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Juan 20: Amor alucinado

(ii) Pero Tomás tenía dos grandes virtudes. Se negaba en redondo a decir que creía lo que no creía, o que entendía lo que no entendía. Jamás acallaba sus dudas pretendiendo no tenerlas. No era de los que recitan un credo sin saber lo que están diciendo. Tomás tenía que estar seguro, y eso no se le puede reprochar. Tennyson escribió:

Vive más fe en una honrada duda que en muchos de los credos, créeme.

Hay una fe más auténtica en la persona que insiste en estar segura, que en la que repite rutinariamente cosas que no ha pensado nunca por sí y que es posible que no crea de veras. Esa es la duda que a menudo acaba en certeza.

(ii) La otra gran virtud de Tomás era que, cuando estaba seguro, no se quedaba a mitad de camino. «¡Mi Señor y mi Dios!», dijo. Esa no fue una confesión a medias, sino la más completa del Nuevo Testamento. No era uno de esos que airean sus dudas para practicar una especie de acrobacia intelectual; dudó hasta llegar a la seguridad; y una vez que llegó, se rindió totalmente a la certeza. Cuando una persona alcanza la convicción de que Jesucristo es el Señor venciendo sus dudas llega a una seguridad que no puede alcanzar la que acepta las cosas sin pensarlas.

TOMÁS EN LO SUCESIVO

No sabemos con seguridad lo que fue de Tomás más adelante; pero hay un libro apócrifo que se llama Los Hechos de Tomás que pretende contarnos su historia. Se trata, desde luego, de leyendas; pero puede que contengan restos de su historia. Nos presentan el carácter de Tomás con verdadero realismo. Veamos algunos detalles.

Después de la muerte de Jesús, Sus discípulos se repartieron el mundo para evangelizar los diferentes países. A Tomás le tocó la India. (Hasta el día de hoy hay una iglesia cristiana en el Sur de la India que se llama la Iglesia de Santo Tomás, porque se cree que él fue su fundador).

Al principio, Tomás se negó a ir, alegando que no era bastante fuerte para un viaje tan largo. Y dijo: «Yo soy hebreo; ¿cómo voy a ir a predicarles la verdad a los indios?» Jesús se le apareció una noche y le dijo: «No tengas miedo, Tomás; vete a la India a predicar la Palabra allí, porque Mi gracia estará contigo.» Pero Tomás seguía negándose. «Mándame adonde quieras -le dijo a Jesús-, pero que no sea a la India; porque allí no voy.»

Sucedió que había venido cierto mercader de la India a Jerusalén que se llamaba Abanes. Le había enviado el rey Gundaforo para que le llevara a un experto carpintero, y eso es lo que era Tomás. Jesús se dirigió a Abanes en el mercado y le dijo: «¿Quieres comprar un carpintero?» Abanes le dijo:

«Sí.» Y Jesús entonces le propuso: «Tengo un esclavo que es carpintero, y quiero venderle,» y señaló a Tomás desde lejos. Llegaron a un acuerdo en el precio, y se hizo un contrato de compra-venta que decía: «Yo, Jesús, hijo de José el Carpintero, certifico que te he vendido a mi esclavo que se llama Tomás a ti, Abanes, mercader de Gundaforo, rey de los indios.» Cuando se firmó y selló el trato, Jesús encontró a Tomás, y se le llevó a Abanes, quien le preguntó: «¿Es este tu Señor?» Tomás contestó: «¡Pues claro que sí!» Y Abanes le dijo: «Pues yo te he comprado.» Tomás. no dijo nada. Pero, de madrugada, se levantó a orar; y al final de su oración Le dijo a Jesús: «Iré adonde Tú me mandes, Señor Jesús, hágase Tu voluntad.» Esto nos presenta al mismo Tomás de siempre, lento para convencerse y para rendirse; pero, que una vez que se rendía, se rendía de veras.

La historia sigue diciéndonos que Gundaforo le mandó a Tomás que le construyera un palacio, y Tomás dijo que estaba dispuesto a hacerlo. El rey le dio dinero en abundancia para los materiales y para contratar obreros; pero Tomás se lo dio todo a los pobres. Siempre le decía al rey que el palacio iba para arriba; pero el rey estaba muy suspicaz. Por último mandó a buscar a Tomás, y le preguntó: «¿Me has construido ya el palacio?» «Sí», le contestó Tomás. «Bueno; entonces, ¿podemos ir a verlo?», le preguntó el rey; y Tomás le contestó: «No lo puedes ver todavía; pero, cuando te vayas de esta vida, entonces lo verás.» Al principio el rey se puso furioso, y Tomás corrió verdadero peligro; pero luego el rey se convirtió a Cristo… y así trajo Tomás el Evangelio a la India.

Tomás tiene algo muy simpático y admirable. La fe no le resultaba fácil; y la obediencia no era su reacción espontánea. Era un hombre que tenía que estar seguro, y tenía que calcular el precio; pero, una vez que estaba seguro, y una vez que había contado el precio, llegaba hasta el límite de la fe y de la obediencia. Una fe como la de Tomás es mejor que una confesión templada; y una obediencia como la suya es mejor que una conformidad fácil que se muestra de acuerdo en hacer algo sin contar con el precio, y luego se vuelve atrás.

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