Fijaos, al Cordero, Que estaba de pie en el monte de Sión, y había con Él ciento cuarenta y cuatro mil que tenían escrito en la frente Su nombre y el nombre de Su Padre.
La siguiente visión de Juan se abre con el Cordero de pie en triunfo en el Monte de Sión, y con Él los ciento cuarenta y cuatro mil de los que leímos en el capítulo 7. Están marcados en la frente con Su nombre y el de Su Padre. Ya hemos pensado acerca del sentido de la señal, pero debemos considerarlo de nuevo. En el mundo antiguo, la marca que se le hubiera puesto a una persona quería decir por lo menos una de cinco cosas.
(i) Podía representar la propiedad. A menudo se marcaban los esclavos con un hierro candente como se hace con el ganado. Los que están en compañía con el Cordero pertenecen a Dios.
(ii) Podía representar lealtad. El soldado a veces se tatuaba el brazo con el nombre del general al que amaba y seguía hasta la muerte. La compañía del Cordero está formada por los veteranos que han demostrado su lealtad a su Rey.
(iii) Podía representar seguridad. Hay un papiro curioso del siglo III ó IV d.C. que contiene una carta de un hijo a su padre Apolos. Los tiempos son peligrosos, y el hijo y el padre están separados. El hijo manda sus saludos y mejores deseos, y entonces prosigue: «Ya te he dicho sin duda antes acerca de mi dolor por tu ausencia entre nosotros, y mi temor de que te suceda algo terrible y no encontremos tu cuerpo. De hecho, he querido muchas veces decirte que, teniendo en cuenta la inseguridad, quería ponerte una marca» (P. Oxy. 680). El hijo quería ponerle una señal al cuerpo de su padre para mantenerlo seguro. Los de la compañía del Cordero están todos marcados para su seguridad en la vida o en la muerte.
(iv) Podía representar dependencia. Robertson Smith cita un ejemplo curioso de esto. Los grandes jeques árabes tenían sus humildes protegidos que dependían absolutamente de ellos. A menudo el jeque los marcaba lo mismo que sus camellos para que se supiera que dependían de él. La compañía del Cordero son los que dependen totalmente de Su amor y de Su gracia.
(v) Podía representar inmunidad. Era corriente entre los devotos de un dios el marcarse con su señal. Algunas veces aquello funcionaba de una manera cruel. Plutarco nos cuenta que después de la derrota desastrosa de los atenienses bajo Nicias en Sicilia, los sicilianos hicieron prisioneros y los marcaron en la frente con un caballo galopante, el emblema de Sicilia (Plutarco: Nicias 29).3 Macabeos nos cuenta que Tolomeo IV de Egipto mandó que «todos los judíos fueran degradados hasta lo más bajo y a la condición de esclavos; y que los que se pronunciaran en contra debían ser tomados a la fuerza y ajusticiados; y que cuando se censaran debían ser marcados con hierro candente en el cuerpo con la hoja de hiedra, el emblema de Baco» (3 Macabeos 2:28s).
Estos ejemplos suponían degradación y crueldad, pero había otros. Los sirios se tatuaban corrientemente las muñecas o el cuello con la marca de su dios. Pero hay un ejemplo aún más relevante: Heródoto (2:113) nos cuenta que había un templo de Hércules en la boca canópica del Nilo que tenía derecho de asilo. Cualquier criminal, ya fuera esclavo o libre, estaba allí a salvo de la venganza persecutoria. Cuando un fugitivo llegaba al templo, se le marcaba con cierta señal sagrada para mostrar que se había entregado al dios y que ya nadie podía tocarle. Eran señales de una seguridad absoluta. Recordemos especialmente en este apartado el caso de Caín, al que Dios marcó con una señal para que no le matara cualquiera que le encontrara (Génesis 4:15). La compañía del Cordero son los que se han rendido a la misericordia de Dios en Jesucristo y están a salvo para siempre.
El himno que solo pueden aprender los que son de dios
Y oí una voz del Cielo como el sonido de muchas aguas y como el retumbar de un trueno imponente; y la voz que oí era como la música de arpistas que estuvieran tañendo sus arpas. Y estaban cantando un himno nuevo ante el trono y los cuatro seres vivientes y los ancianos, y nadie podía aprender aquel himno más que los ciento cuarenta y cuatro mil que habían sido comprados para Dios de toda la Tierra.