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Apocalipsis 18: La endecha por Roma

El lamento de los navieros

Y todos los navieros y los que viajan en naves y los marineros y todos los que se ganan la vida en la mar, se quedaron a cierta distancia y gritaron cuando vieron el humo de su incendio diciendo: -¿Qué ciudad ha habido nunca como la gran ciudad? -Y se echaban polvo por la cabeza y daban voces llorando y lamentando-: ¡Ay, ay, qué pena de la gran ciudad, con cuya riqueza se enriquecieron todos los que tienen naves en la mar, porque en un instante ha quedado desolada!

Primero, los reyes expresaron su lamento por Roma; luego, los comerciantes, y ahora los navieros y marineros. Juan parece inspirarse en la descripción que hace Ezequiel de la caída de Tiro, de la que toma muchos de los detalles. « Al estrépito de las voces de tus marineros temblarán las costas. Descenderán de sus naves todos los que empuñan remo: los remeros y todos los pilotos del mar se quedarán en tierra. Ellos harán oír su voz sobre ti. Gritarán amargamente, echarán polvo sobre sus cabezas y se revolcarán en ceniza.» (Ezequiel 27:28-30).

Roma, por supuesto, no estaba en la costa; pero su puerto era Ostia y, como ya hemos visto, las mercancías de todo el mundo fluían hasta el puerto de Roma.

No es extraño que los navieros y los marineros se lamenten, porque habrá desaparecido todo el comercio que les reportaba tanta riqueza.

Hay aquí algo casi patético en estos lamentos. En cada caso el lamento no es por Roma, sino por ellos mismos. Es una de las leyes de la vida que el que pone su felicidad en las cosas materiales se pierde lo más importante: el amor y la amistad de sus semejantes.

Gozo en medio del duelo

¡Regocíjate sobre ella, Cielo! ¡Y vosotros los que estáis consagrados a Dios, y vosotros los apóstoles, y vosotros los profetas, porque Dios os ha hecho justicia contra ella! En medio de todas las lamentaciones llega una voz de júbilo, la voz de los que se alegran de ver la venganza de Dios sobre Sus enemigos y sus perseguidores.

Esta es una nota que encontramos más de una vez en las Escrituras. «¡Alabad, naciones, a Su pueblo, porque Él vengará la sangre de Sus siervos, tomará venganza de Sus enemigos, y hará expiación por la tierra de Su pueblo!» (Deuteronomio 32:43).

Jeremías dice de la condenación de la antigua Babilonia: «Los cielos y la tierra y todo lo que hay en ellos cantarán de gozo contra Babilonia, porque del Norte vendrán contra ella destructores, dice el Señor» (Jeremías 51:48).

Aquí nos encontramos muy lejos de orar por los que nos ultrajan y persiguen; pero hemos de recordar dos cosas. Primera: Comoquiera que sintamos acerca de esta voz de venganza, no es menos que la voz de la fe. Estas personas tenían una confianza absoluta en que nadie que estuviera de parte de Dios podría encontrarse a fin de cuentas entre los perdedores. Segunda: Hay aquí poco resentimiento personal. Los que han de ser destruidos no son tanto enemigos personales como los enemigos de Dios.

Al mismo tiempo, este no es el camino más excelente que nos enseñó Jesús. Cuando le dijeron a Abraham Lincoln que era muy blando con sus enemigos, y que su deber era acabar con ellos, respondió: « ¿Y no acabo con mis enemigos cuando los hago mis amigos?» La actitud verdaderamente cristiana es tratar de acabar con nuestros enemigos, no por la fuerza, sino por el poder de ese amor que obtuvo la victoria en la Cruz.

La desolación final

Y un ángel fuerte levantó una piedra tan grande como una gran piedra de molino y la arrojó al mar diciendo: -¡Así, con tal ímpetu será derribada la gran ciudad de Babilonia, y no se la encontrará nunca más! Ya no se volverá a oír en ti el sonido de arpistas y juglares y flautistas y trompeteros, ni se encontrará ya más en ti ningún artesano de ningún oficio, ni se oirá en ti el ruido del molino. Ya no se oirá más en ti la voz del novio y de la novia; porque tus comeciantes eran los más grandes de la tierra, y porque todas las naciones fueron descarriadas por tus hechicerías. Porque en ella se encontró la sangre de los profetas y de los consagrados a Dios y de todos los que han sido asesinados en la tierra.

Se pinta en este cuadro la desolación final de Roma.

Empieza con una acción simbólica. Un fuerte ángel levanta una gran piedra de molino y la arroja al mar, que se cierra sobre ella como si no hubiera existido nunca. Así será borrada Roma. Juan tomaba esta descripción de la destrucción de la antigua Babilonia. La Palabra de Dios vino a Jeremías: «Cuando acabes de leer este libro, le atas una piedra y lo tiras en medio del Éufrates diciendo: «¡Así se hundirá Babilonia, y no se levantará más, a causa del mal que Yo traigo sobre ella!»» (Jeremías 51:63s). Posteriormente el geógrafo griego Estrabón había de decir que la antigua Babilonia había sido obliterada tan totalmente que nadie se atrevería a decir que el desierto donde estuvo fue una vez una gran ciudad.

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