El poder providencial de Dios trastornó completamente estos planes de su astuta política. La entrega de nuestro Señor tuyo lugar antes de lo que se esperaban los príncipes de los sacerdotes, y la muerte de nuestro Señor aconteció en el día en que Jerusalén estaba más concurrida, y la fiesta de la Pascua en su apogeo.
Loa designios de estos malvados se vieron de todos modos frustrados. Creyeron que iban a poner término para siempre al reino espiritual de Cristo; y en realidad estaban ayudando a establecerlo. Creían que iban a envilecerlo y a hacerlo despreciable crucificándolo, y en realidad iban a glorificarlo. Creían que podrían darle muerte privadamente y sin ser observados; y muy al contrario se iban a ver compelidos a crucificarlo en público, a vista de toda la nación judaica. Creyeron que reducirían al silencio a sus discípulos, y harían terminar su enseñanza; y en lugar de eso, les iban a suministrar un texto y un tema que durarían eternamente. Tan fácil le es a Dios hacer que la rabia del hombre lo ensalzo. Salmo 76.10.
Todo esto es muy consolador para los verdaderos cristianos. Viven en un mundo turbulento agitados por la ansiedad de loa acontecimientos públicos.
Tranquilícense al pensar que un Dios infinitamente sabio lo ha ordenado todo para bien de sus criaturas; que no tengan la menor duda de que todo lo que sucede en el mundo redundará al fin en gloria de su Padre. Recuerden siempre las palabras del Salmo segundo: «Se juntaron los reyes de la tierra, y consultaron entre si los príncipes contra el Señor, y contra su Ungido.» Y continúa de esta manera: « El que habita en los cielos se burlará de ellos; y el Señor los escarnecerá.» Así ha sucedido en tiempos pasados; lo mismo será en el porvenir.
Observemos, en segundo lugar, en estos versículos, como algunas veces las buenas obras son menospreciadas y mal interpretadas. Se nos habla de la buena acción de una mujer que derramó un bálsamo sobre la cabeza de nuestro Señor en una casa en Betania. Lo hizo, no hay duda, para manifestar su respeto y honrarlo, y en prueba de su gratitud y amor hacia El; sin embargo, muchos la criticaron. Sus fríos corazones no podían comprender liberalidad tan costosa, y la llamaban «desperdicio.» « Se indignaban en su interior» y «murmuraban de ella,» Desgraciadamente es muy común esa tendencia de las almas mezquinas que se empeñan en buscar faltas para tener el placer de criticarlas. Sus continuadores y sucesores se encuentran por do quiera en el seno de la iglesia visible de Cristo. Nunca faltan personas que desacreditan lo que llaman «exageraciones» de religión, y que incesantemente recomiendan la «moderación» en el servicio de Cristo. Si un hombre consagra tiempo, dinero y afecciones a la prosecución de objetos mundanos, no lo critican; si se hace siervo del dinero, del placer, de la política, nadie cree que sea una falta; pero si se dedica él, y todo lo que tiene, a Cristo, no se encuentran palabras bastante fuertes para expresar la enormidad de su locura. «Está fuera de sí.» «Ha perdido el ceso.» «Es un fanático, un entusiasta.» «Es demasiado junto, un exagerado.» En una palabra, lo consideran como un « desperdicio.
Que estas acusaciones no nos perturben, si llegan a nuestros oídos cuando nos empeñamos en servir a Cristo. Sufrámoslas con paciencia, y recordemos que datan desde el principio del Cristianismo. Compadezcamos a los que así acusan a los verdaderos creyentes, pues muestran que no comprenden cuales son nuestras obligaciones respecto a Cristo. El corazón frió hace que la mano sea lenta. Si se llegara a comprender bien lo criminal que es el pecado, y lo grande de la misericordia de Cristo al morir por el hombre pecador, nada se juzgaría demasiado bueno ni demasiado costoso para dárselo a Cristo. El hombre más bien sentiría y diría, « ¿Qué podré dar al Señor por sus beneficios?» Salmo 116.12. Temería desperdiciar tiempo, talentos, dinero, y afecciones en la prosecución de objetos mundanos y no de desperdiciarlos consagrándolos a su Salvador. Temería ser exagerado en todo lo que se refiere a negocios, dinero, política, o placeres; pero no temería hacer demasiado por Cristo.
Observemos, por u ltimo, cuan altamente estima Jesucristo cualquier servicio que se le hace. En ningún otro lugar de los Evangelios encontramos quizás alabanzas tan encomiásticas tributadas a ninguna persona, como las que se tributan a esta mujer. Tres circunstancias se marcan especialmente en estas palabras do nuestro Señor, que harían bien en recordar los que ahora ridiculizan y critican a otros por su religión.
Dice primeramente nuestro Señor, «¿Porqué la molestáis?» Pregunta inquisitiva que seria muy difícil responder a los que persiguen a otros por sus creencias religiosas. ¿Qué causa pueden alegar? ¿Qué razón asignar a su conducta? Ninguna, ninguna absolutamente. Molestan a los otros por envidia tan solo, por malicia, ignorancia u oposición al Evangelio.
Dice, además, nuestro Señor, «Ha hecho una buena obra.» Que grande y maravilloso es ese encomio en los labios del Rey de reyes. Con harta frecuencia se da dinero a la iglesia o a instituciones caritativas por ostentación u otros motivos errados. Pero aquel que ama y honra al mismo Cristo, ese es el que realmente «hace buenas obras..
Dice, por u ltimo, nuestro Señor, « Hizo lo que pudo.» No pudo hacerse uso de una recomendación más enérgica. Millares de personas viven y mueren sin gracia, y se condenan eternamente, que van de continuo repitiendo, « Tratamos de hacer lo que podemos; hacemos cuanto nos es posible.» Y al expresarse así, dicen una mentira tan enorme como la de Ananías y de Safira. Es de temerse que muy pocos se encontrarán que son como esta mujer, y que con razón se haya podido decir de ellos, que « hicieron lo que pudieron..