en brea, su polvo en azufre y su tierra en brea ardiente. No se apagará ni de noche ni de día, sino que por siempre subirá su humo; de generación en generación quedará desolada, y nunca jamás pasará nadie por ella» (Isaías 34:9s).

A ésa sigue la alabanza de los veinticuatro ancianos y de los cuatro seres vivientes. Los veinticuatro ancianos eran prominentes en las primeras visiones del libro (4:4,10; 5:6,11,14; 7:11; 11:16; 14:3) lo mismo que los cuatro seres vivientes (4:69; 5:6-14; 6:1-7; 7:11; 14:3; 15:7). Ya vimos que los veinticuatro ancianos representan a los doce patriarcas y los doce apóstoles, y por tanto representan a la totalidad de la Iglesia. Los cuatro seres vivientes, respectivamente como el león, el buey, el hombre y el águila, representan dos cosas: lo más valeroso, fuerte, sabio y rápido de la naturaleza, y a los querubines. De ahí que el himno de alabanza que entonan los veinticuatro ancianos y de los cuatro seres vivientes sea un Tedéum de toda el pueblo de Dios de todos los tiempos y de toda la naturaleza en toda su fuerza y belleza.

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