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Romanos 1: Vocación, evangelio y misión

Lo más terrible del pecado es su poder para engendrar pecado. La terrible responsabilidad del libre albedrío es que puede usarse de tal manera que al final se pierde, y se llega a ser esclavo del pecado, abandonado al mal. En el pecado hay siempre una mentira, porque el pecador cree que aquello le va a hacer feliz, y al final arruina la vida, tanto la propia como la ajena, en este mundo y en el venidero.

La era de la vergüenza

Por todo esto, Dios los ha abandonado a pasiones deshonrosas; porque sus mujeres cambian la relación natural por otras que van en contra de lo natural, y los hombres hacen lo mismo, dejando la relación natural con las mujeres e inflamándose de deseos de unos por otros, llegando a hacerse culpables de una conducta vergonzosa con otros hombres.

De esta manera reciben dentro de sí mismos las consecuencias justas e inevitables de su error. Romanos 1:26-32 podría parecer la expresión de un moralista histérico que estuviera exagerando la situación contemporánea y pintándola con colores de hipérbole retórica. Describe una situación de degeneración moral casi sin paralelo en la Historia universal. Pero Pablo no dice nada que no dijeran los escritores griegos y latinos de su tiempo.

(i) Fue una época en la que las cosas parecían, como si dijéramos, fuera de todo control. Virgilio escribió: « Se confunden el bien y el mal. Hay tantas guerras por todo el mundo, y tantas formas de mal; ya no se respeta ni el arado: los campesinos se llevan a otro sitio, y los campos se pierden; la reja se endereza para hacer una espada. En el Oriente, el Éufrates se está desperezando para la guerra, y en el Oeste, Alemania. Sí, las ciudades cercanas quebrantan sus alianzas y sacan la espada, y la furia salvaje del dios de la guerra ruge por todo el mundo, lo mismo que cuando las cuadrigas del circo arremeten desde sus compuertas y se lanzan a la carrera, y el piloto tensa desesperadamente las riendas, pero tiene que dejar que los caballos vayan por donde quieran, fuera de todo control.»

Es un mundo en el que la violencia se ha desbocado. Cuando Tácito se puso a escribir la historia de este periodo, dijo: «Estoy entrando en la historia de un periodo rico en desastres, tenebroso de guerras, rasgado de sediciones, salvaje hasta en sus momentos de paz… Todo estaba en un delirio de odio y terror; se sobornaba a los esclavos para que traicionaran a sus amos, los libertos a sus patronos. A1 que no tenía enemigos le destruían sus amigos.» Suetonio escribe del reinado de Tiberio: «No pasaba ningún día sin que se ejecutara a alguien.» Era una época de puro y absoluto terror. «Roma -dice el historiador Tito Livio- no podía soportar, ni sus males, ni los remedios que podrían haberlos curado.» El poeta Propercio escribe: « Veo a Roma, a la soberbia Roma, perecer víctima de su propia prosperidad.» Era una edad de suicidio moral. El satírico Juvenal escribía: « La Tierra ya no produce más que hombres malos y cobardes. Por tanto Dios, sea quien sea, mira hacia abajo, se ríe de ellos y los odia.»

Para los pensadores era un tiempo en el que todo parecía fuera de control, en el que, entre bastidores, se podía oír la risa burlona de los dioses. Como dijo Séneca, era una edad «sacudida por la agitación de un alma que ya no era dueña de sí misma.»

(ii) Era una época de lujo desmesurado. En los baños Públicos de Roma salía el agua caliente y fría de grifos de plata. Calígula llegó hasta a rociar la arena del circo de polvo de oro en lugar de serrín. Juvenal decía con amargura: « Se cierne sobre Roma un lujo más despiadado que la guerra… No hay delito ni obra de codicia que falte desde que Roma acabó con la pobreza.»

«El dinero, nodriza del libertinaje… y la riqueza enervadora socavaron el nervio de una edad con su sucio lujo.» Séneca hablaba del «dinero, que arruina el verdadero valor de las cosas» -y añadía-: « No preguntamos qué es una cosa, sino cuánto cuesta.»

Era una edad tan harta de las cosas ordinarias que estaba ávida de sensaciones nuevas. Lucrecio habla de cesa amargura que fluye de la misma fuente del placer.» El crimen llegó a ser el único antídoto del aburrimiento, hasta que, como dijo Tácito, «cuanto mayor la infamia, más salvaje la delicia.»

(iii) Era una edad de inmoralidad sin precedentes. No había habido ni un solo caso de divorcio en los primeros 520 años de la historia de la república romana. El primer romano del que se sabe que se divorció de su mujer fue Spurio Carvilo Ruga, el año 234 a.C. Pero Séneca dice de su tiempo que « la gente se casa para divorciarse y se divorcia para casarse.» Matronas romanas de alcurnia contaban los años por los nombres de sus maridos en lugar de los nombres de los cónsules, que era la manera oficial de fechar. Juvenal no podía creer que fuera posible tener la suerte de encontrar una matrona de impoluta castidad.

Clemente de Alejandría habla de la típica dama de la sociedad romana «ceñida como Venus con el cinto dorado del vicio.»

Juvenal escribía: «¿Le bastaría a Iberina con un solo marido? ¡Más contenta estaría si no tuviera más que un ojo!» Cita el caso de una mujer que había tenido ocho maridos en cinco años, y el increíble de la emperatriz Agripina, esposa de Claudio, que solía salir del palacio por las noches para servir voluntariamente en un burdel por puro vicio. «Dan señales de un espíritu impávido en todo lo que se rebajan a acometer.» No hay nada de lo que dijo Pablo del mundo pagano que no hubieran dicho sus mismos moralistas. Y el vicio no se limitaba a las manifestaciones más crudas y animales. La sociedad estaba contaminada de arriba abajo con vicios contra naturaleza. Catorce de los primeros quince emperadores romanos eran homosexuales.

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