Parece un tanto extraño el discurso de tipo profético judaico puesto en boca del caldeo Nabuzardán. Por ello, no pocos autores creen que se trata de una inserción redaccional extraña al original. No obstante, no debemos perder de vista la mentalidad de los conquistadores orientales politeístas, que reconocían el carácter divino de los Dioses de otros pueblos. El legado de Senaquerib en tiempo de Isaías habla en términos análogos: “¿Acaso sin contar con Yahvé he invadido yo esta tierra para devastarla? Yahvé me ha dicho: Invade la tierra y devástala”. Ciro se expresa en términos parecidos. Se consideran, pues, como cumplidores de la voluntad del Dios del pueblo vencido, que quería castigar a su pueblo. Con ello lograban captar la benevolencia de los vencidos, ya que se les respetaba lo que les era más caro, la religión. Así, pues, Nabuzardán conocía la predicación profética de Jeremías, centrada en torno a la reiterada idea de que Jerusalén sería entregada a los babilonios por haber pecado contra Yahvé. Ahora, pues, hablando con Jeremías, le expresa su punto de vista, coincidente con sus doctrinas. Es un modo de querer ganarle, presentándose como instrumento de la justicia del mismo Yahvé. Así le dice para halagarle: Yahvé, tu Dios, había amenazado con males este lugar., porque habéis pecado. Sin duda que en estas palabras hay un trasfondo de sagacidad diplomática. Le interesaba mucho al comandante babilonio tener a su lado a Jeremías, y así acepta sus puntos de vista religiosos en lo concerniente a la marcha de la Providencia divina sobre su pueblo.
Después le deja escoger, para su futuro, entre ir a Babilonia, donde será tratado con deferencia particular, o quedar en Judá con Godolías, hombre ponderado y amigo personal del profeta. Nabucodonosor le había establecido como gobernador en Judá, descartando todo sujeto de la línea dinástica davídica, que se había mostrado reiteradamente insurgente. Godolías, por su prudencia y moderación, era una garantía de sensatez, y, por otra parte, estaba capacitado para organizar esta parte de Palestina, de tanta importancia para el imperio babilónico por colindar con el imperio egipcio. Era conveniente que allí no existiese un estado caótico, sino organizado, y por eso el rey caldeo quiere crear un nuevo estado vasallo, resucitado de las ruinas anteriores. Jeremías prefiere quedarse con los pobres del pueblo en Judá, para compartir sus penalidades y ayudarles a levantar las esperanzas de resurrección nacional. Ezequiel, en el exilio babilónico, estaba cumpliendo esta misión con los desterrados a orillas del Eufrates. Era preciso que en Palestina quedara un hombre de Dios que fuera como el director espiritual de su pueblo, que vegetaba en la mayor miseria y postración. Por eso, Jeremías habitó en medio del pueblo en Misfa, donde Godolías había fijado su residencia oficial. Jerusalén estaba en ruinas, y era preferible esta localidad provinciana en los confines del reino de Judá.
Después de conquistada Jerusalén por los caldeos, quedaron pequeños grupos de guerrilleros dispersos por la campiña desértica, tropas que habían quedado fuera de los muros de la ciudad y otras de las que habían huido con Sedecías. Al saber que se había organizado de nuevo el Estado judío bajo las órdenes de Godolías, impuesto como gobernador por los babilonios, decidieron unírsele para trabajar en la reconstrucción de la nación. Naturalmente, como militares que habían luchado con Sedecías, temían por su suerte. El historiador da algunos nombres de ellos, conocidos por otros textos bíblicos. Godolías les invita a deponer el miedo, pues él tiene amplios poderes de amnistía, y sabía que los caldeos tenían interés — una vez vencida la resistencia fundamental — en reorganizar el nuevo Estado vasallo, y, por consiguiente, no se habían de meter con ellos (versículo 8). Les invita a permanecer en Judá. Parece que los jefes dispersos estaban dispuestos a marcharse lejos, hacia Egipto, lejos de la dominación babilónica. Godolías, por su parte, se considera como el responsable de la situación y representante de los intereses del pueblo de Judá ante los babilonios.
Eran horas en que se exigía mucha cordura y paciencia para no soliviantar a los vencedores. Por eso les invita a reintegrarse a su vida normal cívica, trabajando los campos, ya que no podían aspirar a continuar en organizaciones militares: haced la vendimia. y quedaos en las ciudades. Con la deportación, la ciudad y parte de la campiña había quedado casi despoblada, y era preciso trabajar para que se llenasen las necesidades materiales de la nación. A estos jefes militares vencidos se juntaron en Misfa muchos prófugos judíos, al ver que la nación se volvía a organizar después de la marcha de las tropas de ocupación babilónica. Por otra parte, se daba la circunstancia de que aquel año había vino y mieses en gran abundancia. Después de las estrecheces del asedio, esto resultaba una bendición. Los caldeos, pues, no habían devastado el campo, destrozando sus cosechas y sus frutos.
Pero en estos días de incertidumbre no faltaron profundas inquietudes políticas para el nuevo gobernador Godolías. Tenía muchos enemigos entre los fanáticos nacionalistas que aún andaban en bandadas por el desierto, los cuales no aceptaban esta colaboración con los vencedores caldeos. Entre estos nacionalistas acérrimos estaba Ismael, de sangre real, que no podía soportar que Godolías, sin ser príncipe, fuera el jefe del nuevo Estado judío; de ahí la sospecha de un complot suyo en combinación con el rey de Amón, Baalís, el cual quizá soñara con hacer una liga antibabilónica, y por ello no le agradaba que en Judá estuviera gobernando un hombre sumiso a los caldeos. No obstante, Godolías, de espíritu equilibrado y magnánimo, no quiso dar oídos a esto, y menos permitió que se asesinara por ello a Ismael.