Después vi, fijaos, una puerta en el Cielo que estaba abierta, y se me dirigió la voz que había oído antes, hablándome como el toque de una trompeta; y el que hablaba me dijo: -¡Sube aquí, y te mostraré los acontecimientos que han de seguir a las cosas presentes! En los capítulos 2 y 3 hemos visto al Cristo Resucitado andando entre Sus Iglesias en la Tierra. Ahora cambia la escena a la corte del Cielo. Al Vidente se le abría una puerta en el Cielo. Aquí hay dos posibilidades.
(a) Puede que se le considere como ya en el Cielo, y se le abre la puerta a partes aún más santas.
(b) Es mucho más probable que la puerta estaba entre la Tierra y el Cielo. El pensamiento judío primitivo concebía los cielos como una bóveda inmensa sólida, como un techo que cubría una tierra plana; y la idea aquí es que más allá de la bóveda de los cielos está el Cielo, y se abre una puerta en la bóveda para dar entrada al Cielo al Vidente.
En los primeros capítulos del Apocalipsis encontramos tres de las puertas más importantes de la vida.
(i) Está la puerta de la oportunidad. « Fíjate -le dijo el Cristo Resucitado a la Iglesia de Filadelfia-: Yo te presento una puerta que permanece abierta» (Apocalipsis 3:8). Esa era la puerta de la gloriosa oportunidad por la que podía llevarse el mensaje del Evangelio a las regiones más allá a las que no había llegado todavía. Dios pone delante de cada persona su propia puerta de la oportunidad.
(ii) Está la puerta del corazón humano. « Fíjate -dice el Cristo Resucitado-: Yo estoy a la puerta, llamando» (Apocalipsis 3:20). A la puerta de cada corazón llega la llamada de la mano traspasada, y cada uno puede abrir o negarse a abrir.
(iii) Está la puerta de la revelación. « Vi -dice el Vidente- una puerta en el Cielo que estaba abierta.» Dios ofrece a cada persona la puerta que da acceso al conocimiento de Dios y a la vida eterna.
Más de una vez se dice en el Nuevo Testamento que se abrieron los cielos; y es de lo más significativo ver el propósito de esa apertura.
(i) Está la apertura de los cielos para la visión. « Los cielos se abrieron y vi visiones de Dios» (Ezequiel 1:1). Dios les envía a los que Le buscan la visión de Sí mismo y de Su verdad.
(ii) Está la apertura para el descendimiento del Espíritu. Cuando Jesús fue bautizado por Juan, vio los cielos abiertos, y al Espíritu descender sobre Él (Marcos 1:10). Cuando la mente y el alma de una persona se abren a lo de arriba, el Espíritu de Dios desciende a su encuentro.
(iii) Está la apertura para la revelación de la gloria de Cristo. Jesús le prometió a Natanael que vería los cielos abiertos y a los ángeles de Dios ascendiendo y descendiendo sobre el Hijo del Hombre (Juan 1:51). Algún día los cielos se abrirán para desvelar la gloria de Cristo; e inevitablemente ese día traerá un gozo inefable a los que Le hayan amado, y un temor indescriptible a los que Le hayan despreciado.
El trono de Dios
De pronto me sentí bajo la influencia del Espíritu; y, fijaos: Había un trono en el Cielo en el que estaba sentado Uno. Y el Que estaba sentado en el trono era algo que parecía como piedra de jaspe y de cornalina; y había un arco iris todo alrededor del trono que tenía el aspecto de la esmeralda. Cuando el Vidente entró por la puerta al Cielo le sobrevino un éxtasis. En el Cielo vio un trono, y a Dios sentado en él. El trono de Dios se menciona corrientemente en el Antiguo Testamento. Un profeta dijo: « Yo vi al Señor sentado en Su trono, y todo el ejército de los cielos estaba junto a Él» (1 Reyes 22:19). El salmista cantó: « Dios Se sienta en Su santo trono» (Salmo 47:8). Isaías vio al Señor « sentado en un trono alto y sublime» (Isaías 6:1).
En el Apocalipsis se menciona el trono de Dios en todos los capítulos menos el 2, el 8 y el 9. El trono de Dios representa Su majestad. Cuando le preguntaron a Hándel cómo había podido escribir el Mesías, respondió: « Vi abrirse los cielos, y a Dios en Su gran trono blanco.»