Ya se ha advertido del poder de la bestia y de la marca que tratará de imponerles a las personas (capítulo 13). Ahora hay una advertencia a los que fallen en este tiempo de prueba.
Es significativo que esta es la advertencia más feroz de todas. De todas las condenaciones, según el Apocalipsis, la peor es la de los apóstatas. La razón es que la Iglesia estaba batallando por su propia existencia. Si había de continuar, el cristiano individual debía estar preparado a enfrentarse con el sufrimiento y la persecución y la cárcel y la muerte. Si el cristiano individual se rendía, moría la Iglesia. En nuestro tiempo tiene también el cristiano individual una importancia capital, pero su función ahora no consiste en proteger la fe estando dispuesto a morir por ella, sino en presentarla estando dispuesto a vivirla diligentemente.
La condenación del apóstata se presenta con los colores más lúgubres del más terrible juicio que cayó jamás sobre la Tierra -el de Sodoma y Gomorra. «El humo subía de la Tierra como el humo de un horno» (Génesis 19:28). Juan recuerda las palabras de Isaías cuando describía el día de la venganza del Señor: «Los arroyos de Edom se convertirán en brea, y su suelo en azufre; su tierra se convertirá en brea ardiente. No se apagará ni de noche ni de día; su humo se elevará constantemente. De generación en generación quedará desolada, y jamás pasará nadie por ella» (Isaías 34:8-10).
Los malvados serán destruidos en la presencia de los santos ángeles y del Cordero. Como ya hemos visto antes, parte de la bienaventuratrza del Cielo era ver el sufrimiento de los pecadores en el infierno. Como dice 2 Esdras: «Se mostrará el horno del infierno, y frente a él el paraíso de las delicias» (2 Esdras 7: 36). Tenemos la misma idea en el Libro de Henoc: «Los entregaré (a los malvados) en manos de mis elegidos; como la paja en el fuego, así arderán ellos en la presencia de los santos; como el plomo en el agua se hundirán ante el rostro de los justos sin dejar rastro» (Henoc 48:9). Una característica de los últimos días será «el espectáculo del justo juicio en presencia de los justos» (Henoc 27:2s). Cuando Crisóstomo estaba animando a Olimpias a la firmeza, le animaba prometiéndole que a su debido tiempo contemplaría la tortura divina de los perseguidores de la misma manera que vio Lázaro a Dives -el rico de la parábola- atormentado en la llama.
Puede que nos repele esta línea de pensamiento; puede que la condenemos como no cristiana -y sin duda lo es. Pero no tenemos derecho a hablar a menos que hayamos pasado por los mismos sufrimientos que los cristianos primitivos. Muchas veces los paganos habían contemplado desde las gradas abarrotadas del circo los sufrimientos de los cristianos; y los cristianos primitivos se sentían sostenidos por el pensamiento de que algún día la justicia del Cielo ajustaría la balanza de las injusticias de la Tierra.
El descanso del alma fiel
Y oí una voz del Cielo que decía: – ¡Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor desde ahora! Sí, dice el Espíritu: Son bienaventurados porque descansan de sus trabajos, y porque sus obras continúan como ellos.
Después de las profecías terribles de los terrores por venir, y de las terribles advertencias a los falsos, viene una promesa de gracia.
Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor -la idea de morir en el Señor aparece más de una vez en el Nuevo Testamento. Pablo habla de los muertos en Cristo (1 Tesalonicenses 4:16) y de los que han dormido en Cristo (1 Corintios 15:18). El sentido de todas estas frases es: los que llegan al final todavía unidos a Cristo. Todo se confabulaba para apartarlos de Él; pero la felicidad suprema está reservada para los que llegan al final todavía inseparablemente unidos al Maestro Que los amó y Se entregó por ellos.
Lo que se promete es el descanso: Descansarán de sus labores. El descanso es tanto más suave cuando sigue al esfuerzo más agotador.
Sus obras siguen con ellos. Parece como si Apocalipsis enseñara la salvación por las obras; pero debemos tener cuidado de entender bien lo que Juan entiende por las obras. Habla de las obras de los efesios -su arduo trabajo y perseverancia (2:2); de las de los de Tiatira -su amor y su servicio y su fe (2:19). Entiende por obras el carácter. Está diciendo en efecto: «Cuando dejéis esta tierra, todo lo que podéis llevaros es a vosotros mismos. Si llegáis al final de esta vida todavía unidos a Cristo, os llevaréis un carácter probado y aprobado como el oro, que tenga algo de Su reflejo; y si os lleváis al mundo del más allá un carácter así, sois bienaventurados.»