María Magdalena había pecado mucho, y amó mucho; el amor era todo lo que podía traer.
Era costumbre en Palestina visitar la tumba de un ser querido hasta tres días después del entierro. Se creía que el espíritu de la persona difunta estaba por allí aquellos tres días; pero después se alejaba, porque el cuerpo había empezado a descomponerse y estaba irreconocible. Los amigos de Jesús no pudieron ir a la tumba el sábado porque habrían querido mover la piedra y completar lo que faltara por hacerle, y eso habría sido quebrantar el sábado. El primer día de la semana, nuestro domingo, fue cuando María Magdalena se dirigió a la tumba de madrugada. La palabra que se usa es prói, que designaba la última de las cuatro vigilias en que se dividía la noche, y que iría desde las 3 hasta las 6 de la mañana. Todavía estaba oscuro cuando María llegó a la tumba; pero ella no podía seguir esperando más tiempo.
Cuando llegó a la tumba, se quedó alucinada y aterrada. Las tumbas de la antigüedad no solían tener puertas. En la entrada había como un canal en el suelo por el que se deslizaba una piedra circular, como las de molino, para cerrar la entrada. Además, Mateo nos dice que las autoridades habían sellado la piedra para asegurarse de que no la movían (Mat_27:66 ). María, naturalmente, se quedó perpleja al ver que no estaba en su sitio. Es probable que se le ocurriera una de dos cosas. La primera, que habían sido los judíos los que se habían llevado el cuerpo de Jesús; que, no dándose por satisfechos con que hubiera muerto en una cruz, estaban profanando Su cadáver. Pero también había tipos macabros que se dedicaban a robar las tumbas, y a María se le puede haber ocurrido pensar que eso era lo que había sucedido.
Era una situación que María no podía arrostrar sola; así es que volvió a la ciudad a buscar a Pedro y a Juan. María es el ejemplo supremo de la persona que sigue amando y creyendo más allá de lo que puede entender; y ése es el amor y ésa la fe que acaban encontrando la gloria.
EL GRAN DESCUBRIMIENTO
Uno de los detalles que resaltan en esta historia es que se seguía considerando a Pedro como el líder de la compañía apostólica. Fue a él al que se dirigió María. A pesar de haber negado a Jesús -cosa que no habría podido por menos de saberse y difundirse-, Pedro seguía siendo el líder. Solemos hablar de la debilidad e inestabilidad de Pedro; pero tiene que haber habido algo realmente sobresaliente en el hombre que pudo seguir al frente de sus compañeros después del fallo desastroso que había tenido; tiene que haber habido algo realmente notable en el hombre al que sus compañeros siguieron considerando su líder después de aquello. Su momento de debilidad no debe impedirnos ver la fuerza moral y la estatura personal de Pedro, ni reconocer que era un líder nato.
Así que fue a Pedro y Juan a los que acudió María, y ellos se dirigieron inmediatamente a la tumba. Fueron a la carrera; y Juan, que debe de haber sido más joven que Pedro puesto que vivió hasta el final del siglo I, dejó atrás a su compañero. Cuando llegó a la tumba, Juan miró hacia dentro, pero no entró. Pedro, impulsivo por naturaleza, no sólo miró, sino entró. De momento, Pedro sólo se sorprendió de que la tumba estuviera vacía; pero algo empezó a ocurrir en la mente de Juan. Si alguien se hubiera llevado el cuerpo de Jesús, si lo hubieran robado los ladrones de tumbas, ¿por qué se iban a dejar la mortaja?
Entonces otra cosa le sorprendió aún más: los lienzos no estaban tirados de cualquier manera, sino colocados todavía con sus dobleces -eso es lo que dice el original- los que habían cubierto el cuerpo, donde había estado el cuerpo; y los que la cabeza, donde había estado la cabeza. Lo que se nos quiere decir es que las ropas fúnebres no parecían como si se le hubieran quitado al cadáver, sino que estaban colocadas como si el cuerpo de Jesús se hubiera esfumado. Aquello penetró en la mente de Juan; se dio cuenta de lo que había sucedido -¡y creyó! No fue lo que había leído en las Escrituras lo que le convenció de que Jesús había resucitado, sino lo que vio con sus propios ojos.
El papel del amor en esta historia es extraordinario. Fue María, la que tanto amaba a Jesús, la primera en ir a la tumba. Y fue Juan, el discípulo al que amaba Jesús y que amaba a Jesús de una manera especial, el primero que creyó en la Resurrección. Esa será siempre la mayor gloria de Juan. Fue el primero en darse cuenta y en creer. El amor le abrió los ojos para leer las señales, y la mente para entenderlas.
Aquí tenemos una de las grandes leyes de la vida. En cualquier clase de obra, es verdad que no podemos realmente interpretar el pensamiento de otra persona a menos que haya entre nosotros un nexo de simpatía. Resulta evidente cuando el director de orquesta está en relación de simpatía con la música del compositor cuya pieza está interpretando. El amor es el gran intérprete. El amor puede captar la verdad cuando el intelecto se mueve todavía inseguro y a tientas. El amor puede darse cuenta del sentido de una cosa cuando la investigación sigue a ciegas. Una vez, un artista joven le trajo a Doré un cuadro de Jesús para que le diera su parecer. Doré se resistía a hacerlo; pero, por último, dijo una sola frase: « Tú no Le amas; porque, si Le amaras, Le habrías pintado mejor.» No podemos entender a Jesús ni ayudar a otros a entenderle, si no Le entregamos nuestros corazones tanto como nuestras mentes.