Nada provoca condenación tanto como el orgullo. Isaías dice sombríamente: « Por cuanto las hijas de Sión se han vuelto soberbias, y andan con el cuello erguido y los ojos desvergonzados, caminando como si estuvieran bailando haciendo sonar los cascabeles de sus tobillos, el Señor hará que se pongan tiñosas las hijas de Sión» (Isaías 3:16s). Tiro es condenada por haber dicho: «Tengo una hermosura perfecta» (Ezequiel 27.3).
Hay un pecado que se llama en griego hybris, que es la arrogancia que viene de creer que no se tiene necesidad de Dios. El castigo de ese pecado es la humillación final.
El lamento de los reyes
Los reyes de la tierra que cometieron fornicación con ella y que participaron de su lascivia llorarán y harán duelo sobre ella cuando vean el humo de su incendio, manteniéndose bien lejos por temor a que les alcance su tortura, mientras dicen: -¡Ay, ay de la ciudad que parecía tan fuerte, de Babilonia la fuerte! Porque en un momento te ha llegado el juicio.
En el resto de este capítulo tenemos las elegías de Roma; la que cantan los reyes (versículos 9 y 10), la de los comerciantes (versículos 11-16), la de los capitanes de barco y los marineros (versículos 17-19). Una y otra vez oímos de la grandeza, riqueza y lujo desmadrado de Roma.
Bien podemos preguntar si el veredicto de Juan está justificado o no es más que la condena injustificada de un fanático religioso. Si queremos encontrar un relato del lujo y el desenfreno de Roma lo encontraremos en libros tales como La sociedad romana de Nerón a Marco Aurelio, por Samuel Dill; La vida y las maneras romanas, por Ludwig Friedlánder, y aún más en las Sátiras de Juvenal, las Vidas de los césares de Suetonio y las obras de Tácito, todos ellos latinos, y sobrecogidos por las cosas de las que escribían. Estos libros muestran que nada de lo que dijo Juan era una exageración.
Se dice en el Talmud que descendieron del cielo diez medidas de riqueza, y que Roma recibió nueve y el resto del mundo una. Un famoso investigador dijo que en los tiempos modernos somos bebés en la cuestión de disfrutar comparados con el mundo antiguo; y otro indicó que nuestro lujo más extravagante es pobreza comparado con la magnificencia pródiga de la antigua Roma.
En el mundo antiguo se competía desesperadamente en la ostentación. Se decía de Calígula que « se empeñaba por encima de todo en realizar lo que se considerara imposible,» y se decía que «el proponerse lo increíble» era la gran cualidad de Nerón. Dill dice: «El senador que pagaba una renta demasiado baja, o que cabalgaba por la Vía Apia o la Vía Flamínea con un cortejo reducido, hacía el ridículo y perdía imagen.»
En este primer siglo el mundo vertía sus riquezas en el regazo de Roma. Como dice Dill: « La paz prolongada, la seguridad de los mares, la libertad de comercio, habían hecho de Roma el centro comercial para los productos peculiares y las delicadezas de todas las tierras desde el Canal de la Mancha hasta el Ganges.» Plinio cuenta una comida en la que se arruinó la India, otra en la que Egipto, Cirene, Creta, etcétera. Juvenal habla de los mares poblados de grandes quillas y de grandes navíos de lujo en expediciones a todas las tierras. Arístides tiene un pasaje de púrpura acerca de la manera como llegaban las cosas a Roma. «Las mercancías llegan de todas las tierras y los mares, todo lo que genera cualquier sazón y produce cualquier país; los productos de los ríos y lagos, las artes de los griegos y de los bárbaros, para que, si alguien quiere ver todas estas cosas, o tendría que visitar todo el mundo habitado -o ir a Roma; porque llegan tantos navíos a cada hora y en cada estación de todo el mundo que Roma es como un mercado del mundo entero, porque se ven cargos de las Indias o, si se quiere, de la Arabia Feliz, para que se pueda conjeturar que los árboles allí han sido descortezados; la ropa de Babilonia, los adornos de las tierras bárbaras, todo fluye hacia Roma: mercancías, cargamentos, los productos de la tierra, el vaciado de las minas, los productos del arte que es o que ha sido, Todo lo que se engendra y todo lo que se cultiva. Si hay algo que no se puede ver en Roma, entonces es que no existe ni ha existido nunca.»
El dinero que se tenía y el dinero que se gastaba eran cifras colosales. Uno de los libertos de Nerón miraba con desprecio a uno que tenía una fortuna millonaria como si fuera un pobre. Apicio malgastó una fortuna de centenares de millones en caprichos, y se suicidó cuando solo le quedaba el equivalente de veinte millones de pesetas porque no podía vivir con esa miseria. En un día fundía Calígula las rentas de tres provincias, que se remontaban a 20,000,000; y en un solo año desperdigó en confusión pródiga 5,000,000,000, todo esto calculado en pesetas de ahora, pero teniendo en cuenta que el jornal medio de un trabajador eran 10 pesetas. Nerón declaraba que para lo único que valía el dinero era para gastarlo, y en pocos años gastó el equivalente a 4,000,000,000. En un banquete suyo, las rosas egipcias solas costaron 8,000,000.
Dejemos que el historiador romano Suetonio nos describa a sus emperadores, y recordemos que no era ningún cristiano puritano sino un historiador pagano. De Calígula escribe: «En desmadrada extravagancia superó a los pródigos de todos los tiempos en ingenio, inventando nuevas clases de baños y variedades exóticas de comidas y fiestas; porque se bañaba en aceites fríos y calientes, bebía perlas de gran precio disueltas en vinagre, y servía a sus convidados panes y filetes de oro.» Hasta construyó galeras con popas llenas de perlas incrustadas. De Nerón, Suetonio nos dice que obligaba a la gente a ofrecerle banquetes que costaban 4,000,000. «Nunca se ponía la misma ropa dos veces. Cuando jugaba a los dados envidaba 500,000 al punto. Pescaba con una red de oro con cuerdas de púrpura y escarlata trenzadas. Se dice que nunca hizo un viaje con una comitiva de menos de mil carrozas, con las mulas herradas con plata.»